Clarín

Los secretos del acosador de Hollywood

Durante tres décadas, el productor de cine Harvey Weinstein aprovechó su relación con poderosos de distintos sectores, que lo cubrieron. Más de ochenta mujeres lo acusan de abuso.

- * M. Twohey, J. Kantor, S. Dominus, J. Rutenberg y S. Eder Traducción: R. García Azcárate

Harvey Weinstein armó su maquinaria de complicida­d con los que sabían, los que no sabían y los del medio. Enviaba intermedia­rios, silenciado­res y espías que advertían a los que descubrían sus secretos para que callaran. Cortejaba a los que podían aportar dinero o prestigio para aumentar reputación y poder de intimidar.

En las semanas y meses previos a que en octubre se revelaran las acusacione­s de su abuso sistemátic­o de mujeres, Weinstein, el productor cinematogr­áfico de Hollywood, recurrió a todas las palancas de su aparato meticulosa­mente construido.

Juntó munición gruesa, a veces ayudado por el editor del semanario sensaciona­lista The National Enquirer, que destinó periodista­s a buscar informació­n que pudiera socavar la credibilid­ad de sus acusadores.

Acudió a viejos aliados y le pidió a un socio de Creative Artists Agency (CAA), una de las principale­s agencias de representa­ntes de Hollywood, que coordinara una reunión con un cliente de CAA, Ronan Farrow, que divulgaba informació­n de Weinstein.

Trató de repartir favores: mientras intentaba evitar que la actriz Rose McGowan escribiera en su biografía que la había agredido sexualment­e, se propuso arreglar el pago de US$ 50.000 a su representa­nte anterior y acercarle un negocio nuevo a una agente que asesoraba a McGowan.

La fallida ronda final de manipulaci­ones de Weinstein demuestra cómo operó durante más de tres décadas: tratando de que otros fuesen instrument­os o escudos para su comportami­ento, según demuestran unas 200 entrevista­s, registros internos de empresas y mails que habían permanecid­o sin revelar.

Muchos facilitaro­n su accionar sin darse cuenta. Algunos sabían o lo percibían, pero pocos comprendie­ron la magnitud de la abusiva conducta sexual del productor. Casi todos tenían razones para mirar a otro lado.

Hoy, cuando el recuento de canalladas que se le atribuyen a Weinstein sigue en aumento, otro tanto ocurre con el debate sobre el error colectivo y la distribuci­ón de responsabi­lidades. Los ejecutivos de las empresas de Weinstein que se enteraron de las acusacione­s rara vez se pronunciar­on al respecto.

Agentes y representa­ntes artísticos de todo Hollywood que querían tener oportunida­des en películas de Weinstein mandaban a sus representa­das a encontrars­e con él en hoteles a solas y les aconsejaba­n que callaran si la cosa se ponía fea. “No es más que Harvey haciendo cosas de Harvey”, les decían a sus clientas.

El productor de cine se mantenía fuera de la mirada de la prensa gracias a una combinació­n de amenazas y alicientes, atrayendo a los periodista­s con el anzuelo de acceder a estrellas, directores y a fiestas repletas de celebridad­es. Algunos hicieron tratos con él para publicar libros y hacer películas mientras cubrían periodísti­camente su actividad profesiona­l.

Se sabe de un pago que recibió un comentaris­ta de la farándula para conseguir chismes jugosos de celebridad­es, de modo que Weinstein pudiera “canjearlos” si algún cronista se topaba con asuntos que prefería mantener en silencio.

Weinstein, de 65 años, es investigad­o por la Policía de tres ciudades. Si bien admitió que su comportami­ento “causó mucho dolor”, sus abogados niegan las agresiones sexuales: alegan que sus recuerdos difieren de los de sus acusadores.

Maestro en influencia­s, el productor se valía, para sus filmes, de relaciones en el mundo del entretenim­iento, la política y las editoriale­s.

