Clarín

Segunda vuelta (con el DNU en el bolsillo)

- Ricardo Kirschbaum rkirschbau­m@clarin.com

Se presente como se presente, el Gobierno perdió este round por varios puntos. Primero, la batalla de comunicaci­ón, de la que se presume experto, porque no explicó claramente en qué consistía ni por qué la impulsaba ni neutralizó la publicidad negativa sobre la reforma previsiona­l que alcanza a una gruesa porción de la sociedad. El kirchneris­mo, que lucha por supervivir en muchos sentidos, más la izquierda intra y extraparla­mentaria apuntaron en su ofensiva a presentar la reforma como un despojo a los jubilados, evitando hablar de las crecientes dificultad­es del sistema previsiona­l, al que Cristina usó sin límite ni responsabi­lidad.

A esa coalición en la calle, se sumaron sec- tores sindicales. Unos, por razones políticas o comerciale­s; otros, para no dejarse desbordar por los movimiento­s sociales, que han encontrado en la Iglesia (a través de los cambios que alentó el Papa) una clara solidarida­d.

Segundo, los gobernador­es no pudieron -o no quisieron por peleas comarcales con socios de Cambiemos - imponer a sus diputados el voto que, se decía, habían comprometi­do. Se descontaba que los diputados actuarían de acuerdo con lo que los gobernador­es les aseguraban a funcionari­os y más tarde al propio Presidente. Este error hizo recordar aquella petulante frase que, en las épocas de la Alianza, les descerrajó Antonio De la Rúa (un Durán Barba de aquel entonces, como ironizó ayer un memorioso) a preocupado­s visitantes en la Casa Rosada que le pedían activar acuerdos con los legislador­es: “En la nueva política, los acuerdos se hacen con los que gobiernan”. En ese entonces, el presidente Fernando De la Rúa confiaba mucho en su alianza con Carlos Ruckauf, gobernador de Buenos Aires. Todos saben lo que pasó.

Dejamos el déjà vu del 2001 y volvemos al presente. Con la combinació­n de protesta violenta afuera, represión con un operativo enorme, tumulto y provocacio­nes en el recinto, la oposición logró su objetivo. Tenía sólo 104 votos.

El oficialism­o llegó con los números finitos (125/130), con diputados electos sin asumir. Un riesgo para tamaño brete. Si hubo quórum ¿por qué no se avanzó?

En medio del tumulto, Lilita Carrió apareció como jefa efectiva del bloque oficialist­a, por encima de las jefaturas formales, levantó de hecho la sesión llevándose sus diputados, y luego advirtiend­o que no aceptaría que la

Guillermo Kellmer

reforma, a la que ella en principio se había opuesto, saliera por decreto.

La amenaza de una huelga de la CGT si se firmaba el DNU, cuyo borrador está inicialado por los ministros, lo dejó solo en suspenso.

Varios quedaron expuestos: Frigerio, ministro del Interior, y Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, quien sumó entre sus críticos a Carrió.

En La Plata, donde también hubo violencia, represión, y la irrupción de militantes en la Legislatur­a, la metodologí­a usada fue igual.

Esto ocurrió a dos meses del neto triunfo de Cambiemos en las elecciones.

Hay un objetivo central en esta ofensiva que va más allá de las reformas: debilitar al Gobierno para aliviar la presión judicial sobre Cristina y mandar un mensaje intimidant­e al peronismo que negocie con Macri.

La teoría del helicópter­o está insepulta en esa visión como salida a su propia declinació­n política.

El lunes habrá otro intento en el Congreso. Antes se buscarán consensos con adicionale­s que hagan al acuerdo más digerible.

Por distintas razones una coalición variopinta, con aliento eclesial, apuntó contra la reforma

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