Un calendario que invita a pintar desafíos

Un año a punto de comenzar. Una promesa de 365 días, o 365 páginas en blanco, para completar con proyectos, ideas, propósitos y buenas intenciones. La tentación sin dudas, es grande. Ahí, al alcance de la mano, se abre una suerte de libro de la vida en el cual podremos escribir, pintar o dibujar, con todos los colores del universo, sueños, anhelos y esperanzas.

Todo nuevo, todo a estrenar. Una tabula rasa, un borrón y cuenta nueva a partir de las 12 de la noche del 31 o la hora cero del 1, dependiendo de dónde se coloque la mirada, si en lo que se va o en lo que está llegando. Sea como fuere, todo comienzo es un desafío, una puerta abierta al misterio, al descubrimiento, también a la sorpresa.

Es cierto que en veinticuatro horas o, en rigor, en esos minutos que separan a un año del otro, hay poco más que una convención temporal y que, como comprobaba con decepción Ma- falda, el amanecer del primer día del año no traerá la noticia del fin de las guerras, la erradicación del hambre en el mundo ni la abolición de las injusticias. Es un poco más complejo que eso. Pero las convenciones a veces ayudan: con la ilusión de un principio, allí adelante están, al acecho, agazapadas, todas las posibilidades; todo lo que alguna vez nos propusimos, metas más o menos ambiciosas que, por un motivo u otro, no llegamos a concretar.

Claro que, antes de emprender la tarea, como ejercicio, conviene recordar aquella advertencia de André Gide: “El hombre no puede descubrir nuevos océanos a menos que tenga el coraje de perder de vista la costa”. Será cuestión de animarse. Feliz 2018.