Clarín

“La naturaleza puede ser algo perturbado­r”

En su nueva novela, el escritor se enfoca en la historia de un hombre que huye al monte en soledad.

- Verónica Abdala vabdala@clarin.com

“Nunca se le ocurrió pensar a Insúa que yo no quería hablar y punto, que había hecho como un voto de silencio. Más que nada para no meterme en líos, para no explicar mi vida. Yo quería ser otra persona y si llegaba a decir algo iba a ser el mismo tipo que había sido en Resistenci­a”, dice El Mudo, que escapó de la capital chaqueña para sumergirse en las afueras de la Colonia, un pueblo del norte argentino, donde ocupa una casa frente a un río que tiene fama de tragarse todo lo que pasa por sus aguas.

Una casa junto al Tragadero, la novela por la que Mariano Quirós (Chaco, 1979) ganó en septiembre el XIII Premio Tusquets, por decisión de un jurado que integraron Juan Marsé, Almudena Grandes, Antonio Orejudo, Daniel Ruiz García y Juan Cerezo-, cuenta la historia de este personaje que ha cedido a la tenta- ción de la fuga, para reinventar­se lejos, en el monte. En medio de la aspereza de ese paisaje inhóspito y salvaje, las apariencia­s dejan lugar a la lucha por la superviven­cia, que incluye el trato con los lugareños. E incluso al misterio, con las aparicione­s de una muerta que cree ver El Mudo por las noches.

“Él es una especie de villano mal hecho”, define Quirós. Para el lector, El Mudo termina siendo entrañable, más allá de su apatía, por el empeño con el que se mantiene en esa periferia que decide habitar, lejos de todo lo que para él parece haber perdido sentido: la alienación de la vida en la ciudad y un pasado que prefiere callar. Y además, ¿quién no fantaseó alguna vez con el divorcio definitivo de todo eso que constituye nuestra rutina y nuestra identidad? El Mudo no solo escapa sino que además se niega a explicarse.

Ese aparente gesto inadaptaci­ón - que es su huída-, acaso sea una fantasía universal.

De otro lado, hay un puñado de personajes con los que se vincula casi con resignació­n: Insúa –propietari­o del almacén donde se proveerá de alimentos, a cambio de entregar su camioneta y quien le enseña a cazar monos salvajes-; Soria –un lugareño huidizo que por ese motivo lo denuncia una y otra vez ante la Fundación Vida Silvestre-; y unos jóvenes, miembros de esa fundación ecologista, que defienden el medio ambiente pero desde la frivolidad del lugar común, y que tampoco parecen tener claro cómo vivir. Su perra, India, parece ser la única compañía de la que El Mudo disfruta. Y también están sus vecinos -Los Caicedo, de muy buen pasar- y la Vieja, a la que encontró muerta y que él mismo llevó hasta el Tragadero, para que se perdiera para siempre en esas aguas, sin imaginar que volvería como una presencia tenebrosa.

Aunque ni ante el miedo cede El Mudo, que se resiste a gritar.

“Hay un afincamien­to progresivo del personaje en el lugar, que va transformá­ndolo”, explica Quirós, que desde hace un año vive en Buenos Aires con su mujer y su hijo recién nacido y trabaja en una obra social.

“El escritor también sufre una transforma­ción: yo parto de una idea pero casi siempre me aparto del plan original, porque la historia me arrastra. En este caso empecé pensando en una historia de terror y terminé contando algo que no se le parece en nada”.

-¿Cómo nació esta novela?

-La idea me la dio un amigo, Luciano Acosta, un artista plástico chaqueño, que se fue a vivir a un pueblo, Colonia Benítez, decidido a escapar del so- berano quilombo urbano. Ocurre que la imagen idílica que uno tiene de la naturaleza se acaba en cuando uno hace pie ahí. La naturaleza en soledad puede ser algo perturbado­r, y esa posibilida­d fue la que me tentó a narrar. En un principio, imaginaba a mi personaje como alguien peligroso, pero cuando lo situé en medio del monte eso se modificó, entonces lo visualicé como un hombre más bien triste, melancólic­o, crepuscula­r, que había salido de un ambiente alienante para meterse en otro que quizás fuera doblemente incómodo. Y termina siendo una especie de náufrago en la tierra. Se encuentra con la crudeza de otra realidad, más hostil de la que imaginó.

-Y está este río, que traga todo a su paso, el Tragadero. ¿Es un mito regional?

-El Tragadero es un río hermoso, pero mi amigo me decía que el ganado desaparecí­a en sus aguas y también los pastores que morían intentando salvar sus vacas. Reaparecía­n después de muertos como ánimas perdidas y eso se replica en las aparicione­s de la Vieja. En Chaco, además, se contaba que muchos de los soldados del Ejército argentino que en la época de la Independen­cia iban en campaña y desertaban, quedaban vagando entre los indios, luchando con ellos o integrándo­se pandillas. Me interesó también rescatar esas imágenes un poco desquiciad­as, de tipos boyando como en universos paralelos.

- El lector empatiza enseguida con este tipo solitario, que ha decidido quemar las naves...

-Lo que busqué fue que no perdiera la ternura, más allá de la ruptura que encara y que es un plan descabella­do. Pero el plan de los que permanecen en la ciudad tampoco es más sensato.

-Y el capricho de no hablar.

- El Mudo es un forastero, y al forastero siempre se le pide que cuente de dónde viene, quién es; pero él está negado a definirse: dibuja, a veces escribe frases sueltas, pero no suelta palabra. Paradójica­mente, su silencio genera historias falsas, se rumorea que es un loco o pervertido. La ausencia de palabras al final hace que estallen más historias.

-No sabemos de qué escapa, ¿por qué?

-Porque la historia más potente no es la que precedió a su huída sino lo que encuentra después, en ese choque retorcido que le plantea la vida en soledad. La literatura pasa por crearles conflictos a los personajes y éste se topa con su propia soledad.

-La originalid­ad del libro está dada en parte porque conjuga con naturalida­d el realismo y lo mítico, lo folclórico y lo urbano. También, un registro literario, incluso poético, se mezclan con la rusticidad del personaje.

-Lo del lenguaje es algo deliberado: me interesó adoptar un tono coloquial, urbano y generacion­al para contar una historia regional, con localismos del monte chaqueño. No creo que haya contradicc­iones, a esta altura. Creo que se puede hablar de localismos pero con el foco en lo literario, más que en lo folclórico.

-¿Es casual que surjan en este momento tantos buenos autores provenient­es del interior, con historias localistas y potentes?

-No lo sé, es algo que me intriga. No sé si nos leen más o es porque muchos nos vinimos a vivir a Buenos Aires, pero me alegra que ocurra. Me gustan mucho Selva Almada, Federico Falco, Luciano Lamberti, Matías Aldaz. Son escritores que me dan ganas de escribir. Creo que nos define el hecho de que cruzamos lo que somos y el lugar del que provenimos con las muchísimas lecturas que hemos hecho, somos esa sumatoria. A mí, el Chaco volvió a servirme esta vez como paisaje literario, porque es a la vez salvaje, siniestro y poético: ideal para incomodar a un personaje. Y es ahí donde nacen los relatos. Es cuando la gente se incomoda, entra en conflicto, que empieza a comportars­e de manera literaria. ■

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JUAN MANUELFOGL­IA Del interior. El Chaco es “salvaje, siniestro y poético”, dice Mariano Quirós. Allí nació él y ese es su paisaje literario.

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