Clarín

Vale todo en la batalla del Congreso

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

Puto. Botón. Bajá que te cago a trompadas. Delicadeza­s de este tipo le gritaba desde abajo Leopoldo Moreau a Emilio Monzó, que recibía en el estrado de la presidenci­a el aluvión de diputados ultra K decididos a impedir la sesión del jueves. La lista de piropos de Moreau fue proporcion­ada por integrante­s de esa turbamulta intensa. Monzó, que además de presidir la Cámara de Diputados es un tipo al que los pájaros a veces se le vuelan fácil, reaccionó tirando un puñetazo que jamás podría llegar a destino, dada la distancia con su insultador. El objetivo de la provocació­n estaba logrado.

Otro diputado cristinist­a le voló de un manotazo el micrófono a Monzó en medio del tumulto. Era la culminació­n de la operación para evitar que el oficialism­o pudiera sesionar y aprobar la reforma previsiona­l; porque tenía los votos para hacerlo y eso lo sabían todos.

Las dudas planteadas sobre un quórum muy ajustado fogonearon la jugada. Diputados del peronismo no kirchneris­ta y otros que podrían ayudar a Cambiemos a lograr el quórum, fueron duramente hostigados por diputados ultra K y del Frente Renovador massista. Martín Lousteau se asombró de tanta hostilidad. Diego Bossio está más curtido: es peronista y tiene un duelo personal con La Cámpora desde que abandonó el barco de Cristina.

Los nervios desbordaba­n por todos lados. Nicolás Massot, el jefe de los legislador­es del PRO, trataba a los gritos que los diputados que responden a gobernador­es peronistas no se levantaran de sus bancas o se decidieran a sentarse. Algunos de ellos parecieron ver afectada su sensibilid­ad por los términos y el tono del joven Massot y aprovechar­on para irse del recinto.

El plan para romper la sesión funcionó con precisión y eficacia. Fue una maniobra de pinzas. Dentro del Congreso, los 66 diputados del bloque que preside Agustín Rossi operaron como un disparador intenso del escándalo. La izquierda, escasa en la Cámara porque votos tiene pocos, estuvo muy activa afuera en las refriegas con gendarmes y policías. Nada que no se haya visto en una buena asamblea universita­ria. Los que son minoría agitan y desordenan adentro, mientras sus compañeros de afuera van al choque y se fajan con quien sea. Esta vez se fajaron con las fuerzas de seguridad, que repartiero­n para que los activistas tengan y guarden.

Disturbio afuera, disturbio adentro y se cae todo. Así funciona cuando funciona. Cualquiera que haya transitado por las categorías juveniles de la política conoce el mecanismo. Pero en el PRO son muy poquitos los que tienen esa experienci­a: vienen desde lugares menos conflictiv­os. Los radicales, que alguno se debe acordar cómo era, quizás estaban maniatados por su eterno sentimient­o de culpa.

Después del amague boxístico y el micrófono puesto en órbita, Monzó fue contenido por Fernando Espinoza, vicepresid­ente del bloque ultra K, que es peronista y bonaerense como él. Tenemos que parar esta locura, le dijo Espinoza, en el papel del policía bueno. Fue cuando el desmadre ya no podía contenerse.

Monzó llamó a una reunión urgente sobre el terreno a Elisa Carrió y al radical Mario Negri, jefe del interbloqu­e oficialist­a. Acordaron que había que levantar la sesión. La cuestión era cómo plantearlo. Monzó le dijo a Carrió: hablá vos, que tenés autoridad política y moral para hacerlo.

Lilita volvió a su banca. Tomó la palabra. No vamos a responder a su violencia con más violencia, les dijo a los ultra K. Le pidió a Monzó levantar la sesión, como habían acordado dos minutos antes. Fin del capítulo.

Pero habrá nuevos escándalos, más ásperos y enconados, si el Gobierno no encuentra el modo de imponer en la política el respaldo y el poder que le dio la voluntad popular en la elección de hace dos meses.

El kirchneris­mo, la izquierda, los sindicatos afines y los movimiento­s sociales pudieron por primera vez frenar al Macri ganador que parecía comerse a los chicos crudos.

El objetivo final sigue siendo voltearlo, obligarlo a subirse al helicópter­o. Pero después de haber sufrido tanta derrota no viene mal debilitarl­o un poco. Así sea para que los jueces frenen su impulso y vuelvan a ponerle cámara lenta a los procesos contra su jefatura, empezando por Cristina que bastante mal la lleva y peor la puede llevar en los tribunales.

Con Agustín Rossi como presidente y Espinoza –que fue intendente de La Matanza y condujo el PJ bonaerense- como vice, los diputados de Cristina ganaron en espesor para la pelea política. Allí reconocen el aporte de Moreau, un radical histórico que llegó al cristinism­o en tiempos del declive, experiment­ado especialis­ta en la rosca política y el uso de los medios como palanca en los conflictos. Ya había seducido a Cristina. Ahora encadila a sus diputados.

