La vida secreta de las rosas
La panorámica del Rosedal de Palermo tienta. Muestra un paisaje vaporoso, como pintado por un artista impresionista. De luces diversas y difusas, casi abstracto. De cuento. Soñado. Pero ojo: el zoom, bien orientado, no se queda atrás en esto de asombrar e incluso de encantar.
Desde que ganó en 2012 el Premio Jardín de Excelencia -la distinción internacional más importante en el rubro- quedó claro que en Capital florecen algunas de las mejores rosas del mundo. En total, hasta 20 mil ejemplares de 8.000 rosales de 93 especies, según informan desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño. Y basta mirar el contexto para entender mejor porqué es, además, Patrimonio Cultural de la Ciudad. Fue diseñado por el ingeniero agrónomo Benito Carrasco, discípulo del gran paisajista Carlos Thays, según el mix de planta geométrica y arte que caracteriza a los típicos jardines de Francia. Y terminó integrándose con el puente de estilo griego, el Paseo de los Poetas -con bustos de Borges y de Shakespeare, entre otros gigantes- y el Patio Andaluz, decorado con mayólicas hasta en los escalones. Los botes. Y patos.
¿Pero qué joyas extraordinarias no deberíamos dejar de mirar con una lupa, mientras la brisa alcanza un perfume refrescante, como ahora? Para este GPS, Clarín pidió al equipo de ingenieros agrónomos y otros especialistas del Rosedal que eligiera al menos cuatro especies imperdibles y explicara por qué. Acercaron maravillas. Rosas blancas sin espinas que forman un arbusto fuerte, compacto -y quizás, por eso, en inglés las llaman “Iceberg”-. Rosas de tintes borgoña que llegan a tener noventa pétalos y que cuando envejecen se visten del color de las frambuesas. Y rosas de copas amarillo intenso, que coronan ramas de hasta 1,5 metros, y que florecen cuando están solas o poco acompañadas. El criterio de selección será “muy subjetivo”, como aclararon los expertos. Pero por bellas, por exóticas, por extraordinarias, hacen que valga la pena aproximarse.