Arte y millones, un vínculo que conquista el mundo
Muestras, ferias, dólares: el arte gana espacio en el campo de la cultura. En literatura, visitas y el papel de las mujeres.
Arte, arte, arte, como dijo Marta Minujín. Hay que reconocer que la artista la vio venir: las artes visuales (que ahora se meten con todos los sentidos, a decir verdad) ocupan cada vez más espacio en el campo cultural. En tiempos en que todo se reproduce al infinito de una manera que parece gratis y que tantas cosas son digitales, es decir, intangibles, ¿cuánto vale un original-original? Y, en otro extremo: ¿cuánto vale una experiencia? Eso creció: originales con el "aura" de haber salido de la mano de grandes artistas y momentos vitales que, como decía la propaganda, no tienen precio.
De lo primero, la más alta muestra son los 450 millones de dólares que se pagaron por Salvator Mundi, un cuadro recientemente atribuido a Leonardo Da Vinci, no sin polémica. El arte sigue funcionando como "reserva de valor", una inversión. Y como los millones se tocan la obra -una especie de megaestrella del arte- será exhibida en la sede que el Louvre abrió en Abu Dhabi, una especie de franquicia del gran museo francés en tierras de petrodólares. Días después de la venta del Leonardo se supo que el Departamento de Cultura y Turismo del emirato -que ya había pagado unos mil millones de dólares para tener su Louvre propio- había sido el comprador del cuadro.
Argentinos al mundo
Por eso, por lo de los millones, este febrero, en Madrid, la galerista Orly Benzacar decía: “No se trata de ‘¡Qué lindo el arte argentino!’ Se trata de ‘Qué lindo el arte argentino, ¿cuánto cuesta?’” La Argentina había sido el país invitado a ARCO, la feria de arte de esa ciudad, una puerta a Europa. En lo que fue su primera gran salida al exterior en el campo cultural, el gobierno invitó a doce galerías de arte, que a su vez eligieron a qué artistas pondrían en esa vidriera. La inversión, dijeron, fue de alrededor de 1,1 millones de euros y la propuesta -ex- plicaba Inés Katzenstein, la curadora- era situarse en lo contemporáneo, no en la identidad. No fue convocada ninguna galería del interior, lo que despertó razonables críticas: ¿ninguna valía la pena? Y si así era ¿se tomaron medidas para sanar esta herida?
En la feria se manifestó la confluencia entre el arte argentino y la palabra, como en los libros que Mirtha Dermisache hacía con grafismos y que compró Eduardo Costantini, el dueño del Malba. O en el libro de Alberto Greco. O la obra que Fabio Kacero hizo escribiendo -con letra idéntica a la de Borges- “Pierre Menard, autor del Quijote”, el famoso cuento del autor. Hubo recorrida con reyes, charlas de Mauricio Macri con Mario Vargas Llosa y otro punto alto: la impactante performance Under de sí, de Diego Bianchi, que dejó a más de uno con el corazón palpitando rapidito.
Dos artistas mujeres se hicieron ver. Claudia Fontes fue elegida para representar al país en la Bienal de Venecia uno de los principales encuentros de arte del mundo. Es la creadora de la conmovedora Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez, la escultura de un niño que aparece y desaparece en el Río de la Plata, en el Parque de la Memoria. A Venecia llevó El problema del caballo, una instalación que ocupó 500 metros cuadrados.
La otra fue la siempre presente Marta Minujín: juntó libros prohibidos en cualquier idioma y con ellos armó un Partenón en Documenta, la bienal de arte contemporáneo de Kassel, Alemania. Fueron 100.000 libros. Y aunque tuvo su polémica -en Buenos Aires, para recoger libros, se instalaron containers como los de la basura- las fotos del último día en Kassel mostraban al público apretado entre las columnas, llevándose un ejemplar. Que se volviera lo que se había prohibido, esa era la idea.
