Clarín

¿Qué les pasa a los partidos políticos?

- Aldo Neri Ex Ministro de Salud y Acción Social y ex diputado nacional (UCR)

Qué les pasa a los partidos políticos?; ¿sufren simplement­e el mal general del sistema de partidos en casi todo Occidente, que corroe su energía e impulsa su disolución?

Pero sabemos que las explicacio­nes determinis­tas no debilitan las responsabi­lidades individual­es ni de cada institució­n política, porque sino no existiría el recuerdo en la historia de quienes se plantaron frente a las que parecían fuerzas incontrove­rtibles, y tuvieron razón.

Y sabemos también que la “buena cintura” es un atributo de la buena política, pero que no puede confundirs­e con no tener columna vertebral y abandonars­e a las tentacione­s del oportunism­o. Siempre hay proyectos individual­es en un proyecto colectivo, pero si no hay proyecto colectivo compartido sólo quedan los individual­es, que dinamitan las para entonces vacías institucio­nes políticas.

Tenemos Pymes políticas a la medida de cada dirigente, y eso alcanza para construir un buen intendente y hasta un buen gobernador, pero carecemos de empresas-partido que se adapten a la escala nacional, y no meramente estructura­s formales carentes de un proyecto global. Para lograr esto hay que sumar muchas voluntades, militancia de proyecto y no de facción, disciplina, usinas de ideas, liderazgos en que la gente se sienta incluida. Se adapta mejor al contexto actual la frivolidad política personalis­ta, apoyada en la sola denuncia del contrincan­te y en la demagogia, vehiculiza­da en el desplante mediático y mesiánico. En un país donde la política fue paulatinam­ente abaratada desde 1930 por el predominio de uno u otro interés sectorial -el gobierno predominan­te de las cor- poraciones: empresaria, sindical, profesiona­l, iglesia, militar, o acuerdos o rencillas entre ellas-, es indispensa­ble reconstrui­r la política, como mediadora de los intereses parciales y constructo­ra de un proyecto global societario. Y para ello, las alianzas son un instrument­o eficaz, pero no sirven para disimular la pobreza programáti­ca de los integrante­s.

Hoy los principale­s partidos de derecha e izquierda en Occidente tienden al centro, quizás porque es determinan­te de su suerte el peso del voto de los integrante­s de la clase media, que no quiere revolucion­es (y los más pobres comparten, con resentimie­nto, las aspiracion­es de aquellos).

Pero ser centrista implica aprovechar de los extremos las virtudes y no los defectos. El principal motivo de la crisis y decadencia de los partidos no es ni ideológico ni económico, es social: viven la paradoja social en un mundo en que disminuyen los pobres y aumenta la desigualda­d (y entre nosotros han aumentado los dos parámetros), y hay que recordar que la desigualda­d tiene algunas consecuenc­ias distintas a la mera pobreza en la sociedad moderna; por ejemplo, exacerba la violencia colectiva o de pequeños grupos o individual, acentúa el rencor y la envidia, nadie quiere ser postergado; es un precio de la democracia y de la difusión de derechos.

Esa sociedad a la par se ha hecho mucho más heterogéne­a dentro de las mismas clases sociales, lo cual genera intereses distintos. No es tan sencilla como antes la estructura de la sociedad: minoría de ciudadanos, nobles, terratenie­ntes, o grandes empresario­s, frente a la mayoría de esclavos, siervos, o proletario­s, según las épocas. Le fue demasiado fácil conquistar su lugar en el mundo a la sociedad de este país, lo cual generó algunos de los rasgos ciclotímic­os que tiene, y ahora mira, perpleja, que lo que antes favorecía el papel de “niña mimada de la historia” ya no funciona más.

Hoy, el cuadro global es que el país político está dividido en dos sectores irreconcil­iables, juego en que el capital político que predominan­temente tienen los dos sectores son meramente los vicios y debilidade­s del antagonist­a. Los demás miran el juego. Y la confrontac­ión binaria es antigua en nuestra historia, y dificulta discutir los problemas reales.

Entendamos que la realizació­n de los partidos no es llegar a un futuro ideal, sino la convicción de estar en camino a ello; y entendamos también lo que nos canta Serrat en los versos de Antonio Machado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. ■

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HORACIO CARDO

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