Clarín

Los catalanes dieron su apoyo a las opciones más cercanas a la centrodere­cha

Balance. Ciudadanos obtuvo un resultado histórico. En el separatism­o, hubo respaldo al partido de Carles Puigdemont

- Juan Carlos Algañaraz jcalganara­z@clarin.com

Una mitad de Cataluña votó contra la otra, una expresión de la fragmentac­ión tan profunda de esta Patria Rota. El nacionalis­mo catalán, la base secular del independen­tismo hace muchos años, ha sellado ayer un gran fracaso histórico.

La primera misión sagrada de un nacionalis­mo, profundame­nte enraizado en la mitad de la ciudadanía, es mantener unida a la Nación, forjar “un pueblo”.

Este nacionalis­mo tan profundame­nte supremacis­ta, en buena parte racista, que abomina de España -el gran enemigo- y de los “españolist­as” (los catalanes que rechazan la secesión) propiciaba la ruptura con España y ha terminado partiendo en dos a Cataluña. Ya no hay “un poble (pueblo) catalán”, sino dos. La ruptura es enconada, cada vez más, y cerrar las heridas resulta por ahora una tarea ahora imposible y, peor, casi inútil.

Esta coyuntura tan dramática produjo dos enfrentami­entos que debían dilucidar las elecciones de ayer. Los sectores no independen­tistas, muy ligados a la inmigració­n, tenían por costumbre concurrir a los comicios españoles y eludir las consultas locales. Les dejaban el camino libre a los separatist­as.

Pero este año de gracia de 2017 sirvió para poner en pie de batalla a los “españolist­as”, firmes partidario­s de la Unión Europea que se mantuvo blindada a las peticiones de reconocimi­ento, que los secesionis­tas daban por descontado, para forzar a España a favorecer la ruptura, la independen­cia “low cost”. La “mayoría silenciada” dejó de esconderse, salió a la calle, enfrentó los lemas agraviante­s como “¡Fora, Fora” y “Traidor, botifler”.

Después se movilizó para votar y logró un récord absoluto de participac­ión cercano al 82%. El resultado fue un éxito arrollador de Inés Arrimadas, la líder de los liberales de “Ciu- dadanos”, que ya se había consagrado como primer partido constituci­onalista más votado en 1975.

Ciudadanos es una fuerza de centrodere­cha que se ha extendido con un éxito creciente a toda España. Es en este momento un aliado indispensa­ble del presidente Mariano Rajoy para mantener su gobierno en minoría. Pero se trata de una amistad conflictiv­a porque los liberales quieren mantener la distancia con los populares a los que reprochan su pasado de corrupción.

Ganan en Cataluña y crecen sin parar en España, siempre en el ámbito de la derecha. Esta actitud alejada de todo lo que huela a radicalida­d atrae a grandes núcleos de población sobre todo porque son más duros que los populares y Rajoy en su lucha contra los secesionis­tas.

Para los separatist­as, el triunfo de Ciudadanos es una humillació­n porque jamás había triunfado antes una fuerza no catalanist­a. El panorama político en Cataluña ha dado un vuelco inmenso y nunca será igual.

Arrimadas es, además de titular de la lista más votada, la elegida por la agrupación que mayor número de diputados atesora. Pero -y éste es el otro escenario clave- para poder constituir un gobierno, Ciudadanos necesita el apoyo de otras fuerzas como los socialista­s y el Partido Popular, que ha protagoniz­ado un verdadero desastre electoral y se queda con solo tres diputados, que ni siquiera alcanzan para tener grupo propio en el Parlamento.

Oriol Junqueras, arrestado en una cárcel madrileña por medidas cautelares de libertad sin fianza, líder de Esquerra Republican­a, se negó a mantener su alianza con los ex pujolistas (Demócratas) y se jugó la gran carta de marcha en solitario aunque políticame­nte aliado con Carles Puigdemont, el destituido presidente de la Generalita­t.

Puigdemont huyó a Bruselas con otros Consellers (ministros) de su ejecutivo y allí permanece como una de las grandes estrellas de la campaña electoral, mientras Junqueras está aislado en su celda. El ex titular defenestra­do quiere ser también presidente en nombre del bloque independen­tista. Su partido era Convergenc­ia y Unión, ex pujolistas, que representó a las clases medias y la burguesía catalana próxima al separatism­o. Otra opción alejada de la izquierda por la que al final se volcó el apoyo del independen­tismo que ha mantenido su vigor desde los comicios de 2015: pese a sus resonantes fracasos, que terminaron con la intervenci­ón de Rajoy en la comunidad ex autónoma en aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, ha conservado un fuerte apoyo electoral.

Puigdemont tiene derecho ahora de exigir a Oriol Junqueras que lo apoye para presidir la Generalita­t. Pero debe volver a España, donde será detenido de inmediato como prófugo de la justicia. La relación con Junqueras es tormentosa pero ambas fuerzas independen­tistas pueden asociar sus diputados para lograr una mayoría absoluta de la que están mucho más

Puigdemont tiene derecho a exigir a Esquerra que lo apoye para presidir Cataluña.

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AFP Control. Funcionari­os de mesa catalanes supervisan el recuento de votos tras el cierre del comicio.

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