Y.. el mundo a la Argentina
Dólar más o menos barato, apertura al exterior, acuerdos: en 2017 grandísimos nombres del arte llegaron al país: casi todos ellos clavaron el ojo en temas sociales.Uno fue el indio Anish Kapoor, que puso una montaña de tierra color rojo sangre nada menos que en el Parque de la Memoria. “Hay dos materiales realmente rituales: la sangre y la tierra. En un sitio como éste una de las cosas que pasan en la memoria, en la ausencia, en el deseo de devolver la existencia a los desaparecidos, es una especie de acto
ritual del cuerpo”, le dijo a Clarín.
Otro artista que pisó estas pampas fue el famoso disidente chino Ai Weiwei. Siempre activista, siempre controversial -en su país fue preso, fue golpeado, le tiraron abajo un tallerpuso una muestra en Proa, en La Boca, que empieza con 1254 bicicletas en la vereda y golpea cuando el visitante abre una puerta y se encuentra frente a -¿debajo de?- un enorme bote negro de 14 metros de largo, sobre el que viajan 72 refugiados, unos muñecos negros enormes.
Aterrizando con la alianza de arte y negocios, llegó a Buenos Aires “Art Basel Cities”; un programa organizado por la feria de arte más relevante.
El francés Christian Boltanski se ocupó de la experiencia. En el Museo de Arte Decorativo tuvo una exposición - Take me (I’m yours), es decir, Lle
vame (soy tuyo)- en la que había una montaña de ropa usada, que los visi
tantes podían elegir para sí. Antes había estado en la Patagonia montando unas cornetas que, con el viento, reproducían el sonido de las ballenas. Eso, como videoinstalación, se vio en el Museo de Bellas Artes, pero formaba parte de BIENALSUR, un paraguas montado por la Universidad de Tres de Febrero, bajo el que se llenaron de arte treinta y dos ciudades de dieciséis países. En Buenos Aires hubo instalaciones en parques, en las escaleras de la Facultad de Derecho y una, que generó discusiones, en el Palais de Glace: su fachada fue pintada a rayas. Se laudó volviendo a poner blanco el escudo nacional.
Con selección de Guillermo Kuitca, un grupo de obras de la colección Cartier de París ocupó el CCK en la muy espectacular Les visitants. Veintitrés artistas entre quienes se cuentan el cineasta David Lynch y la cantante Patti Smith que -crucemos los dedos- vendría al país en febrero.
Un argentino que creció y vive afuera, Tomás Saraceno, llenó el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires de insectos: 7.000 arañas tejieron durante seis meses en una sala. La belleza y la sutileza de Cómo atrapar el universo en una telaraña quedarán en los ojos de quienes se acercaron a San Telmo a ver la obra.
Ideas ideas ideas
Sí, además de arte arte arte. Dos encuentros de ideas se impusieron en la agenda, tal vez por la necesidad de entender un mundo que cambia muy rápido. Uno de ellos, en junio, fue La Noche de la Filosofía, organizado por el El Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos (que encabeza Hernán Lombardi) en el CCK. Ahí hubo una videoconferencia de Slavoj Zizek, que postuló que “Todos los videojuegos donde el universo colapsa son una simple fantasía de regresar al orden que tenemos hoy en día”. Y Tomás Abraham habló del deseo de la revolución: “El deseo insiste a pesar nuestro: el deseo de revolución, un deseo de cambiar el mundo, de justicia, de hacerlo mejor, de denunciar todo tipo explotación”, dijo. Alejandro Katz se ocupó de la posverdad. Los micrófonos anduvieron detrás de la antropóloga Rita Segato, que cacheteó: “El criollo que funda nuestros Estados independientes en el siglo XIX es un varón xenófobo, homofóbico y misógino”.
