“Ya no podremos volver con hijos y nietos a la Confitería del Molino”
Una vez más renacen las esperanzas de que la histórica Confitería del Molino sea restaurada. Día a día, el deterioro empeora. Sus famosas aspas dejaron de girar hace veinte años. El presupuesto que en febrero de 2016 se calculaba, tal vez erróneamente, en diez millones de pesos ha ascendido según algunas estimaciones a más de trescientos millones. Habrá que esperar a que los valores que permitan su “refuncionalización” sean incluidos en los cálculos a legislar ya con lápiz fino.
La ley que votaron hace un tiempo y que aspira al renacimiento de este edificio declarado Monumento Histórico Nacional, nos desilusiona a quienes esperábamos lo establecido hace poco más de un año. Entonces, se dispuso que la planta baja y el subsuelo fueran utilizados para confitería, restaurante y elaboración de productos de pastelería. Esa posibilidad nos hizo sentir muy felices. La esquina es entrañable para los porteños. Sólo pensar que en sus mesas, Roberto Arlt escribió algunos de sus “Aguafuertes ...”, que el doctor Illia, el general Perón y hasta Carlos Gardel disfrutaron su delicioso menú, nos llena de orgullo.
Pero las cosas cambian. No podremos permitirnos la nostalgia. No sé si estará decidida la última palabra en tan extensa negociación, pero lo cierto es que el cambio de la ley señala que se destinará a “actividades culturales, legislativas y difusión de los valores del pluralismo y la democracia”. “Cambia, todo cambia”, cantó Mercedes. Por eso, ya no podremos volver con nuestros hijos o nietos a revivir lo que fue y tanto significó.
Me pone triste pensar que las románticas musas de la pluma de Oliverio Girondo que sobrevolaba entrelazándose en las bellísimas luminarias serán sólo una ilusión. Ese clima especial, que terminará definitivamente, habrá inspirado muchos amores. De todos modos, como “lo mejor es enemigo de lo bueno”, esperemos que de una vez se cumpla esta promesa tantas veces prorrogada. Un pedido especial: dejen el molino. Su cadencioso movimiento nos permitirá, al menos, contar la historia para que no se esfume con el tiempo.