Esta vez, el Gobierno se preparó para que el día de furia no le frene el objetivo
En vivo. La sesión en Diputados y los incidentes de afuera tuvieron a la Rosada en vilo. Pero la meta era asegurarse la ley.
En una suerte de metáfora escrita con el trazo grueso con que se escribe la historia en estos días, en los que las sutilezas de la realidad terminan empañadas por el blanco y negro de la caricatura, la única forma de percibir lo que ocurrió con el tratamiento de la reforma previsional fue con dos pantallas simultáneas.
En una de esas pantallas hubo que mirar lo que ocurre dentro de la Cámara de Diputados, donde, con discursos y posiciones muy divergentes, los legisladores se sentaron en sus bancas para tratar el proyecto que votó el Senado el mes pasado. Esta vez, a diferencia de lo que ocurrió el jueves último, el inestable acuerdo de Cambiemos con los más de veinte diputados que responden a los siete gobernadores peronistas que blanquearon sus diferencias con el kirchnerismo alcanzó para abrir el debate sin cuestionamientos sobre el quórum.
La calidad de los discursos, enredados en chicanas e interrumpidos por cuestiones de privilegio y pedidos de apartamiento del temario, no alcanzó para entusiasmarse mucho, pero contrastó con lo que sucedió durante horas a treinta metros de allí, lo que se pudo ver en la otra pantalla.
Desde antes de que comenzara la sesión, el enorme solar ocupado por la Plaza de los dos Congresos se transformó en la pista de un colosal circo romano, donde miles de manifestantes -buena parte de ellos hombres con bermudas, mochilas y rostros tapados y armados con piedras, hondas y palos- se enfrentan con centenares de policías protegidos con escudos, cascos y corazas en piernas, brazos y pies.
En esa pantalla, durante largos minutos de la transmisión televisiva apareció el cielo prácticamente nublado por piedras que tiraron los ma- nifestantes de grupos identificados con pancartas de sindicatos como la UOM o el de los municipales o de partidos de izquierda como el PTS, el PO o el MST. Son sectores sin arraigo popular y con muy poca participación en los canales de la política formal. En la Casa Rosada se preocuparon por menguar lo máximo posible la participación de las organizaciones en la protesta: en ese sector, la palabra del Ministerio de Desarrollo So- cial, que reparte la ayuda social, es escuchada.
La imagen delirante que mostraba la Plaza Congreso y luego la 9 de Julio -con miles de personas corriendo en oleadas durante minutos que se hicieron horas- tomada desde cámaras montadas en helicópteros y drones, es la que menos quiere ver la gran mayoría de los argentinos. Sin embargo, es la que reaparece, una y otra vez, uno y otro año, como una condena. Cada vez que eso ocurre, en el Gobierno aseguran que el caos televisado no hace más que sumar apoyo a Cambiemos. Ayer desplegaron el mismo argumento.
La Casa Rosada se preparó para administrar esa dualidad. Con la derrota del jueves fresca en la memoria, los ministros encargados de recolectar votos trabajaron todo el fin de semana para encadenar a sus bancas a los aliados de Cambiemos y, especialmente, a los diputados del peronismo no kirchnerista. Un ministro recitaba en las últimas horas una de las enseñanzas que le dejó al Gobierno la sesión fallida: "Nosotros pasamos de gobernar con una alianza parlamentaria como la que tuvimos con Massa a apoyarnos en un acuerdo entre la Nación y algunas provincias. Este acuerdo es mucho más inestable para sacar leyes".
Ayer, en la Casa Rosada se dedicaron a monitorear los incumplimien-
En la Rosada creen que escenas de caos como las del Congreso y la 9 de Julio le suman apoyo.
tos de los gobernadores. El más castigado en el Gobierno fue el santafesino Miguel Lifschitz: "Los santafesinos bajaron a la sesión después de que llegaron los kirchneristas y votaron a favor de las mociones de privilegio que buscaron suspender el tratamiento de la reforma", explicó anoche uno de los funcionarios encargados de esas tareas de vigilancia.
¿Puede mantenerse el acuerdo de Mauricio Macri con los gobernadores? "Creemos que sí, y lo vamos a necesitar todos", responde el operador de un peronista del Norte. En el Gobierno no tienen las mismas seguridades: allí apuestan a tantear cada proyecto uno por uno, y sin hablar de un paraguas de gobernabilidad. El macrismo de paladar negro sigue aborreciendo todo lo que se asemeje a un pacto fuera de Cambiemos. ■