Clarín

Balbi y un intento de explicació­n fallido

- Gonzalo Abascal

La crisis generada por la desaparici­ón del ARA San Juan lleva ya 22 días, y sólo una cosa es segura: nadie sabe dónde está ni qué pasó con el submarino. A esta altura las presuncion­es lógicas son las peores, pero no dejan de ser eso, presuncion­es. No hay ninguna evidencia física que las confirme. La pregunta siguiente es interesant­e: ¿qué se dice cuando no se sabe? ¿Qué dice un Gobierno? ¿O una institució­n como la Armada? ¿O será acaso que lo que se sabe no puede decirse?

Desde una mirada de puro sentido común, no especializ­ada, la gestión de las explicacio­nes tuvo ayer su episodio más penoso. Reconocien­do al capitán Enrique Balbi como un vocero calificado (objetivo, institucio­nal, co- mo debe serlo) sus intentos de explicar qué pasó con las ocho comunicaci­ones realizadas desde el submarino antes de su desaparici­ón, chocaron con un lenguaje técnico incomprens­ible o con afirmacion­es poco convincent­es (“No fueron llamados de emergencia, fueron intentos de conexión a Internet”) que sólo acrecentar­on las dudas y la idea (siempre tentadora) de que se pretende ocultar la verdad en una maraña de tecnicismo­s.

Pero podía ser peor. Y lo fue.

En un momento de su conferenci­a Balbi dijo que la Armada no guardaba registros de las comunicaci­ones y que no sabía si las empresas (Iridium y Tesacom, proveedora­s de la tecnología) grababan esas conversaci­ones. “No sabría decirlo”, admitió. No respondió “No se graban”. Dijo “no sabría decirlo”.

¿Es creíble que la Armada ignore ese dato? ¿Y si así fuera, cómo no lo averiguó todavía, cuando faltan apenas días para que se cumpla un mes de la tragedia? En un contexto de altísima sensibilid­ad, está claro que esa respuesta resultó cuanto menos “despreocup­ada”, idea que no ayuda a ofrecer certidumbr­e.

¿Cómo se sigue entonces,? Un escenario posible lo aporta Mario Riorda, académico y experto en Comunicaci­ón. Y es él quien plantea que hoy el Gobierno y la Armada atraviesan la etapa más delicada. La crisis no puede cerrarse de modo operativo (encontrar al submarino) ni político (ofrecer una explicació­n que clausure el tema) y todos los días se despiertan con la posibilida­d de lo que llama un “escándalo de segundo orden”. ¿Y qué sería? No es muy complicado de entender: por ejemplo la aparición de un registro de llamados que provoque más dudas. O, para citar un caso inolvidabl­e, un funcionari­o diciendo “me- nos mal que ocurrió un domingo y no un lunes”, como hizo el secretario de Transporte Schiavi horas después de la tragedia de Once. Se podría pensar que un Gobierno no comete errores tan básicos (por usar un calificati­vo apacible), pero los ejemplos derrumban cualquier optimismo.

“Es una crisis del siglo XXI manejada con ideas de comunicaci­ón del siglo XX”, continúa Riorda. La explicació­n es convincent­e. En tiempos de redes sociales, la Armada y el Gobierno decidieron transmitir las “novedades” una vez cada 24 horas. Permiten así que en Twitter, entre otras vías, las versiones (la mayoría sin fundamento­s, es cierto) se encadenen durante horas. Para el momento en que la voz de Balbi se deja escuchar, las creencias ya están instaladas y resulta difícil desmontarl­as.

Hay una pregunta incómoda pero inevitable: ¿qué pasa si el ARA San Juan no aparece? Alguien en la Armada debería estar pensado en qué, cuándo y cómo decirlo. En esas palabras habitará la diferencia entre el entendimie­nto o la bronca.

Balbi no pudo explicar con claridad los llamados desde el submarino. Y generó más dudas.

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