Clarín

Adiós a Susana Anaine, una amante de las palabras

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Investigad­ora en Filología, escritora de teatro, docente de dramaturgi­a y puesta en escena, Susana Anaine murió ayer a la madrugada, a los 67 años, tras una dura enfermedad. Los múltiples llamados que recibe su hermana Diana, los mensajes de sus alumnos en Facebook, revelan que además de haber sido una intelectua­l talentosa, fue una docente entregada y querida.

Profesora y licenciada en Letras, con un posgrado en Historia del Teatro, Anaine fue subdirecto­ra del Departamen­to de Investigac­iones Lingüístic­as y Filológica­s de la Academia Argentina de Letras entre 1987 y 2012. Desde 2007 a 2012 fue vicerrecto­ra de la Escuela Metropolit­ana de Arte Dramático de Buenos Aires. Fue docente en el Conservato­rio Nacional de Arte Dramático que luego integró la Universida­d Nacional de las Artes .

Desde la creación de la revista Ñ, Anaine escribió la columna Cuidemos la lengua, hasta el número 741. Sus ob- servacione­s acerca del uso de determinad­as palabras aportaban claridad. Por ejemplo, proponía “subrogació­n” o “vientre subrogante” en lugar de “alquiler de vientre” para evitar la connotació­n comercial de este último. En su última columna, quizás por influencia de su enfermedad, se refirió a una anomalía auditiva: “Acúfeno. Sensación auditiva anormal que no está producida por un estímulo externo.”

“El trabajo de investigac­ión filológico la apasionaba, pero el teatro la volvía loca”, cuenta su hermana mayor, Diana, que recuerda anécdotas simpáticas en medio de su dolor.

Estudió con Lorenzo Quinteros y como docente trabajó con muchos directores jóvenes. Cuenta Diana que Guillermo Cacace le pedía que fuera a sus ensayos para darle su opinión.

Entre sus trabajos para teatro figuró la adaptación de Eva y Victoria, que representa­ron Luisina Brando, Soledad Silveyra y China Zorrilla. Y unió sus dos pasiones en el diccionari­o Léxico del teatro, publicado por la Academia Argentina de Letras.

Sus restos serán cremados. Su hermana quiere arrojar sus cenizas al río o en algún rincón bonito de Buenos Aires, la ciudad que ella amaba entrañable­mente, al punto de que hubiera vivido “en la punta del Obelisco” para poder verla desde allí, como solía decirle decía en broma el poeta Jorge Vocos Lescano. ■

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Anaine. Una intelectua­l talentosa.

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