A la hora señalada
Las denuncias arreciaron durante la campaña presidencial. Una tras otra, mujeres de diferentes edades, profesiones y condición socioeconómica se presentaron en los medios para hacer oír su voz: el candidato a la Casa Blanca por el partido Republicano, Donald Trump, las había acosado o abusado sexualmente de ellas. Manoseos, toqueteos inapropiados en partes íntimas, una mano que se deslizaba por debajo de la falda de una ocasional compañera de asiento en un vuelo comercial, un intento de violación en medio de una fiesta en su casa de Mar-a-lago, actitudes de voyeur haciendo desfilar mujeres durante una cena, espiando para ver si usaban o no ropa interior y lanzando después comentarios groseros acerca de ello a lo largo de una cena en un restaurante, besos forzados en las situaciones más diversas. El aba- nico de edades de quienes prestaban testimonio era tan amplio como el repertorio de inconductas señalado. Con el mismo estilo descalificador y soberbio con que habría cometido las faltas denunciadas, Trump respondía las acusaciones. A pesar de lo que muchos suponían, el empresario ganó las elecciones y con ellas, claro, la presidencia de los Estados Unidos. Las voces de todas las mujeres que se animaron a hablar, dando cuenta de abusos cometidos muchas décadas o apenas unos años atrás, fueron sepultadas por los votos que llevaron al Salón Oval a un candidato cuyos primeros actos eran cubiertos por los cronistas de espectáculos.
Poco más de un año después, el pasado miércoles, otras elecciones arrojaban un resultado bien diferente: Roy Moore, aspirante al Senado de los Estados Unidos por el Estado de Alabama, apadrinado y apoyado fervientemente por el propio Trump, caía derrotado frente a su contendiente demócrata. Ocho denuncias de abuso sexual, presuntamente perpetrado varias décadas atrás contra chicas de 14 años, cuando él tenía 30, sacudieron su campaña proselitista. El presidente decidió respaldarlo sin hesitar a pesar de las acusaciones. Si bien Moore se impuso por un margen estrecho, pa- ra los observadores, según consigna The Washington Post, fue decisivo, en esa definición, el peso del voto femenino. En las presidenciales, Trump le sacó allí 28 puntos de ventaja a Hillary.
¿Qué pasó entre aquellos comicios que ganó Trump y éstos que perdió su candidato en Ala- bama? Nada menos que un movimiento que creció con la fuerza de un tsunami y que, como suele suceder con los grandes fenómenos naturales, tiene un arranque no siempre fácil de identificar y consecuencias impredecibles una vez que se desata. Unos dos meses atrás, lo que, después se supo, era un secreto a voces en el dorado universo de Hollywood, cobró estado público y provocó una reacción en cadena que ya hizo tambalear la carrera de unos cuantos intocables y consagrados. Harvey Weinstein, archipoderoso productor de cine, suerte de contemporáneo Rey Midas, fue acusado de abuso sistemático y perversiones varias por más de ochenta mujeres, y encabeza una lista que crece día a día. Esta verdadera revolución contra el acoso sexual se cristalizó en una frase tan simple como reveladora: “Me too” (“Yo también”), precedida por un hashtag, se viralizó rápidamente y de modo imparable, arrastró a su paso la reputación de políticos como el ex presidente George Bush padre, periodistas de Washington, figuras destacadas de otros países, y llegó a la tapa de la revista Time como “Personaje del año”.
Lo ocurrido en Alabama es auspicioso. Es, quizás, un primer paso. Pero pasa en la vida de las personas y también en el seno de las sociedades: cuando después de mucho tiempo de negar o silenciar una realidad se toma la decisión de sacarse la venda y de, además de ver, mirar, es muy difícil volver al status anterior y pretender seguir haciéndose los distraídos. Dicen que no hay nada más incontenible que una idea a la que le ha llegado su hora. Bienvenida sea. ■
Moore tuvo ocho denuncias de abuso. Dicen que en su derrota electoral pesó el voto femenino.