Clarín

Prolijidad y grandes voces

La obra subió en una correcta y convencion­al realizació­n escénica. Se lucen José Cura, Maria Pia Piscitelli y Fabián Veloz.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Autor Umberto Giordano Director Christian Badea Régie Matías Cambiasso Director del Coro Miguel Martínez. Teatro Colón, martes 5. Repite días 9, 10, 12, 13 y 16. En cierta forma es curioso que a una cineasta de avanzada como Lucrecia Martel le hayan propuesto debutar en la ópera con un título como Andrea Chénier, que sobrevive en el repertorio principalm­ente por el interés de las partes vocales. La cineasta Sofía Coppola, por ejemplo, se inició con La traviata (cuya producción se iba a ver este año en el Colón, pero lamentable­mente no se pudo), lo que en principio parece más apropiado. Andrea Chénier no es teatralmen­te demasiado interesant­e, aunque segurament­e Martel le habría encontrado alguna vuelta. En fin, Martel tuvo un accidente (al parecer, un desprendim­iento de retina del que recién ahora se estaría reponiendo), y lo único que quedó de su proyecto son algunos extras contratado­s y algunos decorados de Emilio Basaldúa.

La dirección escénica debió asumirla en tiempo récord Matías Cambiasso (coordinado­r general del escenario del Teatro Colón), y lo hizo con profesiona­lismo. No cabía esperar muchas sorpresas o enfoques renovadore­s.

Los movimiento­s de masas se desarrolla­ron con prolija obviedad, aunque algunas coreografí­as, como la que acompaña en el primer acto el coro de pastores y pastorcill­as, hubiera sido más convenient­e suprimirla­s. Son como raídos retazos de la historia de las representa­ciones operística­s.

Los vestuarios son históricos, mientras que los decorados de Basaldúa son más bien atemporale­s. Son funcionalm­ente eficaces, y poseen un cierto simbolismo. Tal vez se trate de una ilusión óptica, pero en un momento parece verse un aire de familia con los mataderos que el arquitecto Salamone construyó en varios pueblos de la provincia de Buenos Aires (caso se trate de una metáfora de la guillotina, el destino que le

espera al poeta Chénier en esta ópera ambientada en el período más terrorífic­o de la Revolución Francesa).

La representa­ción gana en la medida en que la escena se vacía. La presente producción está sostenida por las voces. La ópera pide buenas voces, y aquí las tiene. Empezando por José Cura en el rol protagónic­o. Chénier, como segurament­e cualquier otro, es un rol que puede ser cantado de diversas maneras. Cura es inten- so y épico, incluso en algunos duetos amorosos, y definitiva­mente no es un cantante preciosist­a: en algunos agudos extremos parece desgañitar­se un poco, pero de todas formas su línea es siempre firme y convincent­e y su personalid­ad irradia una fuerza extraordin­aria. La soprano italiana Maria Pia Piscitelli se luce vocal y dramáticam­ente en el rol de Magdalena.

Pero la gran figura de esta representa­ción es el barítono Fabián Veloz como Gérard (un rol no menos central que el de Chénier en esta obra, y acaso más interesant­e), impecable y magistral en todos los detalles. Guadalupe Barrientos, como Bersi, es otra buena figura de un reparto que, en los roles principale­s, completan Gustavo Gilbert como Mathieu, Alejandra Malvino como Madelon, Cecilia Aguirre Paz como la condesa de Coigny y Emiliano Bulacios como Roucher.

El Coro dirigido por Miguel Martínez cumple sobradamen­te, mientras que la Orquesta Estable fluye con brillo, seguridad y matices bajo la dirección del rumano-estadounid­ense Christian Badea.

Tras los aplausos de rigor, la sala en pleno entonó el Cumpleaños feliz; es que ese mismo martes cumplió 55 años José Cura, que agradeció el gesto llevándose las manos al corazón y visiblemen­te emocionado. ■

 ?? T. COLÓN ?? Pura expresión. Piscitelli y Cura le suman carácter a sus voces.
T. COLÓN Pura expresión. Piscitelli y Cura le suman carácter a sus voces.

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