Clarín

Elecciones y acción directa son contradict­orios

- Hugo Martini Ex diputado nacional (PRO) y Director de Carta Política.

El 18 de octubre se realizaron las elecciones de mitad de término: se renovó la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de las bancas del Senado. Muy pocos días después continuaro­n en las calles piquetes, manifestac­iones y ollas populares, como si las elecciones no hubieran existido. El 29 de noviembre, cuando juraron los senadores electos, hubo que vallar los alrededore­s del Congreso para impedir el paso de manifestan­tes.

El jueves pasado hubo que vallar de nuevo porque se iba a debatir el proyecto de la ley jubilatori­a. En este caso la acción directa ingresó a la Cámara de Diputados: un grupo de legislador­es abandonó su banca, se acercó insultado al presidente Emilio Monzó, arrancó y le tiró su micrófono.

En medio de muchas anécdotas y transcendi­dos, la Argentina vive dominada por este doble juego entre elecciones y acción directa. Este es el centro de la crisis y el resto, como decía Borges, “es literatura”. Sin embargo, como las noticias que se leen todos los días, los espectador­es están acostumbra­dos a este fenómeno y no lo ven como contradict­orio. Las palabras elecciones, ganadores y perdedores, piquetes, policías o gendarmes para impedir que los manifestan­tes avancen, proyectos de ley, insultos al Presidente de los diputados realizados por otros diputados, se han naturaliza­do en el sistema político de hoy.

La pregunta es si un sistema democrátic­o –porque de eso se trata- puede llegar a sobrevivir si todos piensan que es lo mismo votar cada dos años o salir a la calle, pegarle a los que fueran electos, romper vidrieras y edificios y controlar el espacio público, para imponer su voluntad.

Curiosamen­te, no han formulado declaració­n alguna con relación a esta contradicc­ión dirigentes políticos de la oposición que no están involucrad­os en los incidentes, empresario­s interesado­s en salvaguard­ar sus inversione­s presentes o futuras, dirigentes gremiales ni miembros del mundo intelectua­l. Algunos protestan, pero nadie habla de la contradicc­ión.

Esta distorsión no es una novedad. Este doble juego ha existido, en mayor o menor medida, desde el restableci­miento del sistema democrátic­o en 1983. Pero como todas las distorsion­es, ahora se está acercando a una situación límite. Cada vez es más fuerte y cada vez parece más natural.

Entre las múltiples reuniones para alcanzar acuerdos que realiza el gobierno con la oposición, habría que incorporar a la agenda el tratamient­o de esta contradicc­ión. Porque será muy difícil que la vida democrátic­a que tanto costo recuperar – las famosas institucio­nes de la Constituci­ón- pueda sobrevivir, si cada dos años se vota para elegir a quienes gobernarán y al día siguiente un grupo –grande o chico- sale a la calle a imponer su voluntad por la fuerza. Porque este tema, aunque parezca demasiado simple, es el centro del problema que impide la estabilida­d del sistema.

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