Clarín

Bruselas se anota la primera victoria en la ardua negociació­n por el Brexit

Concesione­s. Londres tuvo que ceder ante las exigencias de la Unión Europea para lograr el acuerdo. Se abre ahora otro año de complejas conversaci­ones y presiones.

- Idafe Martin Bruselas, especial

La negociació­n nunca fue tal. Una parte, la europea, puso por delante sus exigencias y sus líneas rojas. La otra, la británica, terminó por hincar la rodilla y aceptar una tras otra todas las condicione­s de los europeos.

Londres no tenía alternativ­a. Un no acuerdo era una carga de inestabili­dad para su economía y para un gobierno, el de Theresa May, que se sostiene entre los tirones de los radicales “brexiters” y los pragmático­s que intentan no romper todos los puentes con la UE, que compra la mitad de las exportacio­nes británicas.

Los negociador­es europeos, encabezado­s por el ex comisario europeo y ex canciller francés Michel Barnier, aprovechar­on esa ventaja para llevar a los británicos a su terreno. Barnier tuvo el respaldo de la unidad sin fisuras de los otros 27 países de la UE.

Londres intentó dividir a los europeos jugando con los intereses nacionales de cada país. En vano. Cada visita de la primera ministra Theresa May a una capital europea acababa con el recordator­io de que el negociador era Barnier y las negociacio­nes se hacían en Bruselas, que los gobiernos nacionales no tenían nada que negociar con Londres.

Bruselas decidió todo: la agenda, las prioridade­s, hasta dónde tenía que ceder Londres si quería un acuerdo e incluso el lugar de las conversaci­ones, la capital belga.

Todas las cesiones británicas (unos 45.000 millones de euros de factura de divorcio y otros 20.000 millones de contribuci­ón en los dos años posteriore­s al Brexit, mantener abierta la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte y respetar todos los derechos que disfrutan actualment­e los 3,2 millones de europeos residentes en el Reino Unido) no sirven a Londres para asegurarse nada en la segunda fase de las negociacio­nes, que debe cimentar un período de transición de al menos dos años tras el Brexit, la relación futura y un acuerdo comercial.

Las imposicion­es europeas seguirán. En los pasillos de las institucio­nes europeas en Bruselas ya circula un documento que se lee como una hoja de ruta del año largo que queda para negociar. Europa seguirá dictando los términos. Impondrá su idea del período transitori­o de dos años y decidirá cómo será la futura relación.

Las opciones de Londres son básicament­e dos. La primera sería un acuerdo como el que tiene Noruega. El país nórdico participa del mercado común europeo. A cambio, paga contribuci­ones al presupuest­o comunitari­o, acepta la jurisprude­ncia del Tribunal de Justicia de la UE, toda la legislació­n comunitari­a y la libre circulació­n y establecim­iento de ciudadanos europeos. Sin voz ni voto en decisiones que le afectan a diario.

La alternativ­a sería un mero acuer- do comercial como el que la UE firmó hace un año con Canadá. Libre comercio con algunas limitacion­es. Eso haría que la plaza financiera londinense, la primera del mundo, tuviera que abandonar la capital británica si quiere seguir trabajando en los mercados financiero­s de la Eurozona como hasta ahora. Un duro palo para la economía británica.

Las promesas de los “brexiters”, basadas en muchos casos en mentiras sobre el funcionami­ento de la UE y el papel británico en ella, quedaron en papel mojado. Londres sobreestim­ó su fuerza y pensó que podía negociar entre iguales.

El tiempo dio la razón a Barnier, que desde el principio dijo públicamen­te que no entendía por qué tenía que hacer concesione­s. Cuando el ministro británico para el “Brexit”, David Davis, pidió ante la prensa en varias ocasiones a Barnier que Europa fuera “flexible e imaginativ­a” se topó contra un muro.

Los británicos nunca vieron en la UE un proyecto político. En su visión de Europa, los intereses comerciale­s de los demás países primarían en la negociació­n y Londres tendría cartas para jugar la partida de igual a igual. Pero los europeos mostraron que la UE es sobre todo un proyecto político y que su coherencia y unidad es un bien más valioso que la relación con un país que abandona el barco y que, cuando fue parte de la tripulació­n, jugó en muchas ocasiones el papel de marinero amotinado. ■

Bruselas decidió todo: la agenda, las prioridade­s, hasta dónde tenía que ceder Londres.

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