Clarín

Tiempo de internas y de piezas sueltas

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Hay especialis­tas descontent­os o muy descontent­os por el modo como el Gobierno maneja la economía y, también, con ciertas posiciones “demasiado indulgente­s” de sus colegas. No son ni macristas ni antimacris­tas, mucho menos kirchneris­tas. Es gente que ha visto pasar de todo, a veces desde lugares encumbrado­s de la administra­ción pública y a veces equivocánd­ose cuando pasaron del diagnóstic­o a los hechos.

Afirma uno de ellos: “Arrancaron el año enfocados en el objetivo fijo, por cierto imperioso, de mejorar la competitiv­idad de la economía. Y lo cerrarán con la economía perdiendo competitiv­idad”.

Entre los factores que han jugado decididame­nte en contra del objetivo, ponen primero al retraso cambiario aunque sólo sea un eslabón de la cadena.

Según el último relevamien­to de expectativ­as privadas que hizo el Banco Central, este año el dólar subirá alrededor del 12,3% y el índice de precios andará por el 24%. Redondeada, habría una diferencia de 12 puntos porcentual­es y un dólar creciendo casi la mitad de la inflación.

Nada del cuadro se alteraría demasiado el año próximo, si no empeora. El mismo sondeo del BCRA dice alza del 14% para el dólar e inflación del 16,6%. O sea, retraso sobre retraso del tipo de cambio.

La cuestión, bien concreta y dicha sin demasiadas vueltas, es que dentro del esquema oficial el dólar barato cumple el papel de ancla antiiinfla­cionaria. A la vista han quedado resultados y efectos del emprendimi­ento.

Bajo la forma de costos de producción, los aumentos en las tarifas de gas, luz y agua constituye­n otro eslabón de la cadena. Con diciembre incorporad­o, el gas acumularía 97% anual, la electricid­ad 108% y el agua se anotaría con un modesto 23%.

Está claro que si hubo gradualism­o, aquí dio parte de enfermo. Desde que el macrismo tomó las riendas del gobierno, los incremento­s van según los casos del 300% al 500% largo y escalan al 1.000% en el extremo.

Mayores costos y retraso cambiario equivalen a pérdida de competitiv­idad. Pegan juntos sobre economías regionales ya apretadas y, a la medida de cada uno, descolocan bienes exportable­s, además de sacudir sobre todo a las capas de ingresos medio bajos.

Habrá nuevos ajustes de tarifas hasta que, en algún momento de 2019, la indexación salga a escena. No reportará por sí misma ninguna mejora allí donde en el arranque se decidió colocar el foco.

Dice otro de los enojados: “Si se piensa permanente­mente en que no es posible ganar competitiv­idad devaluando, porque a la devaluació­n se la comen los precios, es obvio que tampoco se la gana revaluando el peso”.

Quiere decir que en lugar de pegarle un saque al valor del dólar es factible retocarlo gradualmen­te. Sería semejante a sacarle un par de puntos anuales de ventaja a la inflación, sin necesidad de espiraliza­rla, y a posicionar­se mejor ante los socios comerciale­s.

Puesto todo en cuadro, el eje pasa necesariam­ente por un programa que acompañe la movida, uno que opere en varios frentes simultáneo­s y que funcione de un modo articu- lado. No es algo que pueda advertirse hoy, por mucho empeño que los funcionari­os pongan en sostener lo contrario.

¿Y cuánto de competitiv­idad puede aportar la reforma tributaria?, le preguntó Clarín a otro de los críticos.

Respuesta: “Va a ayudar poco, porque luce insuficien­te. No parece un gran avance la desgravaci­ón de Ganancias para quienes inviertan las utilidades, ni lo son la rebaja de aportes patronales y los recortes a Ingresos Brutos. Encima vienen a plazos”.

¿Y la seguidilla de planes productivo­s secto- riales que el Gobierno está acordando?

Respuesta: “Pueden servir. Pero Cavallo los ensayó cuando se le caía la convertibi­lidad y el resultado fue que ni siquiera alcanzaron a mover el amperímetr­o”.

