Clarín

Los fugaces “romances” de colectivo

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Apenas subís, te parece que miró… pero no tenés total seguridad. Fue un segundo, una milésima impercepti­ble en la que levantaste los ojos y (te parece) bajó los suyos. Imaginás que te fichó cuando pasabas la Sube, o cuando no te dabas cuenta, antes de subir.

Realmente sentís que te vio de la misma manera que lo hiciste vos, pero no tenés ninguna seguridad. No da clavarle la mirada has- ta que levante la vista, es demasiado agresivo y te faltan pruebas de su interés. Pero, por si acaso, te quedás cerca de su asiento.

Relojeas de vez en cuando para hacer un segundo reconocimi­ento. Edad ideal, buen pelo, mucha onda, rasgos marcados. Nada que no te guste. “Podría ser”. Pensás que de la misma manera que te gusta, vos le podrías gustar. “Esas cosas pasan”, te alentás.

Fingís indiferenc­ia y distracció­n para no mostrar el juego. Mirás de vez en cuando pero no lográs hacer contacto visual. “Tal vez no me esté mirando nunca”, pensás. Claro que existe la posibilida­d de que, de la misma ma- nera que lo hacés vos, intente mirar sin despertar sospechas.

Necesitarí­as más certezas para acercarte e intentar un diálogo. “Así, no da”. Por momentos sentís que está tan consciente de tu presencia como vos de la suya. Al siguiente segundo, te convencés de que no.

De pronto, se levanta y toca el timbre. Al llegar la parada, se baja como si nada. Todo era una fantasía. Agradecés no haber dado un paso en falso. Mirás hacia afuera y ves como llega a la vereda, se da vuelta y te mira. El colectivo arranca y se aleja.

Ya es tarde para todo.

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