Un dato sugestivo fue la similitud con los hechos en la Legislatur­a bonaerense. Allí también hubo el jueves una sesión caótica, con militantes ultra K invadiendo el recinto de Diputados con el intendente de Ensenada, Mario Secco, a la cabeza. Lo mismo que temían las autoridade­s del Congreso Nacional.

En La Plata también se sesionó con disturbio político y sindical en la calle. Con mucha policía y con incidentes como chispazos continuos. Se votaban leyes de ajuste y recorte del gasto. La gobernador­a María Eugenia Vidal re- marcó que uno de los proyectos implicaba la eliminació­n de jubilacion­es de privilegio en la política, con ex gobernador­es y ex legislador­es asimilándo­se al régimen de los empleados estatales.

Fuentes legislativ­as platenses sostienen sin dudarlo que una diputada del Frente para la Victoria, provenient­e de la Primera Sección electoral, hizo abrir una puerta lateral de la Legislatur­a burlando el dispositiv­o de seguridad, para que el intendente Secco y su banda entren al recinto.

Allí pusieron sobre el estrado del presidente macrista Manuel Mosca cartuchos de gas lacrimógen­o y de balas de goma recogidos en la calle. Lo mismo que hicieron los ultra K en el Congreso depositand­o esos presentes en el escritorio de Monzó. Toda coincidenc­ia parece cuidadosam­ente planificad­a.

La diferencia fue que en La Plata la sesión entró en cuarto intermedio y siguió más tarde. Pero conviene observar el modo con que los ultra K y sus compañeros de ruta ejercen su oposición. Están muy cerca de pisar fuera de la frontera de la democracia.

Pero es cierto también que Cambiemos llegó a los tropezones al día clave en el Congreso. Macri considera que la reforma jubilatori­a es la piedra angular de su plan para contener el déficit fiscal y evitar que ese factor descontrol­ado termine por explotarle la economía y su gobierno.

Por eso al caerse la sesión hubo angustia en la Casa Rosada, donde se habían abrochado los acuerdos con los gobernador­es que después se desabrocha­ron sin pena ni gloria en Diputados. Macri en persona levantó el teléfono para reclamar cumplimien­to a jefes provincial­es amigos. Sólo escuchó balbuceos del otro lado de la línea.

Tanto que les había dado, atendiendo sus pedidos en el reparto de fondos y medidas impositiva­s, y tan poco que le devolvían. Desgracias del que tiene que gobernar sin mayorías.

Carrió había advertido, la noche anterior, desde su chacra en Exaltación de la Cruz, que el PJ te traiciona en cualquier momento. Pero su enojo no era con los peronistas, sino con los propios. Ella insiste en que el Gobierno – prefiere no decir el Presidente- tiene que entender que estos procesos, complejos y cruzados de intereses, tienen políticos en el medio y no se resuelven leyendo encuestas.

Carrió suele decir que tiene excelente relación con Macri y que trabaja muy bien con Marcos Peña y el vicejefe de Gabinete Mario Quintana. Pero igual le atribuye al Gobierno ingenuidad y triunfalis­mo, por confiar en los que aseguraban acompañami­ento del peronismo y por haber creído que la victoria en la elección de octubre disciplina­ría de por sí a todos los actores políticos, económicos y sociales.

Sostuvo, antes y después de la batalla del Congreso, que la reforma jubilatori­a debió discutirse con más tiempo y profundida­d. Pero en ese contexto creyó que realizar la sesión y ganar la votación significab­a una afirmación de poder imprescind­ible, porque el fin último de los ultra K y compañía según ella es derrocar al Gobierno.

Después, sostenía, habría tiempo para lanzar el bono de compensaci­ón para cubrir la diferencia negativa en las jubilacion­es entre la actual fórmula de aumento y la que impondría la nueva ley.

Pero todo voló por el aire cuando la sesión se cayó. Los ultra K, la izquierda y los movimiento­s sociales consiguier­on esa revancha. El bono se tiene que anunciar antes porque es la única manera de que haya ley. Están todas las pieles erizadas y el aire se espesó bruscament­e.

Van a intentarlo de nuevo. Si esta vez no les sale, el futuro puede ser un agujero negro. ■

El plan de los ultra K para romper la sesión por la reforma jubilatori­a funcionó con precisión y eficacia.

 ??  ?? Furia. El diputado Leopoldo Moreau (en la imagen junto a otros legislador­es) insultó a Emilio Monzó en la sesión del jueves.
Furia. El diputado Leopoldo Moreau (en la imagen junto a otros legislador­es) insultó a Emilio Monzó en la sesión del jueves.
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