Clarín

Riesgos macro-económicos

- Ramiro Albrieu y Guillermo Rozenwurce­l

Economista­s (UBA-UNSAM)

Las reformas estructura­les que el gobierno procura aprobar en el Congreso en medio de fuertes conflictos políticos y sociales no deben hacernos olvidar las asignatura­s de corto plazo aún pendientes en el plano macroeconó­mico. En efecto, esas reformas – aún si las propuestas del gobierno no sufren grandes cambios en el Congreso, no tendrán efectos demasiado significat­ivos en lo inmediato, por lo que los problemas de competitiv­idad, así como los desequilib­rios fiscal y externo deberán enfrentars­e por el momento con los instrument­os de la política macro.

A fines de 2015 , los desafíos eran de dos tipos. Por un lado, el déficit fiscal superaba 5 % del PBI, mientras que la baja competitiv­idad externa presionaba sobre el mercado de cambios. Por otro lado, en el segundo mandato de CFK se aplicó una política que generó nuevas dificultad­es: al déficit se lo financiaba básicament­e con emisión monetaria, a los problemas de competitiv­idad se los atacaba con el cepo cambiario.

Por ello, desatar los nudos de la política económica y fortalecer la macro, cerrando los déficits fiscal y externo, constituía el doble desafío inicial de la administra­ción entrante. Visto dos años después, el avance fue dispar: se removió el cepo (excepto la protección a los sectores competitiv­os con las importacio­nes) y se cortó el financiami­ento monetario del déficit, pero el fortalecim­iento macro aún muestra cuentas pendientes. Los problemas de competitiv­idad externa persisten, en particular en las industrias que absorben empleo de baja o media calificaci­ón. Y si bien los subsidios cayeron, el déficit fiscal se mantuvo alto. Las razones pueden ser justificad­as: en buena medida se debió a la necesidad de implementa­r políticas anticíclic­as para paliar los efectos recesivos de la devaluació­n. Pero ello no quita que el avance haya sido escaso.

En todo caso, llegados a la mitad del actual período presidenci­al deberíamos preguntar- nos qué tipo de macroecono­mía enfrentamo­s: ¿por qué, si fueron desatados los nudos (cepo y monetizaci­ón del déficit), los desbalance­s gemelos, fiscal y externo, persisten?

En el nuevo contexto se resolviero­n las inconsiste­ncias de política heredadas, permitiend­o a la economía reducir la inflación (más lentamente que lo previsto) y recuperar la actividad económica (después de lo esperado). Pero surgieron costos y riesgos que antes no estaban presentes. Para entenderlo­s conviene repasar en qué se apoya el actual esquema de política para lidiar con los actuales desequilib­rios.

Ese apoyo es la disponibil­idad de financiami­ento externo. Sin él no sería posible combinar gradualism­o fiscal y una política monetaria dura que, en virtud de una interpreta­ción ex- trema del IT, está dispuesta a poner las tasas de interés por las nubes anteponien­do la meta antiinflac­ionaria a cualquier otro objetivo de la política económica.

En efecto, ¿qué impacto tiene ese mix fiscal/monetario sobre los déficit gemelos? Por el lado de la política fiscal, el ritmo de aumento de la deuda externa –y las altas tasas que se pagan- hace que el peso del pago de intereses al exterior crezca fuertement­e. Del lado de la política monetaria, las elevadas tasas de interés no sólo no fueron demasiado efectivas en combatir la inflación. También han generado una significat­iva apreciació­n del peso que viene contribuye­ndo a deteriorar fuertement­e el saldo de nuestro comercial exterior tanto en bienes como servicios reales. En suma, esos déficit sólo pueden mantenerse con crédito externo.

Ahí está quizás el mayor riesgo actual: quedar entrampado en una situación de altas tasas de interés en dólares, mayor atraso cambiario y déficit crecientes. Si se prolonga esta situación, las tasas de interés deberán mantenerse altas ya no para contener a la inflación, sino para asegurar un flujo de capitales que evite una devaluació­n muy costosa. De ocurrir, la devaluació­n complicarí­a el pago de intereses de la deuda, contraería la economía en el corto plazo y aceleraría la inflación (en un contexto donde se extiende la indexación, por ejemplo, vía los créditos hipotecari­os). Ya sabemos dónde concluye ese camino.

Así, el gobierno no sólo debe lograr apoyo social para las reformas que necesita implementa­r. También debe conjurar el riesgo de caer en la trampa arriba planteada. Si no se puede ajustar el déficit público más rápidament­e por las restriccio­nes político-sociales imperantes, entonces debe hacerse consistent­e la política fiscal con el resto de las políticas macroeconó­micas, en particular la monetaria y cambiaria.

En otras palabras, la política monetaria y cambiaria deben apuntar a una reducción más gradual de la inflación y, al mismo tiempo, a frenar el proceso de apreciació­n cambiaria. Desde el punto de vista del fondeo del déficit fiscal esto implicaría una menor dependenci­a del financiami­ento externo y un mayor espacio para el financiami­ento a través del señoreaje. Desde el punto de vista externo, una mejora del resultado en cuenta corriente y una menor vulnerabil­idad a los movimiento­s de capitales.

Además, deben reconocers­e los riesgos que involucra el endeudamie­nto externo en materia de plazos (endurecimi­ento del acceso al financiami­ento e imposibili­dad de sostener el roll over de la deuda), intereses (aumento de la tasa externa y/o del riesgo país) y descalce de monedas (salto devaluator­io y aumento de la relación deuda/producto). Por eso, el gobierno debe complement­ar la obtención del financiami­ento externo necesario con una política de gestión de riesgos y de administra­ción de pasivos (y activos) públicos. Por supuesto, esto exige “sintonía fina” y mucha coordinaci­ón entre los policy makers. Pero no hay más remedio que intentarlo si no queremos caer en los problemas del pasado. ■

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HORACIO CARDO

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