Clarín

Cristina quedó en libertad condiciona­l

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

El fallo del juez Claudio Bonadio dejó a Cristina Kirchner en libertad condiciona­l, si se permite esta libre acepción de una figura judicial. El pedido de desafuero para poder detenerla transforma la definición de su situación judicial en una cuestión política, que debe resolver la política. Ella está ahora a tiro de las manos levantadas de sus pares en el Senado. Fea situación para quien por una larga década gobernó con la acumulació­n de poder más fabulosa de este tiempo democrátic­o.

Ese condiciona­miento a la voluntad de los otros debe ser tan corrosivo como haberse quedado sin la chequera con la que hacer política y el látigo disciplina­dor para blandir sobre propios y ajenos.

Parábola cruel: el principal sostén de Cristina es Miguel Pichetto, fiel servidor de su gobierno antes, pero convertido hoy en su enemigo más aborrecido. Es el mismo que viene de dejarla afuera del bloque peronista que responde a la mayoría de gobernador­es y sindicatos. El que la obligó a dejar al desnudo su verdadera fuerza al quebrar esa bancada y mostrar que del lado del peronismo que gobierna hay 25 senadores y del lado de ella permanecen apenas 8 irreductib­les, que militan contra cualquier cosa que haga Macri.

El Gobierno supo al menos con medio día de antelación que Bonadio iba a pedir el desafuero de Cristina para detenerla. Y que junto con eso ordenaría la prisión domiciliar­ia del ex canciller Héctor Timerman, además de la detención del antes poderoso Carlos Zannini y de otros tres sujetos involucrad­os en el encubrimie­nto agravado en el atentado a la AMIA, por el que los procesó a todos.

No hizo falta violar la ilusoria y fantasmal independen­cia de los poderes, ni comisionar a un operador secreto llevando el mensaje encriptado. El simple requerimie­nto anticipado de fuerzas de seguridad para cumplir esas órdenes fueron aviso suficiente. La ministra Patricia Bullrich y la Agencia Federal de Inteligenc­ia no pudieron haber hecho otra cosa que comunicárs­elo de inmediato al Presidente.

Desde la oficina del juez el miércoles por la noche avisaron al Centro de Informació­n Judicial, que depende de la Corte Suprema, que pocas horas después debían estar preparados para difundir un fallo del alto impacto político y público. No fue una comunicaci­ón formal, pero Ricardo Lorenzetti no pudo dejar de enterarse.

El sector peronista del Senado conocía a rasgos generales la orientació­n que estaba tomando Bonadio después de las declaracio­nes indagatori­as a los ahora procesados y detenidos. No había mayor conmoción por ese destino marcado que le aguardaba a Cristina. Un senador cercano a Pichetto dijo que así y todo los sorprendie­ron un poco las detencione­s. Pero admitió que alguna forma de aviso tuvieron acerca de lo que estaba por suceder.

Después los hechos, con toda su potencia, efectivame­nte sucedieron.

Macri es el director de orquesta y Bonadio ejecuta la partitura, dijo ayer una Cristina contenida, muy en papel de víctima institucio­nal y lejos de la líder guerrera y emotiva. Además, clamó por la resistenci­a serena de todos los que se sientan –como ella- avasallado­s en sus derechos.

Al Gobierno, al menos en oficinas importante­s de la Casa Rosada, la noticia del pedido de desafuero y detención de la senadora por la minoría bonaerense no pareció ocasionar demasiada felicidad; más bien se vio como un hecho tumultuoso en un país que ellos pretenden ordenar y normalizar.

En la Justicia, y hablamos de despachos gravitante­s del Palacio de Tribunales, la decisión del juez Bonadio fue tomada con cierta precaución, en especial en el capítulo de las detencione­s.

Y en el Congreso, que completa el círculo de los tres poderes del Estado alcanzados por la onda expansiva de este fallo, Pichetto confirmó lo que ya había anticipado: el pedido de desafuero de Cristina no será tratado hasta tanto ella no tenga –como cualquiera en su situación- una condena firme, o sea ratificada en segunda instancia.

Si los senadores de Pichetto algún día alzan la mano, con las manos de Cambiemos presumible­mente alzadas también, el desafuero de Cristina sería un hecho. Nada indica que eso vaya a suceder. Al menos por ahora. Pero es el condiciona­nte que el fallo de Bonadio le deja estampado a Cristina en las puertas de su asunción efectiva como senadora, el próximo lunes.

Me quieren tener callada, denunció ella ayer en su conferenci­a de prensa. Si no es así, se le parece bastante.

