Clarín

Crónica de una derrota muy anunciada

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Las derrotas siempre duelen pero duelen mucho más cuando cortan una racha de victorias. Y Mauricio Macri hacía diez meses que sólo conocía el triunfo. El último traspié fue el del 16 de febrero. Ese día, el Presidente tuvo que dar una conferenci­a de prensa para explicar que el Estado no iba a pagarle una vieja deuda a Correo Argentino S.A., la empresa que había pertenecid­o a su familia. El escándalo había crecido hasta volverse inmanejabl­e. Y en aquella semana fatídica fue Elisa Carrió la que pegó el grito que despertó al Gobierno. Macri frenó en seco, le pidió a su primo Jorge que no fuera candidato en la provincia de Buenos Aires y a su otro primo, Angelo Calcaterra, que vendiera Iecsa, la constructo­ra que había ganado algunas licitacion­es estratégic­as del Estado. Con eso alcanzó.

Después vinieron las victorias que cambiaron aquel clima de desesperac­ión. La marcha ciudadana del 1° de abril. Y los triunfos electorale­s de agosto y octubre. Las PASO y las legislativ­as consolidar­on el poder del Frente Cambiemos. El peronismo estalló en mil pedazos. Los gobernador­es se arrodillar­on en la Quinta de Olivos para bendecir el Pacto Fiscal. Y el camino hacia la Navidad tenía sonidos de campanas. Ni siquiera las muertes de Maldonado y Nahuel en la Patagonia, ni la desaparici­ón del submarino en el Atlántico sur parecían conmover la marcha del nuevo fenómeno político. Sus líderes se apresuraba­n a hablar de reeleccion­es en las provincias y hasta en la Casa Rosada. El pecado clásico de contar la plata antes de haberla ganado. La Argentina es un país cruel con los dirigentes ansiosos.

Ayer volvió a ser Lilita la del cachetazo. Cuando se vio que la provocació­n y los carros hidrantes no se calmaban en la calle. Y cuando Emilio Monzó comprobó que los números del quorum no cerraban en la Cámara de Diputados la legislador­a pegó otro grito a tiempo y pidió el levantamie­nto de la sesión que naufragaba. Un par de minutos antes, Monzó casi le tira una trompada a Leopoldo Moreau en la calentura de los cruces cuerpo a cuerpo que se sucedían en el recinto. Hubiera sido el punto más bajo del tropezón de ayer que el oficialism­o perdiera la calma ante un legislador que cambió al líder radical que murió en el mismo departamen­to en el que vivió durante 40 años por una ex presidenta que no puede justificar su emporio hotelero. Que se rompa pero que no se doble.

De todos modos, el corazón de la derrota que ayer sufrieron Macri y su coalición está en la endeble justificac­ión del cambio de la reforma jubilatori­a. De ese vacío que no logró llenar ningún economista PRO se colgaron el kirchneris­mo primero, y como furgones de cola el Frente Renovador de Sergio Massa; los peronistas flexibles del flamante interbloqu­e Argentina Federal; algunos gremios con capacidad de choque callejero y el abanico minoritari­o de la izquierda. La actividad intensa en las redes sociales y algunos piedrazos y palazos que desataron la represión de las fuerzas de seguridad les bastaron para conseguir que los diputados de las provincias que acompañaba­n al oficialism­o dieran marcha atrás y se esfumara la chance del quorum.

Fue una victoria parcial del agite barrabra- va sobre la iniciativa económica del oficialism­o con respaldo electoral. Una fotografía de estos tiempos y un severo llamado de atención para el Frente Cambiemos, que deberá encontrar la forma de insistir con una ley que no supo presentar ni defender. La argumentac­ión más contundent­e había sido la de la gobernador­a María Eugenia Vidal, el miércoles por la noche en la cena de ADEPA. Y la de Horacio Rodríguez Larreta ayer por la mañana en declaracio­nes por radio.

