“Baila como escribiendo poesía en el aire”
Natalia Magnicaballi vive viajando por todo el país con el ballet de Suzanne Farrel y el de Arizona. Cuenta que en los vuelos usa medias de compresión para evitar que sus pies se hinchen, ya que muchas veces va desde el aeropuerto al teatro sin escalas y las zapatillas de punta no le entrarían. En estos últimos días, por ejemplo, bailó en Florida, estuvo un día en Washington, pasó por Nueva York y volvió a esta capital para bailar jueves, viernes y sábado en el Kennedy Center varias obras del coreógrafo ruso George Balanchine.
“Tengo en mi repertorio más ballets de él bailados que las principales bailarinas del New York City Ballet, que es la compañía creada por el propio Balanchine”, cuenta Natalia. “Los medios dicen que hago muy bien eso. A mí me encanta, porque bailar un ballet de Balanchine es satisfacción pura. Pero también me gusta Giselle, El lago de los cisnes, Don Quijote y todos los clásicos con los que me formé”.
Algunos de los críticos especializados han dicho que Natalia “baila con energía y suavidad, como si estuviera escribiendo poesía en el aire”; que es “hielo que quema”; “que tiene una gran conexión con la audiencia” y “la postura de una reina, el espíritu de una gitana y el alma de una sílfide”.
Para mí el disfrute está cuando salís al escenario y bailás para la gente. No te diría que es un alivio, pero es cuando das todo. Es un placer”.
Vengo de una familia pobre, con una mamá dedicada a los hijos y un papá que trabajaba muchísimo. A mí me gustaba bailar, pero no lo podían pagar”.
Siempre agradecí estar en la compañía de Julio Bocca y me abrió un montón de puertas, pero decidí que ya había tocado un techo”.