Cuando Charly bombardeó Ferro
Aún estábamos bajo la dictadura, pero en su versión post-Malvinas y en retirada para preparar el retorno a la democracia del año siguiente. En ese contexto, escuchar prácticamente el estreno de Los dinosaurios de boca de Charly fue emotivo y valiente. Sabíamos que no había nada más patético que imaginar a los dinosaurios (uniformados) en la cama.
Yo tenía 18 y acababa de terminar quinto año, así que el plan de seguir festejando junto a compañeros era más que tentador. Éramos diez chicos y chicas, algunos asistiendo por primera vez a un recital, y sentíamos un clima de libertad digno de Woodstock, con la cancha llena y dispuestos a cantar los temas de Yendo de la cama al living a viva voz en una calurosa noche de verano.
Por entonces no era habitual ir a recitales en canchas de fútbol. Quizás había habido un puñado en la última década (Santana, Queen), así que era todo un acontecimiento. Charly, provocador como siempre, aparecía en el ticket de entrada con una foto dentro de un televisor y junto a una marca tipo Fiorucci, hecho que escandalizó al prejuicioso mundo rockero de la época, y que provocó su posterior letra en Dos cero uno: “Él se cansó de hacer canciones de pro- testa y se vendió a Fiorucci”… Semejante show no podía ser un recital más, y por eso no faltaron invitados de lujo como Nito Mestre (que deslumbró al completar el 50% de Sui Generis para hacer Bienvenidos al tren en el bis y Superhéroes antes), Mercedes Sosa (que reiteró su famosa versión de Cuando ya me empiece a quedar solo de su inmortal disco en vivo) y Pedro Aznar (sumando la necesaria cuota Serú Girán y también el humor de Peluca telefónica).
Los temas se fueron sucediendo sin dar respiro, pero loespectacular llegó al final, cuando los efectos especiales de Trentuno bombardearon con fuegos artificiales –literalmente- a la escenografía de fondo realizada por Renata Schussheim, que parecía reproducir edificios de Buenos Aires. Había cables que atravesaban la cancha desde el fondo y pasaban por encima de nuestras cabezas, y ahí se deslizaban los “disparos” luminosos, exorcizando los años de terror azul y la absurda guerra donde murieron jóvenes de nuestra misma edad.
Charly García, una vez más, consiguió con sus canciones y un detalle visual, sintonizar a la perfección con el inconciente colectivo y nos regaló dos horas de felicidad pura, para bailar y cantar sobre los escombros de un país que quería recuperar la alegría.