En septiembre hubo otro encuentro: “Ideas. Pensemos juntos el futuro”, organizado ahora por Iván Petrella, en ese momento parte del Ministerio de Cultura de la Nación, al mando de Pablo Avelluto. Gérard Biard, director de la revista Charlie Hebdo -atacada por Al Qaeda en enero de 2015- fue uno de los nombres más convocantes y el punto más alto del encuentro fue su charla con el intelectual musulmán Tariq Ramadan, que le dijo que “Charlie Hebdo hace un humor de cobardes”. Pero también pasó por ahí un polémico David Rieff, que viene cuestionando la memoria
histórica desde su libro Elogio del olvido. Difícil de tragar en el país que llenó las calles cuando una ley de 2x1 amenazó con dejar libres a los represores de la última dictadura.
Libros: la hora de las mujeres y un best seller explosivo En un momento difícil para la industria editorial -cayeron la cantidad de ejemplares editados y las ventas- varias visitas resaltaron: Alessandro Baricco, Carlos Ruiz Zafón, Arturo Pérez-Reverte, Mario Vargas Llosa y John Katzenbach. Todos celebrados, aplaudidos, leídos. Hacia fin de año llegó Margaret Atwood, una autora que era un secreto que se pasaba de boca en boca, de libro en libro, y cuyo nombre se hizo popular cuando dos de sus novelas - Alias Grace y El
cuento de la criada- se convirtieron en series, la forma de la ficción que manda en la época.
A comienzos de año, el diario estadounidense The New York Times destacó a tres narradoras argentinas: Mariana Enríquez, Pola Oloixarac y Samanta Schweblin, quien, por otro lado, formaría parte la selecta lista de cinco finalistas al Man Booker Prize. El foco internacional seguiría sobre las mujeres: hacia mediados de año, el diario español El País titularía "El otro boom latinoamericano es femenino" y, entre las argentinas, señalaría a las mismas tres escritoras, además de a Paula Porroni y a María Moreno.
Fue el año en que publicaron mujeres ya reconocidas como Claudia Piñeiro ( Las maldiciones); Gabriela Cabezón Cámara ( Las aventuras de la
China Iron), Selva Almada ( El mono
en el remolino), Margarita Garcia Robayo ( Tiempo muerto), Gabriela Massuh ( Nací para ser breve) y Liliana Bodoc (Elisa, la rosa inesperada). Pero también surgieron nombres como el de Leila Sucari ( Adentro tam
poco hay luz), Vera Giaconi (Seres queridos) y Maga Etchebarne (Los mejo
res días). Agustina Bazterrica mete miedo con Cadáver Exquisito, donde dibuja una sociedad caníbal.
Claro que también se hicieron ver los libros de los varones: en su tercera novela, Un reino demasiado breve,
Mauro Libertella se le anima al amor urbano y contemporáneo. Leonardo Sabatella salió con Tipos móviles; Horacio Convertini construye una distopía en Los que duermen en el polvo y Guido Carelli y Juan Manuel Bordón cruza boxeo y política en una investigación: Luna Park. Pero tal vez uno de los mayores impactos lo haya dado Martín Sivak con El salto de papá, un libro sobre su padre, Jorge, que era banquero y comunista y se tiró de un piso 16 cuando él tenía 15 años.
El libro más taquillero del año, sin embargo, no fue ninguno de estos sino La herida, donde Jorge Fernández Díaz sigue la historia de Remil, agente de los servicios de inteligencia y aprovecha a narrar sucesos que como periodista sabe pero no puede contar. El libro salió en noviembre y en menos de dos meses superó los 70.000 ejemplares, una enormidad para un sector acostumbrado a tiradas que pueden andar entre los 1.500 y los 3.000 ejemplares.
Mientras tanto en la Feria del Libro de Frankfurt, las grandes editoriales se atrevían a decir lo que hasta ahora se susurraba: vuelven a invertir en ediciones impresas, que se mueven más que el libro electrónico. Pero ojo, que aunque el pasado muestre sus músculos, el futuro ronda y el día en que halle su forma, quién lo para.