Errores y locuras argentinas
Mauricio Macri enfrenta un paisaje que no había imaginado. Ha sufrido el traspié más severo de su primera mitad del mandato. A menos de dos meses de un notable triunfo electoral. Debe mutar aquella derrota en victoria con un instrumento –la nueva fórmula de ajuste para los haberes de los jubilados-- refractario ahora en la opinión pública. Tiene además que cuidar como una copa de cristal el equilibrio de Cambiemos. Y no extraviar, como aconseja Jaime Durán Barba, ese puente imaginario tendido con un importante sector de la sociedad. Por allí deberá andar su sueño de reelección para el 2019.
El Presidente encara este menú de encrucijadas quizá porque abandonó inoportunamente el gradualismo político. Pretendió resolver todo de un plumazo, trasuntando contagio de un virus kirchnerista que no le sienta bien. Convirtió el ajuste del haber jubilatorio casi en una batalla final. Como si el destino de la flameante economía dependiera sólo de eso. Una desmesura. Casi un bocado para cualquier paladar opositor.
Para colmo, no existen garantías de que la ecuación imaginada para el pago a la clase pasiva alcance a achicar sustancialmente el déficit fiscal que tiene en la ANSeS su epicentro. Menos con el bono compensatorio para el primer trimestre. El ahorro de $ 75 mil millones que calculó el Estado se encogerá. Deberá cumplir con el reparto de fondos a las provincias que adhirieron al Pacto Fiscal. Sólo María Eugenia Vidal se llevará $ 41 mil millones en 2018 a Buenos Aires. Macri piensa que esos fondos no se esfumarán en la administración diaria. Se volcarán en obras para dinamizar la economía y modificar las pésimas condiciones de vida de millones de argentinos. La única seguridad se la concede, por ahora, la gobernadora con quien convino una fuerte inversión en el Conurbano. Sobre todo donde aún late el corazón del kirchnerismo: La Matanza.
El Gobierno se encontró en medio del default político con sorpresas que no había calculado y debilidades propias que tampoco en este par de años asomaron con tanta nitidez. Las elecciones de octubre le permitieron a Cambiemos mejorar su situación en Diputados y el Senado. Aún sin llegar al control siquiera de una de las Cámaras. Ese crecimiento se produjo en desmedro de la presencia kirchnerista. Pero el impacto numérico no guardaría relación con la condición cualitativa. Se descubrió en las negociaciones con aliados y opositores por los jubilados. Quedó en evidencia en las tumultuosas y violentas últimas jornadas. Aquella durante la cual se aprobó el dictamen de Comisión. También cuando Cambiemos, con el quórum justo y discutido, pretendió realizar la sesión especial.
El kirchnerismo diezmado en las urnas parece emerger, sin embargo, como un cuerpo homogéneo y mañero. Capaz de cualquier audacia. El jefe del bloque de diputados es de nuevo Agustín Rossi. El santafecino que estuvo con Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Posee una destreza distinta al abogado laboralista Héctor Recalde. Junto a él está el ex radical Leopoldo Moreau. Se podrá decir cualquier cosa de ese saltimbanqui de la política. Menos que carezca de aptitud para envolver hasta una silla con su lengua serpentina. También aparece Hugo Yaski, el docente K que lleva de las narices a Pablo Micheli en la conducción de la Confederación de Trabajadores de la Argentina (CTA). La conducta combativa de esa entidad sindical contra el Gobierno descolocó a la Confederación General del Trabajo (CGT) que se vio forzada a amagar con una huelga nacional.
Rossi irrumpió como simulado mediador, por ejemplo, cuando un grupo de militantes irrumpió en la reunión de la Comisión de Previsión Social . El diputado bajó a la calle a pacificar cuando manifestantes vehementes insinuaban un choque con la Gendarmería a las puertas del Congreso, horas antes de la sesión de Diputados. Y fue protagonista del escándalo que obligó a aplazar la sesión. El kirchnerismo tuvo mucho que ver con el montaje de todos esos episodios. Participó y fogoneó la enorme movilización de las organizaciones sociales y piqueteras que el miércoles desquiciaron la Ciudad. Violando, por supuesto, un acuerdo que tenían con el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta. La manifestación estaba autorizada entre las 16 y las 18. Arrancó al mediodía y terminó a la nochecita.
Las escaramuzas en la Comisión de diputados que aprobó el dictamen tampoco fueron espontáneas. Los militantes estuvieron escondidos desde la mañana del miércoles en varios despachos de legisladores K. La batuta correspondió a los más curtidos. Carlos Castagneto, ex viceministro de Alicia Kirchner en Desarrollo Social y funcionario de Daniel Scioli. Mayra Mendoza, la joven bonaerense de La Cámpora con buena llegada a la ex presidenta. Les dieron a los revoltosos vía libre cuando Cambiemos se arrimaba a su objetivo.