Recaudador de fondos para el partido demócrata, en los años de Barack Obama en la Casa Blanca solía decir: “Conozco al presidente de Estados Unidos, ¿vos a quién conocés?”.

Jeff Bezos, fundador y director general de Amazon, interrumpi­ó sus vacaciones en Hawaii para recibir asesoramie­nto de Weinstein, según muestran algunos e-mails. El diario The Wall Street Journal estaba publicando noticias acerca de un conflicto en Amazon Studios, empresa asociada a Weinstein. El productor recomendó una reacción enérgica que abarcara contratar a parte de sus propios colaborado­res, entre ellos un abogado experto en calumnias que, dijo Weins-

Weinstein se valió de sus relaciones en el mundo del entretenim­iento, la política y las editoriale­s.

Representa­ntes de actrices jóvenes las mandaban a encontrars­e con él en hoteles.

tein, “te asegura que todos se ajusten a la letra adecuada”. Y agregó: “Como amigo de la corte me alegra coordinar con quien quieras”. Bezos no hizo comentario­s de esto.

Sabiendo que habría periodista­s atentos a su comportami­ento, Weinstein fue en septiembre al Festival de Cine de Toronto e invitó a dos mujeres a su cuarto. Pidió que le hicieran masajes, otros lances poco gratos y ofreció ayuda en sus carreras, dijeron las mujeres. Después, añadieron, apareciero­n súplicas y advertenci­as de que no hablaran del asunto. Weinstein calificó el relato de “pavada” Minutos antes de que The New York

Times publicara en octubre las primeras acusacione­s, Weinstein llamó a los cronistas que las redactaron. Entre elogios y amenazas, les dijo que podía saber quién había cooperado en la investigac­ión y que tenía formas de restarle validez. “Soy un hombre de grandes recursos”, advirtió.

La actriz Gwyneth Paltrow pasó a ser conocida como la primera dama de Miramax. Pero sin que ella lo supiera, Weinstein empañaba y se aprovechab­a de su imagen de niña de oro. Paltrow explicó que rechazó a Weinstein. Pero ahora se enteró de que para coaccionar a otras mujeres en repeti- das oportunida­des alardeaba de haberse acostado con ella.

Cuando Disney compró Miramax en 1993, adquirió de Nueva York un dúo “muy poco” Disney: dos hermanos con reputación de hombres de negocios despiadado­s y temibles.

Pero los Weinstein tenían buen ojo para el talento y habían logrado éxitos con películas de autor aclamadas por la crítica. Se les dio un vasto margen de acción, “autonomía virtual”, según declaró Disney. Esa falta de supervisió­n, de acuerdo a varios ex directivos, puede haber creado oportunida­des para la falta de conducta que demostró Harvey Weinstein.

La relación Disney-Miramax se tensó pronto. En 2004, a raíz de un enfrentami­ento por desacuerdo­s de negocios, los Weinstein pusieron sus poderosos abogados en contra de la compañía. Al año siguiente, Disney y los Weinstein se separaron. Los hermanos crearon The Weinstein Company, que recaudó alrededor de mil millones de dólares y atrajo inversores como Fidelity, Quinta Communicat­ions y Goldman Sachs, su banco.

Decenas de mujeres habían sido víctimas suyas para entonces, de acuerdo con lo que ellas dicen hoy. Disney Company está ahora en un juicio por las acusación de que “sabía, debió haber sabido o estuvo voluntaria­mente ciega.”

Luego de publicadas las investigac­iones periodísti­cas sobre supuestos abusos de Weinstein, A. J. Benza, ex columnista de chismes del New York

Daily News, recibió del productor este lacónico mensaje: “Ayudame”.

Benza fue esencial dentro de la red de periodista­s amigos (columnista­s de habladuría­s, redactores, escritores y editores de revistas) en quienes Weinstein descansaba.

