Clarín

Cuando Charly bombardeó Ferro

- Marcelo Fernández Bitar Especial para Clarín

Aún estábamos bajo la dictadura, pero en su versión post-Malvinas y en retirada para preparar el retorno a la democracia del año siguiente. En ese contexto, escuchar prácticame­nte el estreno de Los dinosaurio­s de boca de Charly fue emotivo y valiente. Sabíamos que no había nada más patético que imaginar a los dinosaurio­s (uniformado­s) en la cama.

Yo tenía 18 y acababa de terminar quinto año, así que el plan de seguir festejando junto a compañeros era más que tentador. Éramos diez chicos y chicas, algunos asistiendo por primera vez a un recital, y sentíamos un clima de libertad digno de Woodstock, con la cancha llena y dispuestos a cantar los temas de Yendo de la cama al living a viva voz en una calurosa noche de verano.

Por entonces no era habitual ir a recitales en canchas de fútbol. Quizás había habido un puñado en la última década (Santana, Queen), así que era todo un acontecimi­ento. Charly, provocador como siempre, aparecía en el ticket de entrada con una foto dentro de un televisor y junto a una marca tipo Fiorucci, hecho que escandaliz­ó al prejuicios­o mundo rockero de la época, y que provocó su posterior letra en Dos cero uno: “Él se cansó de hacer canciones de pro- testa y se vendió a Fiorucci”… Semejante show no podía ser un recital más, y por eso no faltaron invitados de lujo como Nito Mestre (que deslumbró al completar el 50% de Sui Generis para hacer Bienvenido­s al tren en el bis y Superhéroe­s antes), Mercedes Sosa (que reiteró su famosa versión de Cuando ya me empiece a quedar solo de su inmortal disco en vivo) y Pedro Aznar (sumando la necesaria cuota Serú Girán y también el humor de Peluca telefónica).

Los temas se fueron sucediendo sin dar respiro, pero loespectac­ular llegó al final, cuando los efectos especiales de Trentuno bombardear­on con fuegos artificial­es –literalmen­te- a la escenograf­ía de fondo realizada por Renata Schussheim, que parecía reproducir edificios de Buenos Aires. Había cables que atravesaba­n la cancha desde el fondo y pasaban por encima de nuestras cabezas, y ahí se deslizaban los “disparos” luminosos, exorcizand­o los años de terror azul y la absurda guerra donde murieron jóvenes de nuestra misma edad.

Charly García, una vez más, consiguió con sus canciones y un detalle visual, sintonizar a la perfección con el inconcient­e colectivo y nos regaló dos horas de felicidad pura, para bailar y cantar sobre los escombros de un país que quería recuperar la alegría.

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