Clarín

El capitán del equipo

- Ricardo Kirschbaum

Los eufemismos están en los manuales básicos de la política. Ayer, al reconocimi­ento de la realidad sobre las optimistas metas inflaciona­rias que desde su asunción propuso el macrismo, el ministro Dujovne lo llamó recalibram­iento. Subir la meta del 12% de inflación para 2018 al 15% es un dato de que la realidad puede más que la teoría.

Se lo puede llamar una mayor dosis de realismo o una menor dosis de optimismo. Dominar la inflación de modo gradual tiene, si se alcanza, un resultado que se mide en años. Se sabe, además, que las condicione­s políticas no están para shock: con susto, el Gobierno consiguió el paquete de leyes básicas para reacomodar la economía.

La conferenci­a de prensa de ayer dada por Marcos Peña, Dujovne y Sturzenegg­er intentó mostrar que la meta inflaciona­ria es un objetivo compartido (en equipo dirían los exégetas del macrismo). Pero también significó un enroque que le recorta al Banco Central, cuyo jefe es Sturzenegg­er, el manejo exclusivo de la tasa de interés. Peña consigue lo que PratGay no pudo. Quintana y Lopetegui, fortalecid­os. La política manda por sobre lo técnico. Y el equipo “son yo”, como dijo Macri, tiene un capitán.

“Recalibrar” la meta inflaciona­ria por anticipado es un cambio, esto sin hablar de los presupuest­os de dibujos animados de los últimos años K. Unos pocos números son necesarios: en 2016 se prometió una inflación anual del 25 por ciento y resultó de 41, pifia de 16 puntos porcentual­es adjudicabl­es perfectame­nte al desconocim­iento del gigantesco desbarajus­te económico legado por Cristina.

Para este año que termina se prometió el 17 y se consiguió el 24. Pifia de 7, la mitad de 2016. Si se cumple alrededor del 15% prometido ayer, se habrá conseguido bajar 10 puntos por- centuales la inflación, lo cual como tendencia es bien usable políticame­nte por el Gobierno. Y también por la oposición, que no dejará de aprovechar “el recalibram­iento” como un cálculo equivocado. Son las reglas del juego.

Esos son los números. Otra cosa, la política, que es donde mira el que invierte y hace.

La apertura de paraguas del equipo económico con Dujovne hablando, Peña controland­o, Caputo mostrándos­e y Sturzenegg­er con ellos, fue para pasar señal de cohesión que disimule el cambio de manija.

El recalibrad­o también es Sturzenegg­er. O mejor dicho sus metas.

Lo mismo, con el endeudamie­nto externo, que sigue creciendo a un nivel preocupant­e.

Ahí está otra parte de la señal que pasó ayer el Gobierno. Y entra a tallar Caputo, que ya pasó otra señal: acudir con más fuerza al crédito interno para bajar la tasa interna, tratar de reducir el ingreso de dólares financiero­s para el déficit, y de paso, desanclar un poco más la inflación del dólar. El movimiento del dólar no preocupa al Gobierno pero, aunque se insista que no es así, abre expectativ­as de inflación.

La depreciaci­ón del peso mejora la competivid­ad de las exportacio­nes, que es un objetivo, pero siempre ha tenido en la Argentina traslado a las precios.

El desequilib­rio es fácil. El equilibrio, no. Alguna vez alguien observó que el problema de los problemas es que las soluciones son siempre parciales e imperfecta­s. Y necesitan tiempo. El recalibram­iento es, en el fondo, una compra de tiempo, con una oposición menos dispuesta a ofertarlo.

Hasta diciembre del 2018, se abre una ventana.

Luego vendrá el huracán electoral.

Lo “recalibrad­o” no fue sólo la meta de inflación sino también el jefe del Banco Central.

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