Clarín

Trascender a través del propio nombre

Se llaman como sus padres y sus abuelos. Así homenajean a sus parientes más cercanos.

- Guadalupe Rivero

Se llaman como sus padres, sus abuelos y tal vez como sus tíos. Algunos, incluso, comparten el nombre con varias generacion­es anteriores. Y cuando ellos armaron su propia familia continuaro­n la tradición con sus hijos. Es mucho más que una palabra escrita en el DNI, es un contenido de alto valor simbólico en la vida personal y familiar.

Es que en estas familias se hereda el nombre como un homenaje, como un modo de preservar la historia parental o para apelar constantem­ente a la memoria. Algunos se replantean mantener la costumbre y otros, simplement­e, la continúan sin pensarlo.

La psicóloga y socióloga Claudia Messing asegura que otorgar un mismo nombre a lo largo de varias generacion­es “tiene un contenido simbólico fuerte . Todos los nombres representa­n una carga simbólica, porque en la decisión de ese nombre hay un deseo de los padres”, confirma.

Si bien la especilist­a aclara que en el caso de este hábito no existe por sí misma una connotació­n negativa ni positiva, detalla que “constituye una carga de mandato, de sostener esa tradición, de no fallarle a la familia”, prosigue Messing.

Llamarse como la madre, la abuela o el padre puede derivar en, al menos, dos reacciones. Según la experta, “el peso de la tradición puede ser positivo, ya que le da a la persona una identidad fuerte desde lo familiar; pero también puede resultar negativo si ese individuo no se siente a la altura de la circunstan­cia, si la personalid­ad no concuerda con esa herencia recibida”.

Esta costumbre, como cualquier otra, puede finalizar cuando un miembro de la familia así lo decide. Pero, ¿qué implicaría? Messing asegura que “romper con esta tradición significar­ía algo musy fuerte. Implica una ruptura que tendría consecuenc­ias, porque es apartarse de algo que esa familia nueva rechaza, repudia o quiere diferencia­rse”.

En el árbol genealógic­o de María Cristina Metus, los nombres se repiten por doble vía. Los hombres se llaman Pedro, al menos desde el nacimiento de su abuelo, alrededor del 1900, y las mujeres se llaman María, desde que nació su madre. La rama masculina sufrió algunos saltos generacion­ales: del Pedro original pasó al padre de Cristina, que tuvo dos hijas mujeres.

Generación de por medio, llegó Pedro Andrés, primer hijo varón de Me- tus. Nuevamente las circunstan­cias desviaron la tradición, ya que el joven falleció a los 19 años, probableme­nte aún sin siquiera pensar en su descendenc­ia. En ese momento, María Daniela, su hermana, estaba embarazada de su segundo hijo varón: “Todos queríamos que se llamase Pedro, pero ella pensaba que íbamos a enfocar en el bebé todo lo que no se debía, porque la muerte era muy reciente”, cuenta Cristina. Pero ocho años después, María Daniela comunicó la ansiada noticia: esperaba un bebé al que bautizó Simón Pedro. “Cuando me lo contó, a mí me encantó”, sostiene la abuela orgullosa y añade que nada parece casual, ya que “es como que el nombre fue justo el que tenían que llevar; de hecho, el significad­o de Pedro es roca, y es lo que somos, personas fuertes”.

Respecto a “las Marías” de la familia, aún no se sabe si continuará­n, ya que por el momento todos los nietos son varones.

Para Rodrigo Gustavo Emanuel Alcázar, el hecho de mantener los mismos nombres fue más una casualidad que una cuestión preestable­cida. Su abuelo se llamaba Antonio; su padre, Rodrigo Antonio y su hijo Lucas Rodrigo. Es decir que cada hijo hereda el primer nombre de su padre, que queda como segundo en el DNI. “Realmente no fue algo a propósito, se fue dando generación tras generación y yo decidí continuarl­o”, asegura este ingeniero informátic­o que lleva con orgullo la identidad familiar. “Nunca afloró ningún conflicto. Supongo que al heredarlo como segundo nombre ayuda a que no surjan molestias o confusione­s”, dice. Rodrigo sostiene que su decisión de seguir la tradición se debió a la influencia que la familia tuvo en la construcci­ón de su personalid­ad: “Creo que quiénes somos es más que genética heredada. Lo que hacemos a lo largo de la vida tiene muchísimo que ver con nuestros padres, por eso decidí seguir la costumbre”. A Rodrigo nunca lo presionaro­n para que mantenga esta costumbre y, aunque le gustaría que su hijo la siga, “jamás se lo pediría”, aunque con sus jóvenes 40 años todavía no se imagina abuelo: “Espero que falte bastante, aún sigo aprendiend­o a ser padre”.

Desde hace más de cien años la familia de Nazarena Pereyra se rige por una “tradición de la vía femenina en la cual a la primera hija mujer se le pone como segundo nombre el primero de su madre”. Yo soy Nazarena Rita; mi mamá es Rita Esther; mi abuela es Esther Catalina; mi bisabuela es Catalina Florinda y mi tata-

Esta tradición constituye una carga de mandato, de no fallarle a la familia.

rabuela es Florinda”, comenta Nazarena, y asegura: “Es una tradición que me trae la memoria de las mujeres de mi árbol genealógic­o, supongo que todos queremos ser recordados, es una forma de trascender al olvido, de que otros nos recuerden por nuestro nombre”.

A los 42 años, menciona que si bien no le molestó llevar el nombre de su mamá, cuando era más joven creía que no iba a mantener esa costumbre. Sin embargo, al momento de tener a su primera hija se dio cuenta que ese nombre “está en el lugar de la tradición, no para ser exhibido. A mí nadie me dice Rita, por ejemplo”, reflexiona Nazarena. La continuida­d debe seguir con la tradición familiar, en tanto, todavía es un misterio ya que su hija aún es una niña: “Lina Nazarena va a cumplir diez años y exis- te en su imaginario esta posibilida­d, que por ahora es un juego”, aclara. Sin presiones a su hija, Nazarena finaliza: “A mí no me importaría que ella interrumpa la tradición, como tampoco mi mamá puso ninguna carga sobre mí al respecto”.

Lo real y lo simbólico se funden en una coctelera afectiva que construye, nada más y nada menos, que la identidad. En el nombre del padre. ■

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Los varones Alcázar. Gustavo Antonio, Rodrigo Gustavo Emanuel y Lucas Rodrigo, el pequeñín de la familia.
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Por generacion­es. Las mujeres de la familia: Esther Catalina, Rita Esther, Nazarena Rita y Lina Nazarena.

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