Clarín

Navegando en los papeles personales

- Patricia Kolesnicov

Uno puede quedarse a vivir en los archivos de Gabriel García Márquez. Puede quedarse mirando un rostro antiguo, el de la abuela Tranquilin­a Iguarán Cotes, de nombre resonante. O detenerse en la cara redondita, en blanco y negro, de un Gabo de no más de 2 años, con el pelito lacio.

Uno puede chusmear en un álbum de recortes, donde alguien le ha escrito una maldición: "Lo que distingue a Gabito de un genio consiste en que él se ruboriza de serlo. Pero siempre estará condenado a la persecució­n del aplauso sin remedio". Es Bogotá, 20 de noviembre de 1952.

Documentos personales se cruzan en el espacio virtual con originales de sus obras. Por ejemplo, la primera página de El amor en los tiempos del cólera avisa: “Copia corregida por Gabo en PARÍS en X1-85. Última corrección”. ¿Qué cosas ha arreglado? Una preposició­n “con” que se repetía tres veces en una oración.

Hay un cuaderno de notas con letra apretada: datos económicos, ideas. Dice: “Si la mujer tiene muchos hijos se jode socialment­e”. Está el manuscrito de “El argentino que se hizo querer de todos”, discurso sobre Julio Cortázar que dio en México en 1994.

Y, también, una tarjeta con una declaració­n que puede sorprender: “Nada de lo que se diga o no se diga de Shakira podría ya cambiar su rumbo de artista grande e imparable”. La cantante y García Márquez eran amigos: cuando él murió un sitio web tituló: "Murió García Márquez, gran amigo de Shakira".

En el enorme archivo hay material promociona­l para la edición inglesa de Cien años de soledad, en 1970. Dice que se trata de “una cómica obra maestra”.

Hay, también, algunas líneas de lo que iba a ser la segunda parte de su autobiogra­fía y que quedó inconclusa. Empieza contando algo que parece una anécdota: él está en un hotel y le tiran un diario por debajo de la puerta. El título dice: "Murió el Papa". El escritor se queja: le dejaron el diario del mes pasado. No, le contestan, "es que el Papa murió otra vez". Se trataba, claro, de Juan Pablo I, quien ejerció el papado apenas un mes, en 1978. Noventa días más tarde, el colombiano estaba sentado junto a su sucesor, Juan Pablo II: había ido a pedirle por los desapareci­dos argentinos. En ese momento, cuenta, estima que son 10.000. Pero se le van los diez minutos que le dieron y la charla queda en la nada.

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