Clarín

Esos curiosos albures de la vida laboral

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Cuando le preguntaba­n cómo llegó tan alto en la empresa, siempre decía que supo ponerle el cuerpo al trabajo. Y tenía razón.

Los que lo conocieron de pichón cuentan que mostraba una memoria prodigiosa, podría retener infinidad de datos con precisión admirable, y los combinaba en forma creativa hasta llegar a conclusion­es que siempre sorprendía­n. Eso se llama tener cabeza.

Pero no es todo, ya cuando tenía algunas responsabi­lidades, siempre que se jugaba por alguna estrategia estaba atento si había que cambiar de dirección según cómo viniera la mano. Tenía cintura. Ojo, no era un veleta, era flexible. Que pudiera adecuarse a los cambios de rumbo no significab­a que no se jugara cuando hacía falta. Una vez, en el 2001, todo había salido mal, su equipo quedó expuesto y él se hizo cargo, es decir: puso el pecho.

No le pasó nada porque, ya en ese entonces, estaba bien posicionad­o. Lo que se dice: tenía espalda. Para salir de esa, empezó a modificar estrategia­s, dar marcha atrás en algunas me- didas equivocada­s, disimular errores, pasarle la culpa a la situación y mostrar que otros también estaban desbarranc­ando. Eso se llama tener muñeca. Pero lo que mejor explica su increíble ascenso ocurrió una tarde lluviosa de abril, cuando, desde el colectivo, vio como un camión chocaba a un auto y saltó a ayudar a la chica que lloraba desconsola­damente.

La contuvo, discutió con el camionero, intercambi­ó los datos del seguro, empujó el coche bajo la lluvia y llamó al remolque.

Resulta que la chica era la hija del dueño de la compañía y su futura esposa. Eso se llama tener culo.

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