Los diputados de Cambiemos nunca previeron una situación semejante. Ni siquiera el experimentado Eduardo Amadeo que conduce la Comisión del área. Tampoco Emilio Monzó, cuya oficina fue atacada. Puede haber sido una enseñanza para el futuro. También, a lo mejor, un reflujo de nostalgia sobre el tiempo que pasó. Las confrontaciones con los diputados de La Cámpora tuvieron antes casi siempre las características de una estudiantina. Resultaron previsibles. El oficialismo debe estar preparado para otra cosa.
Su estrategia global, por el tema de los jubilados y otras yerbas, merecería quizás algún reseteo. Hacia un sistema de poder distinto. ¿Era posible un pacto con los gobernadores peronistas que estuviera atado sólo a las palabras? Macri amenazó que sin el cambio previsional no se cumpliría con el acuerdo fiscal. Pero no existió ningún enlace de hecho entre ambas cosas. Algún artículo preciso en el texto. Muchos mandatarios prometieron su apoyo mientras rapiñaban beneficios impositivos al Gobierno. Pero sus diputados se esfumaron cuando debían estar.
En ese punto se denota también una orfandad de liderazgo opositor. Los gobernadores del PJ quedaron machucados después de las elecciones. En especial, aquellos que concitan expectativas. Juan Schiaretti, en Córdoba, y Juan Manuel Urtubey, en Salta, resultaron derrotados. El salteño vivió hace días un episodio insólito que requeriría, por lo menos, una introspección del macrismo. Allá, el titular del PRO, Andrés Suriani, rechazó junto a su bloque el proyecto fiscal del gobernador por- que –dijo-- “va a romper la paz social” en la provincia. Alertó incluso que Urtubey desvirtuaba el sentido de las decisiones nacionales de Macri.
El desacople explica el jugueteo de los diputados salteños. Aparecían y se iban. También, que la presencia final en el recinto, que podía asegurar la aprobación de la fórmula jubilatoria, haya quedado reducida parcialmente a 6 provincias del PJ. Córdoba, Misiones, Tucumán, Entre Ríos, Chaco y San Juan. Varios de los ausentes hallaron otra justificación. La imposibilidad de avalar la violencia adentro y afuera del Congreso. Afuera estuvieron los que están siempre. Con un teatro bélico que obsequió la Gendamería. También actuó la diputada Mendoza, que quiso levantar las vallas para que los revoltosos ingresaran al Parlamento. Sufrió la represión de los agentes. Adentro se observó a algunos dirigentes kirchneristas en estado de furia. Eduardo Wado De Pedro pateó bancas y tuvo un durísimo intercambio de palabras con Diego Bossio, titular del bloque del PJ. A Máximo, el hijo de Cristina, también se le soltó la cadena.
Otro estímulo para la reticencia de los gobernadores y diputados pejotistas pudo constituirlo un debate subterráneo, aunque perceptible, en Cambiemos. Allí la convicción inicial pareció aflojar a medida que la oposición hizo de la calle su teatro de operaciones. Esa es tierra yerma para el oficialismo. En ningún caso fue posible escuchar defensas solventes sobre los nuevos ajustes en los haberes de los jubilados. Sobraron incluso referencias infortunadas. El diputado Pablo Tonelli intentó explicar que los jubilados “iban a cobrar menos dinero pero no a perder poder adquisitivo”. Un galimatías. Elisa Carrió también sembró dudas. Y disparó que en marzo existiría una compensación adicional para los jubilados a fin de neutralizar cualquier pérdida con el cambio. “¿Por qué nosotros debíamos entonces acompañar al Gobierno con lo peor?”, interrogó un peronista indignado. Macri se fastidió con esa cadena de vacilaciones. En algún momento hasta añoró la pertenencia a su Gobierno de alguna figura hormigonada, como la de Aníbal Fernández. Se trató apenas de una pincelada de humor.
El conflicto dejó planteados varios enigmas en Cambiemos. De nuevo sobre el papel de Carrió y su relación con Macri. La diputada lanzó la idea del bono compensatorio antes que el Presidente lo formalizara con los gobernadores para habilitar la sesión de mañana en el Congreso. Una semana antes había resistido la propuesta. Carrió también tomó la iniciativa de levantar la sesión del jueves. Aunque lo hizo en consonancia con Monzó y el radical Mario Negri. Reclamó un parate a Patricia Bullrich por el despliegue de gendarmes. El Presidente avala a la ministra de Seguridad. Cruzó además públicamente la amenaza de un DNU para resolver el tema jubilatorio. Que el Gobierno esgrimó más con intención de humo que de fuego. Aquel vinculo requerirá una restauración.
Los cuatro días de locura ocurrieron mientras deliberaron en Buenos Aires representantes de 146 naciones de la OMC. No pocos quedaron perplejos. Hay un Gobierno que pregona previsibilidad y un país que demanda inversiones para mejorar.
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Macri planteó el tema de los jubilados casi como una batalla final. Y abroqueló a todo el arco de la oposición