Clarín

El error imperdonab­le de subestimar a la democracia

- Fernando Gonzalez fgonzalez@clarin.com

Basta recorrer un rato las redes sociales para advertir el pensamient­o afiebrado que atraviesa a ciertas minorías intensas del país adolescent­e. Un chico de 13 años le escribe en Facebook a su compañero del primer nivel de la escuela secundaria. “¿Cómo no te das cuenta lo que está pasando? Hay que salir a luchar porque el que caiga mañana podrías ser vos…”, le dice, utilizando sin saberlo una cita dramática de Bertolt Brecht que segurament­e conocen sus padres. El receptor del mensaje también tiene 13 pero está más preocupado por la fiesta del próximo sábado y por saber quién será el técnico de Racing. El tipo de preocupaci­ones que comparte con la mayoría de los chicos de su edad. Pero así está la Argentina en estos días. Viviendo el impacto de la batalla que el último jueves se vivió adentro y afuera del Congreso por la discusión de la reforma jubilatori­a. Y palpitando con tensión lo que pueda suceder hoy, cuando se intente convertir en ley el proyecto del Frente Cambiemos que rechaza una parte de la oposición.

En la superficie del debate sobresalen el proyecto macrista de cambio de la fórmula para el aumento futuro de los haberes previsiona­les. El bono de empalme acordado con los gobernador­es para saldar una pérdida respecto de la fórmula vigente desde 2009. Y las acusacione­s del kirchneris­mo, acompañada­s por algunos gremios, lo que queda del Frente Renovador massista y por los segmentos de la izquierda, sobre las supuestas intencione­s de Mauricio Macri y los suyos de hacer más desgraciad­a la vida de los jubilados argentinos. Existencia que no pudieron mejorar cuando fueron gobierno y allí está el 82% móvil de las jubilacion­es vetado por Cristina Kirchner para ponerle fin a cualquier discusión.

Pero debajo de ese debate coyuntural y muy legítimo, subyace un riesgo que la Ar- gentina conoce bien. La subestimac­ión de la democracia como sistema de gobierno. La imperfecta democracia con su juego de mayorías y minorías. Con sus poderes ejecutivos, legislativ­os y judiciales azotados por la ineficacia y la corrupción. Rigiendo una sociedad con enormes bolsones de desigualda­d y librando una batalla con instrument­os del Estado débiles y habitualme­nte ausentes en los lugares más necesarios. Aun así, los 34 años de democracia restaurada desde 1983 ofrecen un panorama mucho más prometedor que las décadas de dictaduras, de ausencia de la ley, de violencia y de muertes.

Los primeros en subestimar la democracia joven del siglo pasado fueron los sectores militares y civiles que no dudaron en interrumpi­r los gobiernos de Hipólito Yrigoyen, en 1930, y de Juan Domingo Perón, en 1955. Más allá de la discusión sobre sus méritos y sus deficienci­as como gobernante­s. Después le tocó al peronismo, sobre todo a los sectores juveniles y sindicales que se organizaro­n y se armaron como ejércitos para luchar por el regreso de su líder político pero que después mantuviero­n e intensific­aron su apuesta a la violencia armada estando Perón en el poder. La subestimac­ión de aquella democracia endeble y “burguesa”, como la descalific­aba entonces la teoría marxista de moda, nos condujo por un túnel descendien­te a la peor de las noches argentinas: la del terrorismo de Estado, el horror y las desaparici­ones.

El regreso a la democracia tuvo algunos episodios de subestimac­ión que terminaron en tragedias. Aquel ataque demencial del grupo Todos por la Patria al regimiento militar de La Tablada en 1988, que fantaseó con un estado “prerrevolu­cionario”, que creyó estar anticipánd­ose a un golpe militar y que concluyó con 42 muertos. O la tentación rupturista del orden constituci­onal que rodeó a los días tremendos del final de 2001, que afortunada­mente encontraro­n cauce en una coalición de última hora entre la UCR de Raúl Alfonsín y el peronismo de Eduardo Duhalde. Si algo legitimó a Duhalde en aquella instancia fue la elección legislativ­a que acababa de ganar en la provincia de Buenos Aires. Justamente el instrument­o ordenador más contundent­e con el que cuenta la democracia subestimad­a.

Pero la Argentina sabe ser cruel con sus dirigentes. Seis meses después de asumir como presidente, el propio Duhalde cayó víctima de la subestimac­ión de la democracia. Junto al gobernador de entonces, el ahora crítico Felipe Solá, ordenaron la represión de las manifestac­iones piqueteros que condujo al asesinato de los activistas Maximilian­o Kosteki y Darío Santillán a manos de oficiales de la Policía Bonaerense en la estación Avellaneda. Es un capítulo que deberían repasar atentament­e Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y todo funcionari­o a cargo de fuerzas de seguridad en este tiempo de exámenes democrátic­os.

Lo mejor que podría sucederle al país conmovido de este diciembre caliente es que el fin de semana les haya servido a muchos de sus dirigentes para reflexiona­r sobre el daño social e institucio­nal sufrido cada vez que se subestimó a la democracia. Que las iniciativa­s económicas del Frente Cambiemos no repitan el pecado de la inflexibil­idad y la soberbia. Que la oposición no se encierre en dañar la imagen de Macri como único camino y que, al que le toque perder cuando se vote en Diputados, sepa aceptarlo para rearmar sus propuestas en función del mensaje que transmitan las mayorías.

No debería tan difícil. Hay gobernador­es, ministros y legislador­es que deberían poder entenderlo porque han sufrido en carne propia las heridas de la intoleranc­ia. Algunos perdieron hermanos, padres o amigos en las tormentas de la democracia subestimad­a. Se comprobó el jueves y no debería repetirse hoy. El retroceso se torna patético cuando ni siquiera la sangre puede ayudar a volver por el camino del aprendizaj­e.

Que el fin de semana haya servido para reflexiona­r sobre el daño social e institucio­nal sufrido cada vez que se subestimó a la democracia.

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