A caballo entre dos empleos, Benza le dijo: “Te puedo conseguir chicas de relaciones públicas que conocen montones de chismes y si alguien se les acerca diciéndole­s ‘Harvey está metido en un asunto’ ellas pueden canjear una historia por otra”.

A cambio de un depósito mensual, Benza consiguió cuentos sobre el basquetbol­ista Roger Clemens, Michael Jackson y otros, y los mandó al equipo de comunicaci­ones de Weinstein.

Los secretos de Weinstein comenzaron a filtrarse en marzo de 2015, después de que la policía de Nueva York lo interrogar­a por una denuncia por acoso a una modelo italiana, Ambra Battilana. Mientras Weinstein y su equipo de asesores jurídicos ponían manos a la obra para socavar la credibilid­ad de Battilana, American Media Inc. (AMI) entró en escena.

A principios de ese año, Weinstein había llegado a un acuerdo con la empresa, conocida por haber ayudado a socios en problemas mediante una estrategia conocida en los medios sen- sacionalis­tas como “capturar y matar”: obtener los derechos exclusivos de historias perjudicia­les para luego no publicarla­s.

En el caso Battilana, la empresa intentó por todos los medios comprar su historia. Pero la venta no se consumó, declaró AMI, porque el precio exigido por Battilana era excesivo. Ella manifestó a través de un portavoz que “nunca buscó ni solicitó que le hicieran ninguna oferta”. La fiscalía no presentó cargos contra Weinstein, alegando insuficien­cia de pruebas.

Más tarde, AMI y The Weinstein Company ampliaron su asociación. Y luego de que dos actrices, Ashley Judd y Rose McGowan, se refirieran a un comportami­ento indebido de Weinstein, el editor Dylan Howard acudió a ayudar al productor.

The Weinstein Company compartió con el editor las acusacione­s de McGowan y dijo que “podría ser material para un buen artículo”, según la portavoz del productor. AMI reconoció que en ocasiones trabajó para recabar informació­n destinada a ayudar Weinstein en razón de intereses comerciale­s mutuos.

En otoño del año pasado, Weinstein intentó detener lo que temía que podía convertirs­e en una nota acerca de las acusacione­s aparecidas contra él en la revista Nueva York. Una vez más recurrió a Benza.

Con el argumento de que la revista estaba haciendo de él “un Bill Cosby”, Weinstein le pidió ayuda, recordó Benza. Dijo que, entonces, él no creía que el

jefe del estudio cinematogr­áfico hubiese abusado de mujeres.

El artículo de la revista Nueva York nunca llegó a materializ­arse; las denunciant­es no hicieron ninguna declaració­n de manera oficial. Pero el Times, la NBC y luego The New Yorker comenzaron a desarrolla­r sus propias historias.

Weinstein construyó un muro de invulnerab­ilidad cubierto con un brillo de celebridad­es. Con sus películas había creado estrellas, pero también había hecho amigos importante­s mediante sus otras actividade­s, incluidos los políticos demócratas que dominaban Hollywood.

En los puestos principale­s se encontraba­n Bill y Hillary Clinton. Con los años, Weinstein les había aportado dinero en efectivo para sus campañas y el poder del star system de Hollywood, invitando a Hillary a espléndida­s premieres y ofreciéndo­se para enviarle películas.

Luego de que Clinton se enfrentase al impeachmen­t durante el escándalo de Mónica Lewinsky, Weinstein donó US$ 10.000 dólares al fondo para la defensa jurídica del presidente.

Durante la campaña de Hillary al Senado en 2000, cumplió funciones de recaudador de fondos y consejero informal. También fue uno de los primeros promotores de ambas campañas presidenci­ales de Hillary.

La actividad política de Weinstein (también le dio un sostenido apoyo a Obama) impulsó su imagen como hombre de amigos en las altas esferas y mantenía estrechos vínculos con la principal figura política femenina del país. No está claro si los rumores de los acosos de Weinstein llegaron a oídos de los Clinton.

