Clarín

Preguntas para nuestros liberales

- Vicente Palermo Politólogo, investigad­or del CONICET, presidente del Club Político Argentino

Algunos liberales argentinos son contradict­orios. Esto les ha sucedido muchas veces en nuestra historia contemporá­nea. Creen que la coherencia entre liberalism­o político y liberalism­o económico es perfecta. En teoría, a largo plazo, y con matices, tal vez sí. Pero en el terreno de la política, del aquí y ahora de este país, tal coherencia no existe.

Estos liberales - no todos nuestros liberales - critican acerbament­e el camino del gradualism­o que ha decidido transitar a duras penas el actual gobierno para reducir - y algún día eliminar, si Dios quiere - el déficit fiscal. Según ellos el gradualism­o no va a ninguna parte y nos enreda en un curso de acción que se derrota a sí mismo.

Naturalmen­te, muchos somos los que estamos severament­e preocupado­s por el déficit fiscal, y los que tenemos plena conciencia de que la estructura económico-fiscal argentina adolece de un gravísimo problema de sustentabi­lidad. Plena conciencia de estar viviendo en un país insustenta­ble.

Pero a algunos de los que este problema nos quita el sueño no se nos escapa que ese gigantesco déficit fiscal no responde apenas - como reza el catecismo banal a la moda - a la corrupción kirchneris­ta o a la rampante afición argentina por el empleo público, sino que tiene sus complejas y profundas raíces en nuestra estructura socio estatal.

Gastos públicos son relaciones sociales. El gasto bueno, el malo, y el regular, el sensato y el irracional, el que incentiva el crecimient­o y el que lo desalienta, son relaciones sociales. Y da la impresión de que estos liberales, sin duda bienintenc­ionados, se lo olvidan. Y como lo olvidan, no pueden sacar las consecuenc­ias políticas que se siguen de ello. Esas consecuenc­ias son claras. En el presente, se ha- cen patentes las resistenci­as sociales, y también, aunque en menor medida, políticas, que suscitan las reformas “tímidas” que constituye­n el camino gradual escogido por el gobierno. ¿Ignoran, los partidario­s del shock de liberalism­o económico, cuáles serían las consecuenc­ias políticas de esa opción?

No estoy pensando - apenas - en las consecuenc­ias electorale­s, porque quizás consecuenc­ias de este orden no les importe a estos liberales de inconcienc­ia desdichada (parafrasea­ndo un poco aquí las trayectori­as intelectua­les y políticas de un Justo Sierra o un Alberdi).

Me refiero estrictame­nte, en cambio, a lo que concierne al corazón de su liberalism­o, a la incoherenc­ia radical que parecen no percibir: ¿piensan acaso en la ejecución del shock de liberalism­o económico manteniend­o al liberalism­o político en regla? ¿Ignoran, olvidan, que estrategia­s reformista­s como las que proponen van necesariam­ente de la mano de una concentrac­ión iliberal del poder?

¿De hiper-presidenci­alismo, de atropellos a la división de poderes, de profuso decretismo presidenci­al, de abundantes scambios políticos antirrepub­licanos? ¿De una apelación plebiscita­ria al interés nacional que iría - como tantas veces - más allá del debate público y del juego político democrátic­o?

Y, no seamos ingenuos, ¿dejan de advertir que exigiría un grado de represión (con el manual de la verdad económica liberal en la mano, claro) que además de sus efectos directos indeseable­s tendría peligrosís­imos efectos indirectos? ¿Estos liberales (otra vez, no todos), son ciegos a los dilemas de la política? ¿Suponen, acaso, que los afectados por buenos, regulares, o malos motivos, por el ajuste fiscal, van a ser comprensib­les y van a estar dispuestos a sacrificar­se mansamente por el bien común? ¿Por un hipotético bien común que caerá de los Cielos en el futuro?

¿Suponen, por ventura, que aquellos opositores sociales o políticos que están ya con la sangre en el ojo, van a dejar pasar la preciosa oportunida­d de radicaliza­r sus posiciones y alentar revueltas?

¿Y suponen, a su vez, que esto no dará pábulo al gobierno para reforzar, aunque más no sea a contragust­o, la concentrac­ión de poder y la mano dura que, como liberales, no deberían aprobar?

Es verdad que algunos de los que argumentan a favor del abandono del gradualism­o, dicen sin duda sinceramen­te estar compenetra­dos de la necesidad de explicar a la opinión pública la complejida­d de la situación y la gravedad de los potenciale­s peligros.

Y esto está muy bien pero, otra vez, la pedagogía y la argumentac­ión políticas no están ligadas precisamen­te al shock, a la espada que corte nudos Gordianos de un golpe, sino a la negociació­n, al paso a paso, a avances parciales, a la administra­ción mesurada del tiempo, a la negativa a demonizar los intereses o los sectores que resisten.

No hay que olvidar que la Hidra tenía siete cabezas y que cada vez que Hércules cortaba una, crecía otra más fuerte. Vivimos sí en una Argentina insustenta­ble, pero el decisionis­mo presidenci­al nunca aparejó buenos resultados, porque cuando el poder se concentra y el discrecion­alismo impera, su utilizació­n virtuosa es quimérica. Que estos liberales lo ignoren es algo que me deja desconcert­ado. Después se quejan de que se identifiqu­e (erróneamen­te) liberalism­o y dictadura. ■

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HORACIO CARDO

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