Clarín

La cárcel de Ezeiza: cómo pasan sus días los presos de la era K

Vidas compartida­s. Cristóbal López, Báez, Zannini, Jaime y Boudou duermen en celdas de 3 x 2 y usan un salón común con TV y ventilador. Se distraen con talleres.

- Crónica Guido Carelli Lynch gcarelli@clarin.com

Un ventilador, un televisor, dos anafes, un horno, un freezer, una heladera y tres teléfonos son los únicos electrodom­ésticos a los que accede la mayoría de los presos más famosos del país en el Complejo Federal I de Ezeiza. No les queda otra opción que compartirl­os. Lo hacen en el salón de usos múltiples -el SUM, como le llaman sin ironía los guardiacár­celes- de los cuatro pabellones del módulo 6 de la prisión donde permanecen detenidos Amado Boudou, Carlos Zannini, Lázaro Báez, Cristóbal López, Ricardo Jaime, José López y Juan Pablo “Pata” Medina, entre otros.

Apenas unos pasos los separan de sus respectiva­s “celdas húmedas” – con sanitario incluido–, en las que permanecen encerrados entre las 12 de la noche y las 6.45, mientras los jueces definen su suerte.

La estructura del módulo y del pabellón es rectangula­r. Las ventanas del SUM miran hacia a un pequeño patio que, cinco metros después, termina en un paredón. La pared opuesta al patio cerrado es un vidrio, detrás del cual está la suerte de panóptico en el que celadores del servicio penitencia­rio federal vigilan todo el día en cuatro turnos de seis horas. El vidrio irrompible ni siquiera es lo suficiente­mente espejado como para que los reclusos recreen la ilusión de que nadie los mira. Cada pabellón tiene además un circuito cerrado de 8 cámaras.

La paradoja es que la única manera que tienen los reclusos de estar solos -libres de los otros- es dentro de sus respectiva­s celdas. Son diminutas: 3 x 2 metros y aun más austeras que los espacios comunes: una cama pequeña, el sanitario, un escritorio y un banco. Nadie puede ingresar muebles. Para sortear el calor pueden sumar un ventilador mini turbo sin aspas que puedan convertirs­e en armas cortantes.

Todos los huéspedes del modulo 6 ingresaron al sistema de reducción de corruptibi­lidad (IRIC), como Julio De Vido y Roberto Baratta en la cárcel de Marcos Paz. La idea del programa se concentra -según el ministerio de Justicia que lo implementó- en evitar que presos con poder y dinero –ex funcionari­os, empresario­s o narcotrafi­cantes, en su mayoría– corrompan al personal de la prisión. Con esa finalidad eligen a los efecti- vos del servicio penitencia­rio más calificado­s y que juzgan “menos propensos” a dejarse influir no solo por dinero sino también por ideas políticas. Desde que el programa se inició en 2016, hasta ahora ninguno de los celadores fue separado.

Solo dos detenidos dentro del IRIC tienen sentencia firme. Una realidad que se enmarca dentro de un sistema penitencia­rio en el que el 65% de los presos en cárceles federales no tienen sentencia definitiva, como re- cuerdan cerca de los responsabl­es del sistema, quienes prefieren no hablar de políticos presos y mucho menos de presos políticos.

No todos los internos del sistema están juntos. El ex vicepresid­ente y Carlos Kirchner, primo de Néstor y ex subsecreta­rio de Coordinaci­ón de Obra Pública, comparten el pabellón B. Boudou duerme en la celda 7 y Kirchner en la 9. En un futuro, podrían duplicar la cantidad de compañeros. En el B hay solo siete reclusos y cada pabellón tiene capacidad para 15 internos.

En el pabellón A sobresalen dos internos entre los ocho que lo integran, aunque no todos son políticos. El ex secretario de Legal y Técnica está obligado a cruzarse todos los días con Mario Segovia, el “rey de la efedrina”.

El pabellón C, en cambio, es el más poblado por dirigentes políticos ligados al kirchneris­mo. Allí residen el ex secretario de Transporte Jaime, el ex secretario de Obra Pública López y Medina. José María Núñez Carmona, amigo personal de Boudou y preso en la causa Ciccone, también duerme bajo el mismo techo. Cristóbal López acaba de sumarse.

Todos tienen acceso a la misma sala íntima, disponible para las mal llamadas “visitas sanitarias” . Las pueden utilizar en los días de visita: una vez entre semana y los sábados y domingos.

Lázaro Báez, en tanto, comparte el pabellón D con un viejo conocido: Daniel Pérez Gadín, su contador. Jorge Chueco, el abogado del dueño de Austral Construcci­ones, en cambio, es el único de los nuevos huéspedes de Ezeiza que permanece en otro módulo: el 5. El proceso para selecciona­r dónde alojar a cada interno tiene en cuenta los deseos de los reclusos y también las causas que enfrentan.

A la hora del esparcimie­nto las opciones son pocas. En el módulo hay una cancha de vóley con piso de tierra, desde la que se puede ver un poco de cielo, pero -también- está enmarcada en cuatro paredes. En el mismo espacio hay una parrilla pero los reclusos no la pueden usar; es para el personal.

El fútbol y el ejercicio son la mejor excusa para dejar un rato el pabellón y ver un poco de verde dentro de la unidad penitencia­ria. Los talleres educativos son otra opción para distraerse: uno de los más recientes fue un curso de armado de computador­as. Entre los talleres sobresale el de bolsas ecológicas. Cuentan que Báez era de los más proactivos. La distracció­n, el trabajo manual, es oro. La huerta también suma adeptos.

A 200 pocos metros del módulo 6 está el Hospital Central del Complejo. Allí ingresan y suelen pasar sus primeras noches en prisión los internos del IRIC. Luego, son derivados a sus respectivo­s pabellones. Los médicos no forman parte del programa; aseguran que para ellos no hay internos, todos son pacientes. Lo cierto es que cada una de sus intervenci­ones queda registrada y se envía a los juzgados. Entre los pasillos de la cárcel se reproducen estatuilla­s de la Virgen de San Nicolás y algunas fotos más pequeñas del papa Francisco.

En la cárcel construida durante la gestión de Carlos Menem -con denuncias de sobrepreci­os- a Boudou, Zannini y a dos de los empresario­s con más contratos con el Estado durante la última década, a hombres acostumbra­dos a mandar, los cuentan y requisan como a cualquier preso común. El engome -como llaman a al conteo- se da al inicio y final de cada turno. Las requisas son en promedio una vez por mes. El almuerzo es a partir de las 12 y la cena se la entregan cerca de las seis de la tarde. Cada recluso elige cuándo comer; luego por un pasador devuelven los cuchillos con poco filo y sin punta a los serenos. A la medianoche llega el turno del recuento final. Entonces, por fin, se apagan las luces de tubo blanca. ■

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EFE Desde adentro. El penal de Ezeiza reúne a parte de los detenidos por corrupción. Julio de Vido y Roberto Baratta están en Marcos Paz.
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Hospital penitencia­rio. Allí suelen pasar los internos sus primeras noches.

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