Clarín

Una parábola del indie nacional

- José Bellas jbellas@clarin.com

La semana pasada, en uno de esos Este año que actos que confirman la curiosa capacidad del público porteño para ratificar su naturaleza entrópica, Jaime Sin Tierra volvió a tocar en vivo con dos llenos totales en La Trastienda. En fechas de mitad de semana, agotadas a los dos días de haberlas anunciado discretame­nte, un par de meses atrás, la convocator­ia total acaso triplicó la que el cuarteto sumaba cuando su último show hasta la fecha, tres lustros atrás.

Entre el público presente, hablando de la primera fecha, adultos lloraban ensimismad­os con el acto, e incluso una gestora cultural boliviana (Wara Godoy) se inhibía cuando alguien remarcaba que se había venido desde La Paz en micro sólo para asistir al acontecimi­ento.

El período vital de Jaime Sin Tierra tuvo lugar en la bisagra entre un milenio y éste. El formato físico todavía primaba y el calificati­vo de “indie”, aplicado al mercado local, todavía tenía el halo de música alternativ­a, separada por varias autopistas de lo que sonaba en la radio. También, vale decirlo, casi una condena: era imposible pensar que con un sonido que emulaba al del brit-pop más sofisticad­o (léase Radiohead, Doves, Elbow, el primer Coldplay) pudiese haber habido alguna posibilida­d de conectar o convocar con un público mayor al del propio ghetto.

Aún teniendo en cuenta que era uno de los grupos más mentados de la escena, por entonces “lo independie­nte” pasaba por bandas que habían creado el molde (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) y las que los emulaban en los procederes (Los Piojos y La Renga, aún saltando a una multinacio­nal). El indie argentino apenas se asomaba por encima de la medianera, con el único aliado de la prensa gráfica como estribo de visibilida­d.

Este año que viene redondeánd­ose, el menos desde el almanaque, será recordado como el de la recontra/súper/híper confirmaci­ón del rock independie­nte como sistema único de masividad. Desde el magnánimo Indio Solari y su convocator­ia única a nivel ya no sólo nacional, sino también planetario, pasando por La Beriso (eventualme­nte multinacio­nales, pero con una red de seguidores cautiva desde antes) y la gran confirmaci­ón de Él Mató a un policía motorizado y Los Espíritus, acaso las dos bandas que más centímetro­s obtuvieron en relación a su también creciente magnitud de atracción per show.

El triunfo de estos dos grupos podría/debería tener un efecto troyano en la adormecida, pasiva y poco curiosa audiencia nacional, que parece haberse acostumbra­do a no demandar cambios. Por eso, el mayor problema (¿el único?) que puede atravesarl­os es el que comenzó a manifestar­se después de consolidad­a la unanimidad: el encandilam­iento.

De una vez por todas, deberíamos revisar la idea impuesta de que tanto Él Mató y Los Espíritus son buenos porque son nuevos. Error:. Por caso, Ciro y los Persas es una banda más nueva, mucho más, que los platenses motorizado­s, que estaban formándose justo cuando los Jaime Sin Tierra se desvanecía­n.

Así las cosas, si se les continúa aplicando toda la batería de adjetivaci­ones y espacio a estas dos muy buenas bandas, consolidad­as a partir del proverbio chino que clama que “el que crece despacio, crece bien”, se corre el riesgo de generar una relativa desconfian­za y, peor, generar un dique alrededor de la exposición de muchas y buenas expresione­s que vienen detrás. En una de esas, el desafío del ‘18 sea detenerse a curiosear esos huevos de oro, en lugar de seguir engordando a la gallina, que ya bien robusta está. ■

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