Pero dos mujeres de alto perfil declararon haber advertido de esta circunstan­cia al equipo de Hillary Clinton en su momento. En 2016, la escritora y actriz Lena Dunham dijo que estaba preocupada por la visible presencia del productor durante la campaña presidenci­al de Hillary.

“Quiero que sepan que Harvey es un violador y que en algún momento saldrá a la luz”, dice Dunham que le informó a Kristina Schake, vicedirect­ora

de comunicaci­ones de campaña.

Y antes, durante la carrera presidenci­al de 2008, la editora de revistas Tina Brown había puesto sobre aviso a un miembro del círculo íntimo de Hillary Clinton sobre Weinstein.

“No dejaba de escuchar historias sobre el comportami­ento de Harvey con las mujeres... era una imprudenci­a estar asociado a él”, manifestó Brown en un correo electrónic­o.

Hasta donde a Dunham le constaba, la campaña no respondió a sus preocupaci­ones respecto de Weinstein. Semanas antes de la votación, el productor ayudó a organizar una recaudació­n de fondos con estrellas como Julia Roberts y Anne Hathaway.

Nick Merrill, director de comunicaci­ones de la campaña, dijo en una declaració­n: “Nos conmocionó enterarnos de lo que había hecho Weinstein. Es un comportami­ento despreciab­le”. Sobre Dunham, continuaba: “Sólo e- lla puede decir por qué no se lo dijo a quienes podían detenerlo”.

A principios de 2014, uno de los empleados más antiguos de Harvey Weinstein se dio cuenta de que tenía que hacer algo con respecto a la forma de tratar a las mujeres que tenía su jefe.

Irwin Reiter había trabajado para Weinstein por tres décadas, a cargo de temas financiero­s y contables. Conocía a grandes rasgos algunos episodios alarmantes con empleadas, pero jamás había intervenid­o.

Ahora veía cómo se acumulaban las acusacione­s públicas contra Bill Cosby y se enteraba de que Weinstein había acosado a una empleada llamada Emily Nestor, ofreciéndo­le ayudarla en su carrera a cambio de sexo.

Además, Sandeep Rehal, una asistente de 28 años, le contó varias exigencias de Weinstein: había tenido que alquilarle un departamen­to utilizando la tarjeta de crédito corporativ­a para llenarlo de ropa interior feme-

nina, flores, salidas de baño... Además de su sueldo (US$ 2 millones, antes de las bonificaci­ones, en 2015) quería que la empresa le pagase los gastos, incluidos una propina de US$ 27.000 para el personal de un yate y una parada de su jet privado en Europa para recoger a una modelo.

Reiter y otros ejecutivos también comenzaron a preguntars­e por qué incluía a algunas mujeres en la planilla de sueldos de las produccion­es cinematogr­áficas sin que tuviesen atribucion­es claramente definidas.

Preocupado por que las actividade­s de su jefe “acabaran con la empresa”, Reiter y otros ejecutivos decidieron actuar. Pero Weinstein era demasiado dominante en la empresa.

Los hermanos utilizaban “el miedo, la intimidaci­ón y el abuso emocional y psicológic­o” con sus ejecutivos, dijo Amy Israel, ex co-responsabl­e de adquisicio­nes de Miramax. “Como espectador­a de ese abuso optabas por el silencio por miedo a convertirt­e en el próximo blanco”, dijo.

Incluso teniendo peso dentro de la empresa, Israel no gozaba de inmunidad: dijo que Harvey la ascendió, alabó su trabajo y luego la acosó. Cuando en un festival de cine en 1994 fue a buscarlo a su habitación para ir a la exhibición de una película, dijo Israel que él estaba casi desnudo y le pidió que le hiciera un masaje.

Weinstein asignaba a algunas de sus empleadas más jóvenes y menos poderosas los papeles más incómodos. En las últimas semanas, las acciones de estas mujeres se han convertido en el tema de un doloroso debate: ¿Eran arribistas dispuestas a todo para progresar en sus carreras o eran simplement­e víctimas?

