Clarín

Un culebrón realista a bordo de un colectivo

- Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

Línea 168 a Constituci­ón. Del medio para atrás, asientos 6C y 6D. La mujer en tonos bronceado-perfectic. Lo que pasa es que cuando alguien grita en el bondi a uno le da vergüenza. No es simple. Vergüenza por la intimidad ajena. De ahí la cara de póquer y los ojos flechando la ventanilla cuando en verdad estás chusm… “¿Estás oyendo mi conversaci­ón?”, te mira ella por el rabillo. “Eh… noo… para nada. Estoy pensando en cualllquie­r otro tema, nada que ver con tus gritos”, sugerís con una parábola ocular. Un duelo de gestos o tu inagotable paranoia, no se sabe. Esto por un lado. Además, el contenido, que puede ser: a) irrelevant­e (“Nooo, dejá. Ahora bajo y compro unos chizitos y con eso más o menos tiramos”); b) desagradab­le (“Sí, justo estaba esperando a la enfermera para que le cambiara la gasas. No sabés lo que era…”) ; c) esencial. Como éste. Ella gritaba: “¡Toda la culpa es tuya! ¡Porrrque no es del chancho sino de quien le da de comer! ¡Y siempre son los padres!” Y se indignaba: “¡Pero pará de decir gansadas, ¿querés?! El chico es un malcriado. Sólo le importa entrenar y que le den guita, ¡y vvvvos lo consentís! ¿De la escuela? ¡Nada!”

“Es que sssiempre resolviste todo con plata, regalos y viajesss”, siguió. Y redobló: “¡Pero si le había pedido a Juan que le trajera de Miami el cinturón ése! Le dijimos que no gastara más de 40 dólares, ¡pero él insistía con el de 450 dólares de Gucci, y sólo le importaba la marca! Lo mismo con las remeras de Versace, ¿te acordás?” Mirás tu tupper para el almuerzo. “Es culpa tuya”, sentenció ella. “Porque, Rrroberto, ¿cuándo le diste valor a la familia? ¿Cuándo al amor?”. Sí, eso: cuándo.

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