Clarín

El padre que sueña con un hijo campeón

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

El pibe que caminaba las calles del Barrio Crisol, al sudeste de la capital cordobesa, es un hombre que hoy vive en Aldo Bonzi, una de las localidade­s de la superpobla­da La Matanza. El chico que generaba atención por su habilidad, en las divisiones menores de General Paz Juniors, es ahora un volante senior de casi 47 años que marca diferencia entre sus contemporá­neos. A lo largo del recorrido fue jugador profesiona­l, héroe fugaz, invitado a la mesa de Mirtha Legrand, trotamundo­s del fútbol, ferroviari­o del Belgrano y colaborado­r en Boca. Escribimos sobre Claudio Edgar Benetti.

Más que caldera, la cancha de Boca era una usina termoeléct­rica a punto de estallar en el caluroso atardecer de hace un cuarto de siglo. Al equipo dirigido por Oscar Washington Tabárez le bastaba una igualdad en casa para asegurarse el Apertura 92, corona esquiva desde aquella vuelta olímpica con Gatti, Mouzo, Brindisi y Maradona en el invierno de 1981.

San Martín de Tucumán, rival de la última fecha, no parecía de peligro, al margen del ante- cedente de 1988 (un demoledor 1-6 en la Bombonera). Para la cita decisiva, los locales no contaban con el defensor Juan Ernesto Simón, el mediocampi­sta José Luis Villarreal y el delantero Sergio Daniel Martínez, pilares de la campaña. Para reemplazar al lesionado Villarreal, otro cordobés de movimiento­s elegantes y manejo fino que fue titular en la primera Selección del Coco Basile, Tabárez había confiado en Benetti, un muchacho que apenas sumaba 18 minutos oficiales.

El primer tiempo fue un sufrimient­o para los 60.000 fanáticos que desbordaba­n el estadio y los millones que seguían el relato de Marcelo Araujo por TV. Los tucumanos se pusieron en ventaja gracias a una solitaria corrida de Ricardo Luis del Valle Solbes, a los 19 minutos, mientras River -único escolta, conducido por el Kaiser Passarella- vencía a Argentinos en Ferro y palpitaba la chance de un desempate por el primer puesto.

A poco de iniciada la segunda etapa, quitó Blas Armando Giunta y habilitó a Benetti. El N° 5, con su melena al viento, dejó atrás a un par de adversario­s y cruzó un derechazo bajo, que llegó a la red después de eludir una decena de piernas. Fue uno de los goles más gritados por la gente de Boca en la época moderna. El imprevisto artillero salió corriendo hacia el alambrado y se trepó con la facilidad de un gato, como si quisiera ir a a abrazarse con los hinchas de la tercera bandeja. Vivía el sueño del pibe elevado a la máxima potencia.

Benetti ha comentado sobre esa consagraci­ón que disputó el último tramo del encuentro sin conciencia de lo que sucedía, producto de un pelotazo en un tiro libre.

Por estos días, Claudio está pendiente de su hijo Mateo, de apenas 10 años, otro volante central con proyección que juega en las formativas de Camioneros. ¿Subirá Mateo hasta Primera? ¿El deporte le permitirá viajar por el mundo? ¿Vestirá la camiseta de un grande? ¿Será un personaje de fama súbita? ¿Meterá un gol de campeonato?

En casa tiene a alguien que puede contarle.

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