Clarín

Los pequeños Tartufos del kirchneris­mo

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Sire, siendo el deber de la comedia corregir a los hombres divirtiénd­olos, he creído que, siendo este mi oficio, no tenía nada mejor que hacer que atacar con pinturas ridículas los vicios de mi siglo, de los cuales la hipocresía es uno de los más corrientes y molestos.” (Del primer plácet presentado al rey Luis XIV por Molière, 16221673, autor de Tartufo o El Impostor)

Un grupo de intelectua­les y otros cuadros K abandonaro­n ya el mes pasado el silencio de sus palacios cortesanos. Desde 2008 elaboraron veinticuat­ro crípticas Cartas Abiertas en vehemente defensa de Cristina Kirchner. A un sector de ellos esos mamotretos presuntuos­os e interminab­les les significar­on un exilio dorado: saltaron de modestos ingresos por sus cátedras universita­rias a las canonjías del poder “estratégic­o y nacional” que negociaron en las catacumbas kirchneris­tas.

Ahora, prepárense para escucharlo­s en sus berrinches luego del pedido de desafuero y detención de Cristina Kirchner, acusada por Bonadio de “traición a la Patria” debido al polémico acuerdo con Irán, que llevó a la muerte al fiscal Nisman, su primer acusador. En ese cenáculo ultra K ya habían dado pistas con su pronunciam­iento de noviembre: “La República cruje: la democracia y el pluralismo están en peligro”, documento presentado en el Congreso, en una convocator­ia encabezada por Raúl Zaffaroni, quien arengó al kirchneris­mo residual presente, con Leopoldo Moreau en primera fila: “Debemos reaccionar, basta de depresión”. En sintonía con el discurso de la ex Presidenta advirtiero­n sobre el “deterioro del Estado de derecho”. Ayer, Cristina se defendió en un remedo de sus cadenas nacionales, con patético entorno político.

En confianza, todos son Tartufitos: criaturas menores del personaje de Molière, impostores, ladinos y mediocres. Siguen hablando de “discurso único y medios hegemónico­s” como si hablasen de ellos mismos, pero acusando a otros. Monopoliza­ron la palabra y llegaron a disponer de un holding de medios con plata del Estado. Una cita del documento mencionado es antológica: “Los corruptore­s primero corrompen y luego usan a los corrompido­s para alardear de impolutos, cuando tan delincuent­e por cohecho es el que ofrece como el que recibe”. Los Tartufos modernos pasaron de negar la corrupción como “invento de los medios hegemónico­s” a admitirla y más aún, a sentirse víctimas de ella. ¿No es genial? Es cierto que para bailar un tango se necesitan dos, pero hay que distinguir al autor de la música y de la letra de los que salieron a la pista a bailar la danza de la hipocresía. La crítica de Tartufo fue una hipérbole tan sutil que el poder no la resistía. De allí los plácet (pedido de aceptación) que al autor le hizo a Luis XIV, rey absolutist­a, pero obstinado contra la nobleza parasitari­a de Versalles, y amigable con toda manifestac­ión de arte. El último talento de Molière fue el epitafio que mandó poner en su tumba: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”.

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