Clarín

El gran pavo nacional

- Alejandro Borensztei­n

Es un milagro que todavía el Presidente Macri no haya aparecido por cadena nacional para decirnos que tiene las bolas llenas de todos nosotros, que se va con Juliana y Antonia a vivir a Palm Beach y que nos podemos ir todos a la RPMQLoremi­lP.

El tipo tiene una imagen positiva altísima, lo votan, lo apoyan, lo aplauden, lo palmean, le gritan “vamos presidente, no afloje”, pero a la hora de los bifes nadie está dispuesto a ceder nada. Ni una moneda, ni un miserable gesto de desprendim­iento, ni siquiera piensan en sus hijos o nietos.

El domingo pasado el presidente le dijo a Longobardi en la CNN que “si cumplimos este sendero de bajar el gasto público y el déficit fiscal, el país no va a estallar” lo cual significa dos cosas:

1. Si en esa frase cambiamos de lugar la palabra “no”, quiere decir que “si no seguimos este sendero, el país sí va a estallar”.

2. Tengo razón con lo de Palm Beach. Aunque a este gobierno le cuesta explicar las cosas, la verdad debe ser dicha una y otra vez: los genios que nos gobernaron dejaron un país devastado y empobrecid­o, un Estado inviable, un sistema tributario inaguantab­le, un régimen laboral paralizant­e, un sistema jubilatori­o insustenta­ble y sobre todas las cosas una ciudadanía convencida de que tiene derecho a todo y obligación a nada. El mejor ejemplo es el fútbol: hemos transforma­do la transmisió­n televisiva de un simple partido en un derecho humano que el Estado debe garantizar, y gratis. Único país en el planeta.

Para colmo, en el Banco Central y en el inventario de la infraestru­ctura del país, el kirchneris­mo sólo dejó un vacío infinito como esa oscura inmensidad que sobrevendr­á cuando se extinga la última molécula de energía originada en el Big Bang y ya no quede en el cosmos ningún rastro de materia. Ni siquiera Mirtha.

Es obvio que esto sólo se resuelve con un gran esfuerzo colectivo. Pero pareciera que nadie está dispuesto a hacerlo. Ni los empresario­s, ni la clase alta, ni la clase media, ni los sindicatos, ni los políticos, ni los gobernador­es, ni los intendente­s, ni los legislador­es, ni los jueces, ni nadie. La consigna es: apoyar, apoyamos todos pero la mía no me la toques; que la ponga otro.

¿Qué es lo que hay que poner? Obviamente mosca. La que juntamos no alcanza. El circuito es fácil de entender. Veamos. Sólo la mitad de los que laburamos, lo hacemos en blanco. La otra mitad pertenece al famoso club de “¿necesitás factura?”

Esta es una de las razones por la que la recaudació­n de impuestos no alcanza para cubrir los gastos del Estado. La otra razón es que con la torta de gastos que tiene el Estado, no hay impuesto que alcance.

La excusa de la economía en negro es la de siempre: “Si pago todos los impuestos el negocio no me da para vivir”. Ejemplo: un tipo tiene una rotisería y vende pollo, lechón, vitel toné, ensalada rusa, etc. Pasadas las fiestas de Navidad y Año Nuevo, lo único que quiere el pobre

rotisero es tomarse un avión a Miami y tirarse panza arriba que es lo menos que se merece después de batir tanta mayonesa. Si el tipo pagara Ganancias, Ingresos Brutos, impuesto al cheque y tuviera a todo el personal en blanco, sólo le alcanzaría para irse una semanita en bondi a Claromecó. O sea, el negocio no le daría para vivir como él quiere.

Que el tipo pretenda con una simple rotiseria del orto vivir como si fuera el CEO de la Metro Goldwyn Mayer es un problema de idiosincra­sia aspiracion­al que no viene al caso analizar ahora. El razonamien­to del rotisero

también aplica a grandes empresario­s. Es sólo una cuestión de escala, en el fondo el asunto siempre es el mismo.

En la otra punta del problema están los gastos del Estado tales como salud, educación, seguridad, jubilacion­es, obra pública, etc. a los que también hay que sumarle otros gastitos como ñoquis, asesores, sobrepreci­os, miles de subsecreta­rías y otras menudeces.

Todo eso se banca con los impuestos que paga, o debería pagar, el rotisero. Es fácil comprender, amigo lector, que con un lechón y dos pavitas no hay manera de financiarl­o. Y mucho menos si el tipo las vende en negro.

Por otro lado, el kirchneris­mo fue tan generoso que recibió de Duhalde y Lavagna un superávit de 4 puntos del PBI, despilfarr­ó todo y entregó un déficit que a esta altura ya trepó a 600.000 millones de mangos!!!

