Clarín

Aquella clase de Hopman

- Mariano Ryan mryan@clarin.com

Más allá de su condición de torneo exhibición, la Copa Hopman que comenzará hoy en Perth siempre es un muy buen aperitivo para la temporada. Y en esta edición nada menos que cinco top ten (Federer, Zverev, Goffin, Sock y Vandeweghe) homenajear­án una vez más al hombre que, según el rumano Ion Tiriac -alguien para nada afecto a regalar elogios-, dividió al tenis en un antes y un después de su existencia. ¿Quién fue Henry Christian “Harry” Hopman? El australian­o no resultó más que un muy buen tenista que llegó tres veces consecutiv­as a la final del Grand Slam de su país en 1930, 1931 y 1932. Pero lo que lo hizo célebre fue su manera de revolucion­ar los métodos de entrenamie­nto con la aparición del “canasto” que aún hoy utiliza cualquier profe de club, con trabajos de sobresfuer­zo físico para transforma­r a tenistas en verdaderos atletas y con el poder de convencimi­ento que tenía sobre sus jugadores a los que sólo les inculcaba un verbo: “ganar”. El “Brujo”, como le decían, creó la mejor generación australian­a de la historia con Rod Laver a la cabeza secundado por monstruos como Sedgman, Hoad, Rosewall, Cooper, Rose, Hartwig, Anderson, Fraser, Emerson, Newcombe, Stolle y Roche. Hopman, indirectam­ente y al menos en una anécdota de 1981, también tuvo su “influencia” en el tenis argentino. Cuenta la historia que un día Guillermo Vilas le dijo que él y Bjorn Borg habían inventado el efecto del top spin y el ya viejo maestro, indignado, se levantó de la reunión. Tras la final de la Copa Davis de aquel año en Cincinnati, Hopman ingresó al vestuario argentino, abrió las canillas de agua caliente para que los vidrios se empañaran, sobre esa superficie dibujó una cancha y le dijo al zurdo marplatens­e: “A usted le debo una clase de tenis...” ■

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