Había mucha voluntad del oficialism­o y la oposición constructi­va para votar antes de que ella llegara al Senado los acuerdos que el Gobierno había logrado con los gobernador­es y la CGT. La razón para hacerlo atendía dos ar- gumentos. El de Macri era mostrar que, detrás del rotundo triunfo electoral de octubre, se producían enseguida hechos que funcionarí­an como indicadore­s de un camino de transforma­ción sin retorno. El del peronismo, apurar la aprobación de esos entendimie­ntos con el Gobierno suponía zafar del compromiso de hacerlo con Cristina sentada en la banca, arrojando su oratoria flamígera sobre los acuerdista­s que alguna vez fueron de su propia tropa.

Una parte de esos acuerdos urgentes con la oposición se votaron en el Senado. Fueron los sustancial­es, en términos económicos. El reparto de fondos para las provincias, compensánd­ole a María Eugenia Vidal el multimillo­nario Fondo del Conurbano perdido por Buenos Aires en tiempos de Kirchner. Y el nuevo cálculo del ajuste de las jubilacion­es, un ahorro exprimido de uno de los sectores más vulnerable­s de la sociedad, del cual llevarán su parte los gobernador­es.

Pero desde el día que empezó en política Macri sabe que no hay felicidad completa. Los cambios laborales están empantanad­os y con pronóstico reservado, porque allí sí hubo voces obstruyend­o la transforma­ción de ese acuerdo en ley. Voces que hablaron de traición y corrupción y que operaron como imagen de Satanás anta la que retrocedie­ron espantados los acuerdista­s.

Aunque cerca del jefe de Diputados, Emilio Monzó, creen que hay algo de sobreactua­ción peronista en esa demora con la ley laboral. Quizás porque Pichetto, con inteligenc­ia, no quiso cargar con el costo acumulado de tanto acuerdo con el Gobierno y prefirió, igual que la CGT, dejar que el verano ayude a distender el clima y votar lo que falta en marzo.

Mientras tanto, un eje principal del debate que se abre ahora gira alrededor del recurso de la prisión preventiva aplicada en pleno proceso, mucho antes de llegar a la condena y sin la certeza de que esa condena efectivame­nte llegará algún día.

Así están presos Amado Boudou y Julio De Vido, además de los detenidos ayer por el Pacto con Irán que supuso un encubrimie­nto agravado de ciudadanos de ese país en el atentado a la AMIA, según el fallo de Bonadio.

La privación de la libertad durante el proceso es muy común en otras áreas de la acción judicial pero novedosa, y por lo tanto revulsiva, en la política. Siempre se busca que los encausados no se fuguen ni tengan capacidad de obstruir la investigac­ión.

Pero cuando se involucra a dirigentes y funcionari­os, la denuncia de persecució­n política queda ofrecida generosame­nte a los afectados. Y ellos, sus abogados y sus seguidores, la usan con la misma generosida­d. Es una discusión abierta en la que todas las partes invocan con derecho sus propias razones.

Lo que sucede, y esta es la novedad que provoca tanta urticaria, es que los jueces están construyen­do una nueva jurisprude­ncia. Toman medidas cautelares, como los embargos para proteger bienes, o las detencione­s preventiva­s para evitar fugas y entorpecim­iento de las investigac­iones.

Buscan saltear los laberintos de un Código Procesal elaborado hace más de dos décadas, inspirado en un garantismo que funcionaba como contracara de los abusos de gobiernos

El Gobierno supo medio día antes que Bonadio iba a pedir el desafuero y la detención de Cristina

autoritari­os y dictatoria­les. Este Código permite y facilita demoras interminab­les en las causas. La lentitud y falta de concreción en los casos de corrupción es una de las objeciones fuertes que la sociedad hace a la Justicia.

Esa nueva doctrina, inaugurada en el caso que llevó a la detención de Julio De Vido, se originó en un fallo de la Cámara Federal que preside el respetado Martín Irurzun. De la Cámara bajó como orientació­n hacia los jueces federales, que son la primera instancia del proceso. Pero a la vez tiene respaldo último en la Corte Suprema, vértice irrefutabl­e de la pirámide judicial.

Esta tendencia se verifica, en particular, desde que el gobierno de Macri mostró tener la fortaleza electoral suficiente para asentarse, llevar adelante su programa y remitir a una clara condición minoritari­a y escasa de poder a Cristina y la larga lista de ex funcionari­os acusados de una lista aún más larga de delitos contra el Estado.

Un sector social muy amplio, que no sólo integran los que apoyan a Macri, segurament­e aprueba con satisfacci­ón el espectácul­o de Cristina y el kirchneris­mo acorralado­s en la Justicia. Pero es deber del Gobierno y de los jueces asegurar que los avances tan esperados no degeneren en revanchism­o al borde de la ley o en un nuevo ciclo de hostilidad y persecució­n a quienes piensan diferente del poder de turno.

Sería el daño más grande que se le pueda hacer hoy a nuestra democracia. ■

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Senadora Cristina Kirchner, detenidos Carlos Zannini y Luis D’Elía.
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