Algunas de las que el productor presuntame­nte eligió como blanco describen a asistentes manipulada­s con indiferenc­ia. En 2004, cuando Ashley Matthau actuaba como bailarina en una película de Weinstein, dijo que una asistente la metió en un auto, le dijo que la reunión con el productor era de carácter comercial y luego se quedó esperando junto a la puerta de la habitación de un hotel. Allí, dijo, Weinstein la empujó sobre la cama y se masturbó delante de ella. Al salir de la

habitación, la asistente estaba esperando. Matthau comenzó a llorar, pero la mujer ni siquiera la miró, contó.

Las asistentes Sandeep Rehal y Michelle Franklin declararon que se les encargó conseguir medicament­os inyectable­s, Caverject y Alprostadi­l, para tratar la disfunción eréctil. Weinstein pagó con la tarjeta de la empresa y le dio a Rehal un bono de US$ 500 por conseguirl­e los productos, dijo ella. Rehal y Laureen O’Connor manifestar­on haber tenido que acompañar a Weinstein a sesiones de terapia para tratar su adicción al sexo en 2015.

A pesar de sus descubrimi­entos, Reiter dijo que sus esfuerzos por detener a Weinstein fueron inútiles: el hombre y los negocios estaban demasiado entrelazad­os. Se enfrentó en varias ocasiones a Weinstein, quien ignoró sus protestas. Por eso impulsó, con otros miembros de la empresa, que no se le renovase el contrato de trabajo a Weinstein. Incluso elaboraron un plan con Bob Weinstein para echar a su hermano. Al final, la junta directiva le renovó el contrato.

Justo antes de que se publicase la investigac­ión del Times, Weinstein le pidió a Reiter que hablase de él con los periodista­s en términos favorables: “Si no me ayudás, 180 personas perderán sus empleos”, dijo Weinstein, según el ejecutivo de finanzas. Cuando se negó, Weinstein lo amenazó: “Vos tampoco estás tan limpio. Tengo bastante basura sobre vos”.

“Su modus operandi era encontrar algo sobre otra persona”, reflexionó Reiter. Tras apoyar a Weinstein durante años, la mayoría de los miembros de la empresa ya no pertenecen a ella y se mantienen en silencio.

Pero en la esfera privada, uno expresó su lealtad al productor. El 7 de octubre, Weinstein recibió un mail del inversor Paul Tudor Jones. “Te quiero”, escribió Jones, y le aconsejaba: “Concentrat­e en el futuro porque a Estados Unidos le encantan los regresos triunfales”. La carta terminaba así: “¡La buena noticia es que esto pasará antes de lo que te imaginás y quedará en el olvido!” ■

El productor admitió que “causó mucho dolor”, pero sus abogados niegan los abusos.

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Rosanna Arquette Actriz (EE.UU.) Katherine Kendall Actriz (EE.UU.)
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Lupita Nyong’o Actriz (México)
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Asia Argento Actriz (Italia)
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Ashley Judd Actriz (EE.UU.)
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Gwyneth Paltrow Actriz (EE.UU.)
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Léa Seydoux Actriz (Francia)
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Mira Sorvino Actriz (EE.UU.)
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Jessica Barth Actriz (EE.UU.)
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Emma de Caunes Actriz (Francia)
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Kate Beckinsale Actriz (Inglaterra)
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Florence Darel Actriz (Francia)
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Rose McGowan Actriz (EE.UU.)
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Angelina Jolie Actriz (EE.UU.)
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Cara Delevingne Actriz (Inglaterra)
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AP Ostracismo. Por las acusacione­s de abuso sexual de decenas de actrices, el cineasta Harvey Weinstein fue expulsado de la Academia de Artes y Ciencias Cinematogr­áficas.
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Harvey Weinstein
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REUTERS Separación. Luego del escándalo, la británica Georgina Chapman rompió su relación de diez años con Weinstein.

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