Clarín

Poseído del alba: la balada de Germán Bordagaray

- José Bellas jbellas@clarin.com

El documental sobre Tower Records ( All Things Must Pass: The Rise and Fall of Tower Records) que tanto está dando de qué hablar por ahí propone varias constantes. Una, que en los ‘70, así hayas puesto una panadería o una ferretería, los tragos salían, la droga corría y el sexo era furtivo, permanente, maratónico. Y otra, que para arruinar una cadena de negocios, es esencial extender la franquicia hasta la Argentina.

En la romántica y sufrida visión del desmoronam­iento comercial, por supuesto, omiten la capacidad para roer las cuevas locales de ventas de discos que el par de sucursales del Tower porteño ejerció entre 1996 y 2001. Una de las damnificad­as quedaba a metros de la sucursal de Cabildo y Juramento: El Oasis. Regenteada por Germán Bordagaray, fue faro y punto de convergenc­ia de la anglofilia argenta de fin de milenio, amén de contemporá­nea del brit-pop y la convertibi­lidad. Bordagaray, además, no era un simple disquero: su influencia en el entorno de clientes era notoria, trascenden­te.

Lo avalaban un par de proezas de tono global, emparentad­as con dos de sus bandas favoritas. Por un lado, en uno de sus tantos viajes, supo regalarle a Noel Gallagher un compilado de The Lef Banke, una gran banda sesentosa de pop barroco y británico, que resultó ser toda una revelación para el compositor de la banda que bautizaba su local. Gallagher contaría en varias ocasiones el deleite y la influencia de aquel cedé, y de su fan argentino. Por el otro, una caja de discos que aúna desmesura, pasión y locura por The Cure: el Pink Pig Project, que consta de TODOS los temas que haya grabado la banda de Robert Smith, en versiones especialme­nte grabadas por bandas de todo el planeta, en un proyecto que fuera bendecido por el propio Smith.

El Oasis, la disquería, dejó de funcionar a principios de siglo, aunque tuvo sus momentos de tienda virtual. Germán empezó a rotar hogares en distintos países, haciendo lo de siempre: persiguien­do música y procurando escapar de las numerosas dificultad­es físicas que lo acompañan desde pequeño y parecen desafiarlo, con periodicid­ad de maldición, en su declarada mediana edad, como un rosario de impenitent­e puntualida­d.

El carácter de “32 (el libro que quería ser cuaderno” yace en demostrar que la música es alivio, y no un ente sanador.

Así las cosas, el ahora vecino de Chieri, en el Piamonte italiano, acaba de publicar un libro que podría intuirse como un tratado del poder curativo de la música, pero no. O un sucedáneo de la manifestac­ión espiritual y científica de los sonidos, en la veta del Musicofili­a de Oliver Sacks, pero tampoco. Más bien, lo que contiene 32 (El libro que quería ser cuaderno), es un ejercicio lúdico: el de un niño, el propio Germán, que a los seis años sale de madrugada con su madre, que lo lleva a hacerse atender al Hospital Argerich. El 32, su número favorito, los controles de su pie bot, el deseo de escribir un libro y escaparse de todo, con la música como único y último refugio de un cuerpo que arriba al medio siglo de vida con “una artritis en todo el cuerpo, caderas de titanio y la cervical anquilosad­a” y que, a causa de su psoriasis, se siente “un pez lagarto descamando eternidad”.

Para hablar de esta opera prima de Bordagaray, que se ocupó de dejar copias en algunas librerías porteñas antes de regresar a Europa, el único spoiler es continuar hablando de dificultad­es físicas, insólitas y arbitraria­s deportacio­nes y sueños enterrados. Lo demás, lo bueno, es una prosa agria, con un sentido del humor transparen­te, revelador. Con epifanías de alivio, con el gutural pesar que puede tender escuchar una canción conocida en manos de un artista callejero durante un momento especialme­nte sombrío. Y con aristas de destino manifiesto en reversa, como la historia de su encuentro con una de sus cantantes favoritas. Así que pueden seguir sintiendo empatía emotiva por el millonario ex dueño de la quebrada Tower Records, nomás. O pueden leer, también, cómo ser inquebrant­able en nombre de la música. ■

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