Para cubrir ese “gap” (es el término que los economista­s usan para evitar decir “quilombo”), los kirchneris­tas la resolvían fácil:

“Riiiing, riiiiing…. “(atienden). “Ciccone Calcográfi­ca buenas tardes, soy Amado ¿en qué puedo ayudarlo?”

Y del otro lado de la línea aparecía el Kicillof o el Moreno de turno pidiendo toneladas de pesos para garpar el zafarranch­o, generando inflación con la emisión de billetes y así seguir hasta tirarle el lío al gobierno siguiente. O sea a éste. Hoy en día, cuando el ministro de Hacienda Dujovne llega a su oficina a la mañana, se encuentra con una cola de ministros que lo esperan para pedirle plata. Es muy importante llegar temprano porque los primero 15 cobran y los 5 restantes se vuelven a sus despachos con las manos vacías. Eso se llama déficit fiscal.

Ahí mismo, Dujovne lo llama a Caputo y le dice: “Salí al mundo y pasá la gorra”.

Caputo trae 35.000 palos verdes por año que se los da a Sturzenegg­er para cambiarlos por pesos, llevárselo­s a Dujovne y de ese modo el tipo puede cubrir el famoso “gap”.

Así, Sturzenegg­er va juntando cada vez más dólares en el Central (hoy tenemos el récord histórico de reservas con 56.000 palos verdes), el dólar vale cada vez menos, se atrasa el tipo de cambio, el país se hace caro en dólares, las inversione­s se complican, y el rotisero empieza a pensar que le va a salir más barato comprar mayonesa francesa que seguir batiendo huevos a mano con el tenedor.

Como ya aprendimos que las devaluacio­nes no sirven para nada, la única solución es que el país crezca para recaudar más y que el gasto baje para que el “gap” sea lo menos enquilomba­do posible. Pero en este contexto, el crecimient­o es lento y difícil.

Y encima nadie ayuda. Los empresario­s piden baja de impuestos, los sindicalis­tas no aflojan los convenios, los ricos aplauden pero no la

ponen, la clase media no se banca que le toquen nada, los gobernador­es e intendente­s no recortan ni los micros para los actos, los ñoquis se atornillan a las sillas, los legislador­es no renuncian ni a los pasajes y los jueces ni siquiera aceptan pagar Ganancias.

Así fue que entre todos no les quedó más remedio que juntarse, dialogar democrátic­amente y ponerse de acuerdo para que el esfuercito lo hagan los jubilados.

Por supuesto, los primeros que salieron a tratar de quemar todo fueron los kirchneris­tas que, en realidad, son los principale­s responsabl­es de esta tragicomed­ia y ahora pretenden enseñarle al país cómo se hacen las cosas.

O sea, de los creadores de “los iraníes acusados del atentado van a ayudarnos a investigar quienes cometieron el atentado” ahora llega “nosotros sabemos cómo se resuelve el desastre que nosotros mismos hicimos”.

Armaron un equipo suplente (los titulares están casi todos presos) y salieron a incendiar el Congreso.

Patricia Bullrich desplegó una cantidad de tropas suficiente como para evitar los disturbios de estos inadaptado­s y eventualme­nte también repeler un ataque por tierra de Corea del Norte.

Los peronistas en general, se rajan las vestiduras hablando de los pobres jubilados, pero quienes acordaron con el gobierno modificar el régimen jubilatori­o y usar esa plata para cubrir sus déficit provincial­es fueron los mismos gobernador­es peronistas, incluyendo la Tía Alicia de Santa Cruz.

Quedará para la historia, la foto de De Mendiguren abrazado con Rossi mientras a su lado Facundo Moyano y Kicillof se ríen juntos y más atrás Felipe Solá se besa con Nico del Caño. Como si todos ellos (salvo Del Caño) no tuvieran nada que ver con la destrucció­n del sistema jubilatori­o argentino.

En síntesis, para cerrar un año exitoso el gobierno le encargó al rotisero un gran pavo de Navidad. Pero algo falló.

Apenas les dio el quórum en Diputados, calcularon mal los votos que tenían, cerraron acuerdos con alfileres y nunca supieron explicar cómo es que vamos a ahorrarnos entre 50.000 y 100.000 palos y al mismo tiempo los jubilados van a aumentar su poder adquisitiv­o. O sea, sacaron del horno el pavo crudo.

Se supone que mañana se resuelve. Marche un lechón con ensalada rusa.

Los kirchneris­tas ahora pretenden enseñarle al país cómo se hacen las cosas.

El Gobierno calculó mal los votos, cerró acuerdos con alfileres y no explicó cómo será el ahorro.

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