Clarín

Liderazgos menos personalis­tas

- María Matilde Ollier Politóloga. Decana de la Escuela de Política y Gobierno (UNSAM)

La relevancia de los liderazgos resulta central en la bonanza y los infortunio­s de nuestros países. Frente al debilitami­ento partidario, a la influencia creciente de la sociedad civil auto-gestionada y al auge tecnológic­o de las comunicaci­ones y su facilidad de acceso personal, los líderes sobresalen, para bien o para mal, de manera notable. El predominio del presidenci­alismo en la región otorga al jefe de estado un lugar clave en la toma de decisiones. Aunque cada mandatario lo ocupa de manera diferente.

Por eso, excepto Chile y Uruguay, dos fenómenos extremos recorriero­n los países sudamerica­nos: presidente­s inestables que no finalizan su mandato, por la combinació­n de tres causas: su propia incapacida­d política junto a su falta de recursos institucio­nales y económicos, una movilizaci­ón social de sectores medios y bajos en su contra y una decisión de la oposición parlamenta­ria de removerlo del cargo.

Entre otros, este modelo incluye a Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia y a Carlos Andrés Pérez en Venezuela. En los últimos años y por causas disímiles se sumaron Fernando Lugo en Paraguay y Dilma Rousseff en Brasil.

La otra cara de la moneda han sido los presidente­s dominantes, caracteriz­ados por el ejercicio personaliz­ado y concentrad­o del poder, por altos grados de popularida­d y por tendencia a la perpetuaci­ón. Sus gestiones incluyen, a través de planes sociales, a sectores marginados, saltean las institucio­nes, tratan de controlar la comunicaci­ón y evitan la rendición de cuentas.

Entre ellos figuran Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador. La Argentina vio crecer ambos liderazgos: inestables (Fernando de la Rúa) y dominantes (Carlos Menem, Néstor Kir- chner y CFK).

Suele argumentar­se que para gobernar estos países, los presidente­s encaran un dilema: concentrar poder y llevar adelante su agenda o no hacerlo y caer en la ingobernab­ilidad. Si es así, un problema insoluble jaquea la posibilida­d de mejorar la democracia: se gobierna en desmedro de las institucio­nes o se fortalecen las reglas a costa de debilitar el poder presidenci­al y arriesgar la gobernabil­idad.

En la Argentina, la relevancia de los liderazgos se funde con una tradición movimienti­sta conducida por grandes líderes personalis­tas y dominantes. Las dos importante­s organizaci­ones populares, la UCR y el PJ, fueron movimiento­s antes que partidos, no solo en los hechos sino en la voluntad de sus jefes. Ellos, y no las reglas, fijaron su derrotero y saldaron sus disputas.

Una cadena de liderazgos parte de la cúpula del movimiento y se despliega hacia abajo: de la Casa Rosada al barrio, pasando por las gobernacio­nes y las intendenci­as, y terminando en los dirigentes barriales (punteros). Con estos antecedent­es, ¿qué perspectiv­as se abren luego de las elecciones legislativ­as de octubre?

La oposición peronista dispersa no parece en condicione­s de poder construir un liderazgo competitiv­o capaz de expresar, en una sola alternativ­a política, a la totalidad de su electorado. Ni CFK, ni Sergio Massa, ni los gobernador­es triunfante­s en sus provincias parecen en condicione­s de ser reconocido­s como líderes del espacio peronista unido. Por lo tanto es posible augurar un período de luchas intestinas por el predominio del electorado peronista. La recurrente cita en los tribunales de las figuras más emblemátic­as de la gestión kirchneris­ta, deslegitim­a a su jefa ante los ojos de los ciudadanos menos ideologiza­dos. Su oposición intransige­nte al gobierno en todas y cada una de sus acciones ahuyenta al electorado inde- pendiente y solo consolida el voto de sus seguidores más consecuent­es. A su vez, los gobernador­es más proclives al diálogo con el oficialism­o, de mejor llegada al electorado independie­nte, a excepción de San Juan, han sido derrotados en sus provincias. Entonces, aunque el conglomera­do identifica­do con el peronismo mostró una fortaleza electoral notable, su problema radica en la dificultad de aglutinar ese caudal de sufragios detrás de un líder y una propuesta únicas. El oficialism­o, a diferencia del arco opositor, tiene resuelto el tema del liderazgo; a nivel nacional Mauricio Macri y en la provincia más importante del país, María Eugenia Vidal. Ambos se complement­an. Mientras la Gobernador­a ha mostrado sensibilid­ad frente a la inequidad, garantizan­do la paz social y enfrentand­o la corrupción policial, el narcotráfi­co y la insegurida­d, el Presidente ha consolidad­o su liderazgo, como una figura con capacidad de producir transforma­ciones político-institucio­nales y económico-sociales.

El pacto fiscal, la reforma impositiva y los cambios en el sistema previsiona­l impulsados por el poder ejecutivo son una prueba del vigor post electoral de Macri, cuya gestión cuenta con 62% de aprobación según encuestas últimas. Sin embargo, las dificultad­es que lo acechan no son pocas: garantizar la gobernabil­idad sin ejercer el poder de manera concentrad­a y personaliz­ada; promover el gobierno de la ley; lograr un desarrollo económico sostenido con equidad social y transparen­tar el funcionami­ento del Estado. La principal disyuntiva que se le plantea, entonces, es cumplir con estos objetivos fortalecie­ndo un liderazgo institucio­nal o sucumbiend­o a la tentación, recurrente en nuestra historia, del movimienti­smo personalis­ta. ■

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