ADIÓS A UN GRANDE
El director argentino murió en Roma, a los 92 años. Fue uno de los padres del cine latinoamericano.
A los 92 años, murió en Roma el director argentino Fernando Birri, uno de los padres del cine latinoamericano.
El cine latinoamericano se quedó sin uno de sus patriarcas: el miércoles, en Roma, donde vivía junto a su mujer, murió Fernando Birri. Tenía 92 años, de los cuales había dedicado la mayor parte a darle impulso, a través de sus películas y la docencia, a un cine socialmente comprometido.
Había nacido en 1925 en Rincón, Santa Fe, rodeado por músicos, pintores, titiriteros. “Mi familia -contaba- era bastante artistona. Mi viejo, Fernando, era escribano pero su vocación era la pintura. Una gran influencia fue mi tío Ramón: me quedaba horas viéndolo pintar. Armaba los títeres para mi teatrín. Mi visión grotesca del mundo no viene de Fellini, sino de todas estas cosas que viví en la infancia: eso de ‘mi cuna fue un conventillo’ lo viví de verdad”. Siempre de sombrero, chambergo y larga barba blanca, con aires de chamán y profeta, Birri estaba dotado de un fino sentido del humor
Culpaba de su “despelote” interno a la mezcla de genes de sus abuelos: “Eso explica mis contradicciones: la mentalidad pragmática, racional, del friulano y el ‘viva la pepa’ de la napolitana”. Y así fue que de joven intentó seguir una carrera formal y estudió hasta quinto año de Derecho. Ya en Buenos Aires, trabajó de archivero y empezó a codearse con la bohemia de los años ’40: Mario Trejo, el Mono Villegas, Astor Piazzolla, Piri Lugones, Xul Solar, y la lista sigue.
Porque lo primero y fundamental en su vida fue la poesía, que, decía, fue lo único que hizo bien: “Lo demás es adorno”. Lo demás eran la actuación, la fotografía, la pintura y, desde ya, la dirección de cine. Que apareció en su camino de la mano del neorrealismo italiano. “Cuando vi películas como Cuatro pasos entre las nubes y Roma, ciudad abierta, pensé que si el cine podía tener esa dimensión, yo cambiaba la literatura por el cine”.
A los 25 años, partió rumbo a Italia a estudiar cine en el hoy mítico Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, donde tuvo como profesores a gente como Luchino Visconti, Roberto Rossellini o Michelangelo Antonioni, y fue condiscípulo de Gabriel García Márquez, Nelson Pereira dos Santos y Tomás Gutiérrez Alea, entre otros. Quedó marcado por su experiencia como asistente de Vittorio de Sica en El techo.
Cuando volvió, en 1956, se hizo car- go de la dirección de la que, con el tiempo, se convertiría en la Escuela de Cine Documental de Santa Fe, la primera en su tipo en Latinoamérica. Armó un notable plantel de profesores -Ernesto Sabato, Rodolfo Taboada, Agustín Mahieu, Jaime Potenze, Simón Feldman, Saulo Benavente, José Martínez Suárez, Juan L. Ortiz- y atrajo a numerosos alumnos, entre quienes se cuenta a Edgardo Pallero, Juan Oliva o Gerardo Vallejo.
En esa época filmó sus dos obras cumbre: Tire dié (1958/60) y Los inundados (1961). La primera es un mediometraje documental sobre los chicos que arriesgaban su vida para pedir limosna al grito de “tire dié centavos” a los pasajeros del tren que iba hacia el norte de Santa Fe. El segundo transcurre en la misma zona, pero es una ficción sobre una familia humilde que vive a orillas del río Salado y sufre las frecuentes inundaciones.
Registro documental, diseño de producción de bajo presupuesto, reflexión política y el uso de la realidad como escenario y fuente de historias y personajes: en esas dos películas quedó estampado su sello, el que lo marcó como uno de los pioneros del Nuevo Cine Latinoamericano, un cine comprometido que iluminó una realidad hasta entonces ignorada.
Por esos años inició un exilio que lo lleva por Brasil, México y nuevamente Italia, y dejó de filmar durante más de una década, paréntesis que se cerró con Org (1978). En los ’80 dirigió títulos como Rafael Alberti, un retrato del poeta, Mi hijo el Che, y Un señor muy viejo con unas alas enormes, sobre un cuento de García Márquez.
En 1985 volvió a marcar un hito como formador, al ser uno de los fundadores de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. En los ’90 y los 2000 siguió filmando: de esos años es El siglo del viento (1999), sobre textos de Eduardo Galeano. En 2015, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo homenajeó en Roma por “su inclaudicable aporte al cine nacional y latinoamericano” y anunció la remasterización y digitalización de su obra, a la que él se refería así: “El mío es siempre un cine tentativo”, decía. “Jamás he entregado un filme ‘acabado’. Espero no hacerlo nunca”. ■