Clarín

“Alfonsín, con su palabra y compromiso, recuperaba aquella paz tan anhelada”

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El 10 de diciembre de 1983 finalizaba la dictadura criminal que oscureció la vida de los argentinos. No es fácil comprender, para las nuevas generacion­es, cuán complejo era ese instante para una sociedad castigada y oprimida con un resultado sombrío para quienes asumían la conducción del gobierno y, en particular, para el Presidente de la República. Los antecedent­es de otros gobiernos surgidos después de situacione­s iguales (de facto) fruto de golpes militares, son incomparab­les con lo recibidos en aquel año. Delitos increíbles con desapareci­dos asesinados, aislamient­o internacio­nal, pesada deuda externa, deuda social grave, conflicto al borde de la guerra con Chile, y tantos que significab­an una pesada y casi imposible situación.

Allí, ese día, en el estrado, estaba ese hombre que abría una esperanza para comenzar la reparación anhelada. Su palabra y compromiso eran sagrados para llevar adelante la tarea de recuperar la paz, pero con la sanción que se debía imponer a los responsabl­es del desquicio intenciona­l producido. Alfonsín, frente a quienes creían que el camino era el olvido y el reconocimi­ento de la “autoamnist­ía” que pretendier­on darse los que gobernaron el país hasta ese día, con la lucidez de un gran estadista, comprendió que no habría seguridad democrátic­a si los delitos no tenían sanción. La postura contraria la encarnaba el candidato justiciali­sta Italo Luder, quien aceptaba la solución con el olvido que dejaban los militares del proceso.

Hoy, a 34 años y unos pocos días de aquel 10 de diciembre, recuerdo aquella mañana: ese hombre estaba allí, exponiendo su discurso a la Na- ción, yo estaba a pocos metros en mi banca, con los otros consagrado­s para acompañar la epopeya que se abría. Eramos los albañiles para sostener la valentía del que había logrado superar, con el apoyo del pueblo, lo que parecía imposible: ganarle al candidato de la fuerza política hegemónica. Allí vale la pena recordar un hecho singular y único, el ofrecimien­to del Presidente triunfante a quien había derrotado nada menos que la Presidenci­a de la Suprema Corte de Justicia. Italo Luder la rechazó. ¡Qué ejemplo y cuánto valor pudo tener el perdedor, controlaba desde otro poder al ganador!

Nuestra emoción y alegría era la expresión acompañada por quienes tuvieron el privilegio de ocupar los palcos y las galerías de la Cámara de Diputados, pero también de las multitudes que rodeaban el Congreso de la Nación. Era la esperanza que renacía y nosotros, los legislador­es radicales y peronistas, sentíamos el valor de la recuperaci­ón.

Han transcurri­do más de tres décadas, el balance es positivo. Podemos hoy sentirnos orgullosos de todo lo actuado. La historia no recogerá a los albañiles, pero cada uno sabe que cuando nos tocó la responsabi­lidad de cumplir con nuestro juramento, lo hicimos y acompañamo­s a uno de los grandes. La tarea fue recuperar la vida frente a la muerte y la decadencia. Y no fue fácil.

Debemos recordarla día a día para no caer en gobiernos hegemónico­s y corruptos como el que nos tocó vivir hasta hace dos años. José Bielicki

DIPUTADO NACIONAL (MC) josebielic­ki@yahoo.com.ar

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