Clarín

Liniers, una terminal insegura e incómoda que cada vez opera con más micros

Está habilitada como parador pero funciona como una “pequeña Retiro”, con 70 empresas y 8.000 servicios de acá a fin de año. Los alrededore­s son oscuros y suele haber arrebatos. No se puede estacionar y, adentro, casi no hay lugar para sentarse.

- Nahuel Gallotta

Es hora pico de un día de semana en la segunda estación de micros más importante de la Ciudad y todo transeúnte tiene el mismo problema: aquí adentro no se pueden dar dos pasos seguidos. A pesar de no ser temporada alta, hay que esquivar bolsos y pasajeros sentados sobre el piso. Además de la falta de espacio, las opciones para sentarse son muy pocas: las sillas de dos bares y los ocho bancos de esos que se colocan en las plazas porteñas. Poco teniendo en cuenta que desde aquí parten a diario ómnibus de más de 70 empresas.

En realidad, “Liniers” es un parador y no una terminal. Funciona hace 30 años y es, por la cercanía, una buena opción para los vecinos de la zona sur de la Ciudad. Lo mismo para los del Oeste del Conurbano, que llegan en el tren Sarmiento y caminan los 300 metros que los separan de la estación. Podría decirse que está “en la otra punta” de Retiro, y que es la única otra opción en Capital.

En la web institucio­nal se la presenta como “Parador intermedio de ómnibus de larga distancia, a destinos de Argentina y de países limítrofes”. A pesar de eso, maneja números de una terminal: se estima que hasta fin de año partirán algo más de 8.000 servicios, nacionales e internacio­nales. Poco comparado a los casi 28 mil que saldrán desde Retiro. Pero muchos para ser un parador.

En 2010 la Dirección General de Control del Gobierno porteño le labró un acta por no ajustarse a lo habilitado en el expediente 71.534/06, “desarrolla­ndo actividade­s de estación intermedia sin permiso”. Y otra por “no exhibir documentac­ión reglamenta­ria (plano de habilitaci­ón) ni inscripció­n a la ley 1.356, de contaminac­ión atmosféric­a. Ninguna de las dos actas fue resuelta. La habilitaci­ón depende del Gobierno nacional.

Durante días, por la mañana y por la noche, Clarín recorrió el parador y sus calles adyacentes. El poco espacio para los pasajeros es sólo una de las problemáti­cas. Falta ventilació­n (apenas hay dos ventilador­es por sector), comodidade­s para sentarse y sobre una parte de las plataforma­s solo hay sombra mientras los micros quedan estacionad­os.

Otro asunto es la insegurida­d. El lunes 4, por la noche, este diario observó a un hombre armado con una cuchilla en la esquina del parador. Estaba como a la expectativ­a de encontrar alguna víctima. La cercanía con la General Paz y la oscuridad de sus calles la convirtier­on en una zona históricam­ente peligrosa, donde hace años son comunes los arrebatos de carteras, cadenas o relojes y el robo de celulares. Prueba de eso son los reiterados allanamien­tos a locales de la zona dedicados a la compra y venta de teléfonos móviles.

“Las empresas atienden al público hasta las 21. Después de eso, no queda nadie acá”, dice un vendedor ambulante del parador. “Esa es la peor hora. La gente no espera afuera por-

que cree que adentro es más seguro, pero no hay seguridad”, afirma.

La que peor la pasó es Nieves María Lizarazu Cabrera. La noche del 2 de diciembre de 2016, dos ladrones la corrieron para asaltarla. La empujaron hasta tirarla del puente que une Ciudadela y Liniers. Cayó a 200 metros del parador. Inconscien­te, le quitaron el celular y otras pertenenci­as. Pasó tres meses en terapia intensiva y aún hoy se recupera en el hospital Santojanni. Los días que Clarín recorrió la zona, no encontró efectivos policiales dentro del parador.

El tránsito es un grave problema para toda la Ciudad, pero aquí aumen

ta por distintas razones: la General Paz se carga en ambos sentidos. Por los mayoristas que abundan del lado de Ciudadela y las camionetas que se acercan para cargar y descargar. Algo parecido ocurre con el mercado que hay sobre colectora, a cien metros del parador. Los camiones que traen verduras generan un paso lento, que complica a los pasajeros para llegar a horario.

A todo eso hay que sumarle los autos de las tres remiserías que rodean la manzana y frenan en doble fila.

También los que se acercan a los locales de encomienda­s de la cuadra y a las cuatro entradas que tiene el parador. También están los vendedores ambulantes que ocupan las veredas y los trapitos que cobran los pocos espacios libres para estacionar. Algunos de los servicios que se anuncian desde Retiro pueden llegar a tardar hasta una hora y media para levantar pasajeros en Liniers. Lo que hace que sea muy difícil saber el verdadero horario de llegada a destino.

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FOTOS: DIEGO WALDMANN El piso roto. Y los pasajeros con las valijas moviéndose cómo pueden, el domingo en la estación de Liniers.
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En el piso. Por falta de bancos, la gente espera así para subir al micro.
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Espera. En espacios reducidos; en temporada es difícil moverse.

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