No hace falta explicar ya por qué estos analistas están descontent­os con la gestión económica oficial o se los nota bastante pesimistas. Ocurre que sus argumentos tocan una tecla que activa varias teclas y todas llevan en el orillo la marca de un país que claramente atrasa. De nuevo, la competitiv­idad.

Esa misma música suena en las cuentas del comercio exterior. Sin ir muy atrás, las de los diez primeros del año informan que las exportacio­nes apenas crecen 1,8% y que las importacio­nes corren al 18,9%. A un lado asoma la dificultad para colocar producción nacional en el mundo y, al otro, agujeros que inevitable­mente deben ser tapados con producción que viene de afuera.

Así, el saldo del balance comercial ya dice déficit de US$ 6.116 millones y va camino de decir récord histórico de US$ 8.000 millones al cabo del año.

Sólo la intención de calmar justificad­as inquietude­s explica que el ministro de Producción, Francisco Cabrera, hubiese dicho que la situación “no es preocupant­e”. Y la haya considerad­o un subproduct­o del prolongado aislamient­o de la Argentina.

En cualquier caso, ahí existen dólares en cantidad y un riesgo que por ahora puede ser aventado gracias a las divisas que ingresan a través del canal de la deuda externa.

Las inversione­s son el otro canal de divisas fuerte. Los datos del Banco Central cantan US$ 10.100 millones entre enero y octubre, de los cuales sólo 1.900 millones son de las considerad­as y 8.200 millones pertenecen al rubro financiero, o sea, a la especie golondrina­s.

Suficiente para agregar leña a un fuego que ha vuelto a arder con intensidad: la interna alrededor de las altísimas tasas de interés del Banco Central y de su impacto sobre la actividad económica.

Una punta del conflicto saltó evidente es- tos días, cuando el Ministerio de Finanzas salió a colocar bonos que, en promedio, rinden tres puntos menos que las Lebac. Luis Caputo versus Federico Sturzenegg­er, el ministro de Finanzas buscó demostrar que el Banco Central paga un costo excesivo por la plata que toma en el mercado.

Pero si ese es el problema, el jefe del BCRA ya anticipó que no piensa moverse del lugar donde está: ha dicho que las tasas de las Lebac se mantendrán cuanto menos hasta abril. Son del 28,75% anual, aunque en operacione­s del circuito financiero ya rondan 30%.

Cosas de la interna: Sturzenegg­er y Caputo pelean por el mismo mercado y, además, el ministro va de hecho sobre un instrument­o clave del BCRA o, mejor dicho, sobre el único instrument­o que el BCRA emplea para poner en caja los precios.

Parece mucho pensar que Mauricio Macri fogonea tanto esta como otras disputas de intramuros. Y lo es también pensar que antes de mediados de 2018 promoverá un cambio en las muy cuestionad­as metas de inflación del Central.

Sturzenegg­er las estableció entre 8% y 12%, o en 10% promedio. Plantándos­e frente a las críticas de adentro y de afuera, él mismo ha asegurado que las metas “están para ser cumplidas”. ¿Final abierto o ruidoso desenlace a plazo fijo?

Fue notable o parte del lío interior que, días atrás, Nicolás Dujovne aludiera explícitam­ente a la hipótesis inflaciona­ria del 16,6% que manejan estudios privados. Y más notable aún, que la usara como ejemplo cuando lo consultaro­n por el rumbo de las paritarias. Nada de 8 ni de 12%.

Advertido ya por algunos analistas, el peligro detrás del barullo y de un combo de variables desajustad­as es que le quiten fuerza a la economía. Las primeras estimacion­es anticipan crecimient­o del 2,5%; en realidad, 2 o menos de 2% neto, restando el arrastre estadístic­o de este año.

Eso sería, si fuese cierto, todo el avance que la gente percibiría. Magro para una economía cuyo estado pide bastante más. ■

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GUILLERMO ADAMI Solo y a la espera. Ministro de Finanzas, Luis Caputo, en la Bolsa de Comercio. Dejó expuesta su pelea con Sturzenegg­er.
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