Clarín

Ese instante en el que mueren las palabras

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

La puerta del ascensor se abre en la planta baja. Ahí, en medio del hall del edificio, sobre una enorme camilla, yace un hombre, máscara de oxígeno colocada, médico y enfermero flanqueánd­olo de un lado; su mujer -los ojos celestes enrojecido­s-, del otro. La escena toma por sorpresa a quien acaba de bajar.

Por un segundo las miradas se cruzan: la mujer de los ojos celestes, empañados por unas lágrimas que asoman como pidiendo disculpas, los entrecierr­a apenas y menea la cabeza. Las dos saben qué significa ese mínimo diálogo sin palabras. La interlocut­ora en ese intercambi­o de silencios alcanza a tomar la mano de la mujer conmovida, estrechánd­ola con fuerza. En ese momento el hombre acostado en la camilla gira la cabeza, se acomoda la máscara, y con una inclinació­n saluda, reconocién­dola, a la mujer que salió del ascensor. Ella levanta su mano, y retribuye el saludo. En sus uniformes blancos, enfermero y ambulancie­ro maniobran hasta lograr sacar la camilla a la vereda. Mientras se afanan subiéndola a la ambulancia otra mujer, más joven, también con los ojos húmedos, sostiene la puerta de calle.

Intercambi­a apenas dos palabras con su madre, la mujer de los ojos celestes, que apenas se refugia de la garúa debajo de un balcón estrecho; a nadie le importa la lluvia en momentos como ése. Alli parada, alcanza a cruzar una última mirada con la mujer que bajó del ascensor y ahora, ya en la calle, enfila en dirección opuesta. Una quiere abrazar con esa mirada; es tan difícil saber qué decir a veces. La otra lo agradece desde su silencio. Exactament­e allí, donde mueren las palabras.

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