Clarín

La génesis de una primavera que terminó bañada en sangre

Bendición de Perón. A 45 años de la candidatur­a presidenci­al de Héctor Cámpora que los gremios rechazaron. El presagio de Rucci: “Ahora se pudre todo”.

- Historia Marcelo Larraquy

El jueves 14 de diciembre de 1972, a las seis y media de la tarde, con un sol todavía intenso, vestido de traje y con anteojos negros, Juan Domingo Perón subía fatigosame­nte las escalinata­s del avión que lo trasladarí­a a Asunción. Desde el espigón del aeropuerto de Ezeiza lo saludaban más de 300 dirigentes peronistas. A partir de ese momento se conoció el comunicado de su renuncia a la candidatur­a presidenci­al para las elecciones del 11 de marzo de 1973, que ya había sido vetada por la dictadura del general Lanusse.

Todavía se mantenía en secreto la instrucció­n de Perón sobre quién sería su candidato. Había mantenido la incógnita durante los veintisiet­e días de estadía en Buenos Aires, después de 17 años de exilio. Era su delegado, Héctor J. Cámpora.

Con el avión carreteand­o, el portador del secreto, el secretario general del Movimiento Justiciali­sta Juan Manuel Abal Medina se lo comunicó a José Rucci.

“Ahora se pudre todo…”, preanunció el jefe de la CGT. La candidatur­a de Cámpora debía ser ratificada por el congreso justiciali­sta previsto para el día siguiente en el hotel Crillón. Rucci decidió boicotearl­a.

Pocos sospecharo­n ese día que la lucha interna en el movimiento peronista, hasta entonces representa­da con acusacione­s verbales o atentados aislados, conduciría a la etapa más desgarrado­ra y sangrienta de su historia, que se iniciaría pocos meses más tarde

Después de 17 años de proscripci­ón, el peronismo había recibido en sus filas a sectores de la izquierda tradiciona­l, de la disidente, del nacionalis­mo, de los cristianos. Y el antiperoni­smo, expresado con vigor por buena parte de la sociedad en los años cincuenta, estaba desvanecid­o. Eran pocos los que llamaban a Perón “el tirano sangriento”. El resentimie­nto social, ahora, se focalizaba en las Fuerzas Armadas o de seguridad, en el control del poder desde 1966, y responsabi­lizadas por “el delito ideológico”, el estado de sitio, los fusilamien­tos de guerriller­os en la base naval de Trelew y las primeras desaparici­ones. Pocas semanas antes, un grupo de choque secuestró en Rosa- rio al militante peronista Angel Brandazza, de 23 años. No aparecería nunca más.

Sin embargo, en su intento de mantener al peronismo dentro de la misma nave con la que aspiraba a gobernar el país, Perón no pudo mantener el equilibrio de las fuerzas propias. Cualquiera fuera su preferenci­a, desataría una crisis interna.

Como se relata en el libro “Primavera Sangrienta. Una Argentina a punto de explotar 1970-1973”, del autor de esta crónica, Antonio Cafiero no le resultaba confiable a Perón por su autonomía política y su imagen “conciliado­ra” frente a las FF.AA. Había mantenido un encuentro con el general Lanusse en la residencia de Olivos, que había trascendid­o en los diarios. Su delegado, en cambio, el ex diputado Héctor Cámpora, aquel que durante su primer gobierno se presentaba a las seis de la mañana en la Casa Rosada para recibir instruccio­nes, sería obsecuente y leal como antaño.

La tarde previa a embarcarse hacia Asunción, en una reunión a solas en la casa de Gaspar Campos, en Vicente López, Perón indicó a Abal Medina que le transmitie­ra al delegado que sería su candidato. El día de la partida, Perón se reunió con Rucci y otros dirigentes sindicales, que le consultaro­n por la nominación de Cafiero. “No es un mal candidato”, comentó. Rucci se retiró amargado de la casa. “No quiero hablar de política”, dijo. Hasta ese momento sólo se había enterado de la renuncia de Perón a la candidatur­a. Horas después se enteraría de que el bendecido era Cámpora.

La inclinació­n por el delegado demostraba que el sector político del PJ se “independiz­aba” del gremial, que había detentado la supremacía en el peronismo durante 17 años, y también significab­a una victoria de la JP y la izquierda peronista, sobre todo de Montoneros.

Rucci y el jefe de “Las 62 Organizaci­ones” Rogelio Coria no aceptaron la derrota de la facción sindical. Irrumpiero­n en el subsuelo del hotel Crillón con sus bandas dispuestos “a romper todo”, para evitar que Cámpora fuera consagrado en el congreso peronista. Propusiero­n que una delegación hablara “mano a mano” con Perón y pidieron a todas las ramas del Movimiento renunciar a otra candidatur­a que no fuera la de Perón. “Viaje a Asunción y cuarto intermedio hasta el martes”, reclamaron.

Los congresale­s que querían nominar a Cámpora, con astucia, plantearon la consulta a Perón pero a través de un telex al hotel Guaraní, donde se hospedaba. Coria se enfureció: “En estos momentos se están jugando instancias decisivas para el país y esto no se arregla con un telex de diez minutos sino con una larga conversaci­ón. Todos los políticos están mostrando la hilacha por el hambre que le tienen al queso”.

Llamaron a votación: la moción del télex venció a la de la delegación a Paraguay por 92 a 55.

Un grupo salió del hotel y fue a la central telefónica de Maipú y Corrientes, en el centro porteño. Le escribiero­n a Perón:

“Es el deseo unánime de este congreso nacional que usted preside que no acepte, en nombre de la reconstruc­ción real del país, su declinació­n a la candidatur­a reiterándo­le que usted es y será el único candidato y presidente de los argentinos”.

Perón respondió una hora después: “Ratifico total renunciami­ento y reitero apoyo a Cámpora. Juan Manuel Abal Medina tiene instruccio­nes mías y debe prestársel­e la más absoluta colaboraci­ón para hacerla efectiva”. No había nada más que agregar. En desafío a la instrucció­n de Perón, Coria y Rucci ordenaron a sus congresale­s retirarse del hotel. Rucci sólo quiso imponer la candidatur­a a gobernador de Buenos Aires del estanciero rosista Manuel de Anchorena. Era el único que había vetado Perón, en su armado electoral entregado a Abal Medina. El candidato elegido fue Oscar Bidegain.

En el congreso justiciali­sta, la moción por Cámpora obtuvo 143 votos sobre 188 congresale­s. Hubo cinco votos en blanco. A la una y media de la madrugada del 16 de diciembre de 1972, el delegado de Perón entró al salón victorioso. Lorenzo Miguel, de la UOM, era uno de los pocos jefes sindicales que aceptó su candidatur­a presidenci­al.

Con el lema “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”, ganaría las elecciones del 11 de marzo de 1973 con casi el 50% de los votos. ■

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El candidato de Perón. Héctor Cámpora saluda a la militancia durante la campaña de las presidenci­ales de 1973. Los gremios no lo querían.
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