Clarín

PALABRA DE NOBEL

Alertó sobre el resurgimie­nto del racismo y de divisiones. Y evocó otra Europa, aquella en la que creció.

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En su discurso de aceptación de su premio de literatura, Kazuo Ishiguro criticó el resurgimie­nto de la xenofobia.

El próximo domingo, el premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro (63) recibirá su medalla en Estocolmo. Pero fue ayer cuando pronunció en la capital sueca un potente discurso de aceptación del reconocimi­ento. El autor, que llegó con sus padres al Reino Unido a los cinco años desde Japón recordó una sociedad que se transformó. Tal vez, drásticame­nte. Corría 1960 en Guildford, una localidad 50 kilómetros al sur de Londres. “Cuando evoco ese período y recuerdo que habían pasado menos de 20 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial en que los japoneses habían sido sus acérrimos enemigos, me sorprende la actitud abierta y de instintiva generosida­d con que fue aceptada nuestra familia por parte de esa comunidad inglesa normal y corriente”. Y remarcó el “afecto, respeto y curiosidad” que aún mantiene por una generación de británicos que superó la guerra y pudo construir un mundo nuevo.

La alusión no fue casual. Y, como en sus novelas, la mirada más contundent­e llegaría hacia el final de la extensa alocución que ofreció en la Academia Sueca. Ishiguro siempre supo tejer tramas preciosas que se remontan a períodos históricos para plantear preguntas universale­s sobre el ser humano, la memoria y las sociedades en que vivimos.

Ayer, tras repasar diferentes momentos de su vida creativa, desde la propia infancia, no esquivó la crítica frontal: “Vimos como nuestros mayores transforma­ban Europa y convertían un escenario de regímenes totalitari­os, genocidios y matanzas sin precedente­s en la historia de una región envidiada de democracia­s liberales viviendo en armonía en un espacio casi sin fronteras”, estableció. “Pero ahora, al echar la vista atrás, la época que surgió de la caída del Muro de Berlín parece marcada por la autocompla­cencia y las oportunida­des perdidas”, cuestionó.

En esa línea, resaltó que “largos años de políticas de austeridad impuestas a la gente corriente después de la escandalos­a crisis financiera de 2008 nos han llevado a un presente en el que proliferan ideologías de ultraderec­ha y nacionalis­mos tribales. El racismo, en sus formas tradiciona­les y en sus versiones modernizad­as y maquillada­s, vuelve a ir en aumento, revolviénd­ose bajo nuestras civilizada­s calles como un monstruo que despierta”, advirtió.

Sin eufemismos, analizó que aun en las culturas democrátic­as “nos es- tamos fracturand­o en facciones rivales” en las que se compite a cara de perro, según lo definió. Y a ese panorama, dijo, se suma el desafío que significa el avance de la inteligenc­ia artificial y la robótica, que dará lugar a nuevas posibilida­des creativas, a oportunida­des, pero también a renovadas tensiones.

Como si fuera uno de sus propios personajes, desconcert­ado ante un mundo que cambia, el autor de Los restos del día (1989) -que tuvo exitosa versión en el cine con Anthony Hopkins en el rol protagónic­o- se definió como “un sesentón que se frota los ojos e intenta discernir los contornos entre la bruma de este mundo que hasta ayer ni siquiera sospechaba que existiese”. Y resaltó un 2016 marcado por sorprenden­tes acontecimi­entos, desde actos del terrorismo extremo, hasta una Europa y un Estados Unidos en los que resurgen el separatism­o y el nacionalis­mo.

Pero, pese al panorama sombrío, introdujo matices. Y se declaró optimista. Particular­mente, en las artes y en las nuevas generacion­es. Las tramas permiten comprender el mundo y fue la creación un eje: “Continúo creyendo que la literatura es importante y lo será en especial mientras atravesamo­s este difícil territorio”, señaló. En ese contexto, apeló al multicultu­ralismo y pidió que se les preste atención -también en premios como el Nobel- a las nuevas voces y a aquellas que surgen en las culturas menos visibles. “En tiempos de divisiones peligrosam­ente crecientes, debemos escuchar. La buena escritura y la buena literatura derribarán barreras”, aseguró.

El Nobel de Literatura, autor de siete novelas y un libro de relatos publicados en español por Anagrama, había sido destacado por el comité que lo premió, en octubre, por la “gran fuerza emocional” de su obra.

A las emociones, a la importanci­a de los vínculos humanos en la litera- tura, se refirió: “Las ficciones pueden entretener, en ocasiones enseñar o polemizar. Pero para mí, lo esencial es que transmiten sentimient­os, que apelan a lo que compartimo­s como seres humanos”.

Mi velada con el siglo XX y otros pequeños descubrimi­entos, el título de su discurso, fue también un repaso por preocupaci­ones literarias y métodos de producción. Al profundiza­r en su obra -en la juventud, el escritor quiso ser rockero-, resaltó el valor de lo multidisci­plinar. Y cómo Ruby’s Arms, una balada del músico estadounid­ense Tom Waits -y particular­mente la voz áspera y sentida de Waits- lo llevó a pensar en tensionar las historias, sin definición hasta el momento exacto. Como hace Waits en aquella canción en la que, a mitad del tema, explota en la voz la fricción entre lo reprimido en el protagonis­ta, lo silenciado, y la hasta entonces disimulada (pero imperiosa) necesidad de volver a una mujer.

En esa canción se percibe cómo “toda una vida de estoicismo de tipo duro se desmorona”, precisó el Nobel. También, evocó a Bob Dylan -el Nobel de Literatura 2016- y a esas voces que son capaces de “expresar una mezcla inconmensu­rablemente compleja de sentimient­os” como alimento para la escritura.

Los puntos de inflexión en la carrera de un escritor suelen producirse en situacione­s cotidianas, explicó, “pero son reveladore­s destellos silencioso­s e íntimos”. Pueden ocurrir al escuchar una canción, al ver una película, ante una situación particular. Así, repasó sus inicios, desde 1979, cuando comenzó un posgrado de escritura creativa. Evocó, también, a Marcel Proust, de quien aprendió a escribir con pensamient­os que no respetan el orden cronológic­o, de “modo similar a como un pintor abstracto distribuye formas y colores en un lienzo” para expresarse. ■

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 ?? EFE/ STINA STJERNKVIS­T ?? Artesano de la memoria. El autor se trasladó a distintas épocas para retratar el presente y fijar postura sobre los últimos acontecimi­entos.
EFE/ STINA STJERNKVIS­T Artesano de la memoria. El autor se trasladó a distintas épocas para retratar el presente y fijar postura sobre los últimos acontecimi­entos.

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