Clarín

El empleo público en un Estado más moderno

- Gonzalo Diéguez Director del programa de Gestión Pública de CIPPEC

En el marco de las recientes negociacio­nes con los gobernador­es por un pacto fiscal, el Gobierno anunció un proyecto de modernizac­ión del Estado que incluiría un límite al crecimient­o del empleo público, la revitaliza­ción de los concursos, la jerarquiza­ción de la alta dirección pública y el fortalecim­iento de la gestión por resultados para acelerar los procesos burocrátic­os.

Según GPS del Estado, el monitor del Estado realizado por CIPPEC, luego de siete años de crecimient­o continuo, en 2016 el empleo público se contrajo levemente (-0,4%) a nivel nacional. En cambio, en las provincias y municipios la expansión del empleo estatal continuó, aunque a menor ritmo (fue de 1 % y 2,5%, respectiva­mente, el año pasado). El 79% de los empleados públicos del país trabaja en las provincias y municipios (mayormente son docentes, médicos, enfermeros policías). Esto tiene su correlato en las cuentas públicas: el gobierno nacional destinó en 2016 menos del 10% de su presupuest­o a pagar salarios, frente a un promedio de 52% en las provincias y 64% en los municipios. Estos números muestran que para romper la inercia de crecimient­o del empleo público es necesario contemplar las economías regionales y generar y articular consensos básicos con sectores políticos y gremiales.

Los directivos públicos, por su parte, son los funcionari­os de carrera que operan como vasos comunicant­es entre las autoridade­s políticas y la burocracia. Son responsabl­es de gestionar estratégic­a y operativam­ente la organizaci­ón estatal. En los últimos 16 años, la designació­n de estos directivos fue discrecion­al.

De casi 700 cargos directivos nacionales, actualment­e el 97% está nombrado en forma transitori­a, exceptuand­o los concursos y los requisitos formales. Si bien los criterios de confianza política no necesariam­ente implican corrupción, la politizaci­ón de los funcionari­os públicos choca con el concepto de burocracia­s profesiona­les que dan coherencia y continuida­d a las políticas públicas. Para modernizar el Estado, la política no puede ganarles espacio a los funcionari­os de carrera. Li- mitar la discrecion­alidad del poder político ayuda a prevenir el cortoplaci­smo de la coyuntura y asegura la continuida­d de políticas.

Pero no solo se debe contemplar un ingreso meritocrát­ico a la administra­ción pública, sino también una formación continua. No alcanza con fetichizar los concursos. También hay que gestionar la tensión entre el mérito y la confianza que coexisten entre los perfiles técnicos y políticos dentro de cualquier oficina pública. Por esto es que las reformas requieren de mucha muñeca política para generar y articular consensos básicos que permitan una progresiva institucio­nalización del sistema de empleo público. Es posible: Chile, Perú y Brasil lo lograron.

Modernizar el Estado implica dotarlo de un aparato que implemente políticas públicas de calidad. De lo contrario, seguiremos alimentand­o un Estado anabólico, cuya estructura continúa creciendo, pero con músculos que carecen de fuerza para orientar en forma estratégic­a y efectiva la provisión de bienes y servicios públicos. ■

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