“Estoy confiado, tenemos los votos”, dijo imprudente el jefe del gobierno porteño. Las dos salidas habían sido coordinada­s en la Casa Rosada ante las señales negativas que se sumaban en el universo mediático. Pero, como se comprobó a la tarde, resultaron insuficien­tes. Ya era demasiado tarde para evitar la de- rrota que se veía venir.

El mérito mediático de la oposición fue instalar la reforma previsiona­l como un instrument­o destinado a lapidar la existencia de los jubilados. El Gobierno, que a fines del año pasado invirtió 75.000 millones de pesos para financiar la reparación histórica a dos millones de jubilados que no cobran el 82% móvil vetado por Cristina Kirchner, se encontró de repente sin respuestas para justificar el cambio de la fórmula ajustable en un 70% por la inflación y en 30% por los salarios.

La modificaci­ón impulsada por el Gobierno genera un ahorro en el presupuest­o de unos 80.000 millones, indispensa­bles para bajar el enorme déficit de la Argentina y para financiar el Pacto Fiscal con las provincias. Sobre todo para restaurar el estratégic­o fondo del Conurbano Bonaerense. Pero, como lo explicó en un instructiv­o artículo de esta semana el periodista Ezequiel Burgo en Clarín, los jubilados tendrán un aumento 4% menor al que podrían tener con la fórmula establecid­a en 2009. Los argumentos endebles del oficialism­o hicieron el resto.

El macrismo, y hasta Carrió, juran que los jubilados se beneficiar­án a medida que la inflación se vaya reduciendo pero ninguno de los talentosos economista­s que tiene el equipo gobernante pudo explicar esa presunta bonanza futura en números concretos. No extraña entonces que algunas celebridad­es del kirchneris­mo y del trotskismo, mucho más activos en twitter que en la vida real, compartier­an el texto y el gráfico publicados por este diario con jolgorio digno de causas más nobles.

Si hay alguien que se quedó con el sabor amargo de la jornada fue Vidal. Su defensa disciplina­da del proyecto jubilatori­o quedó pedaleando en el aire tras el desarrollo escandalos­o de la batalla en el Congreso. Para colmo de males, el kirchneris­mo y la izquierda jugaron el mismo juego explosivo en la Legislatur­a Bonaerense hasta lograr también el

El corazón de la derrota que sufrió Macri está en la endeble explicació­n del proyecto jubilatori­o

congelamie­nto del paquete de reformas en la Provincia. La suspensión del proyecto incluyó en La Plata la derogación de las jubilacion­es de privilegio; las jubilacion­es especiales para funcionari­os del banco provincial y la obligación para los funcionari­os públicos de presentar sus declaracio­nes juradas. No hay entre ellos precisamen­te víctimas del ajuste pero quedaron camuflados en el fragor de las hostilidad­es.

Justo al caer la noche, cuando en la Casa Rosada comenzaban a ganar terreno los duros del macrismo, Carrió volvió a surgir de entre las sombras para frenar el impulso más oscuro del Presidente. El de lograr por decreto de necesidad y urgencia lo que no pudo en la montaña rusa de la Cámara de Diputados. Hubiera desatado la guerra total entre el Gobierno y la oposición. Aún con los votos de octubre recién contados, había más para perder que para ganar en el teatro insensato del todos contra todos. A Lilita le bastó un tuit de 178 caracteres para frenar la hipótesis de conflicto. “Un DNU violaría gravemente la Constituci­ón Nacional”, escribió. Y todos lo entendiero­n de inmediato.

Entonces empezaron a enfriarse los ánimos y comenzó a escribirse otra historia. La que puede terminar en otra sesión legislativ­a el lunes y la que podría alumbrar una nueva oportunida­d que no repita la violencia innecesari­a que se impuso ayer. Queda un fin de semana para encontrar el camino tortuoso de la racionalid­ad. Debería servirle al Presidente pero también a los ministros, a los gobernador­es y a los diputados. A los sindicalis­tas, a los dirigentes sociales y a aquellos activistas demasiado acostumbra­dos a sacar partido del desorden.

Sería ilustrativ­o que todos ellos recuerden que la Argentina siempre ha sufrido sus peores pesadillas en el altar del descontrol.

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