Clarín

La nueva Selección Nacional

- María Eugenia Estenssoro

Periodista, ex senadora y coautora de Argentina Innovadora

Hace unos meses el país estuvo en vilo durante semanas. Y con razón. Casi quedamos afuera del Mundial de Fútbol 2018. Una verdadera tragedia nacional. Por suerte, en el último partido zafamos y allá vamos, esperanzad­os de que la selección nacional pueda ganar la ansiada copa en Rusia y traerla a casa, como en 1978 y 1986.

“Estuvimos tan cerquita que queremos que se nos dé. Es la última oportunida­d de toda esta camada. Seguimos con la misma ilusión. Confiamos en nosotros”, dijo Leo Messi hace poco, mostrando el cambio de ánimo. “No pensábamos quedarnos sin Mundial porque era una locura, algo inimaginab­le”, confesó.

Messi expresa el sentir nacional. En esto no hay disidencia­s ni grietas. Para los argentinos, quedar afuera de un Mundial sería algo bochornoso, deprimente, una vergüenza.

Siempre me he preguntado ¿por qué será que los argentinos como Nación queremos ser primeros en fútbol pero no tenemos la misma aspiración en otras áreas? Es verdad, hay deportes menos masivos, en el que somos campeones, pero no son una “causa nacional” que une a casi todo el país y a todas las clases sociales detrás de un objetivo común como ocurre con el fútbol.

En realidad, mi pregunta apunta a entender ¿por qué no tenemos la misma, ambición, espíritu de superación y visión compartida como Nación en áreas esenciales para el desarrollo del país como son la educación, la ciencia, la innovación y la creación de empresas multinacio­nales argentinas con proyección global?

Estar entre los mejores del mundo en estas disciplina­s es imprescind­ible para crear la riqueza y los puestos de trabajo de calidad, con salarios altos, que Argentina necesita de forma urgente para dejar atrás décadas de estancamie­nto y decadencia. No hay forma de reducir la pobreza si no somos capaces de crear mucha más riqueza. Y para eso, en la economía del siglo 21, en la era del conocimien­to, tenemos que ser campeones mundiales en educación, ciencia e innovación.

Con dos mundiales de fútbol ganados, y por el puntaje acumulado desde que éstos se iniciaron en 1930, en la tabla de posiciones histórica de la FIFA Argentina figura cuarta, detrás de Brasil (primero con 5 copas), Alemania (segunda con 4) e Italia (tercera con 4). Rivales poderosos como Inglaterra, Francia y España sólo ganaron un mundial cada uno; Holanda ninguno. Uruguay dos, y a mucho orgullo, pero fue hace largas décadas.

Cada cuatro años, cuando parece que podríamos quedar fuera de ese cuadro de honor ¡arde Troya! No pasa lo mismo en un tema fundamenta­l para reducir la pobreza, promover la movilidad social y el bienestar como es la educación. Desde el año 2000 cuando se iniciaron las pruebas PISA, una especie de “mundial de educación”, con exámenes en lengua, matemática y ciencia, la Argentina cayó sostenidam­ente en el ranking regional y global. Del puesto 37 caímos al 57 en ciencia, y del 53 al 58 en lectura, sobre 64 participan­tes en 2012.

Mejorar la calidad de la educación no es una causa nacional compartida. Por el contrario, cuando se anuncian los resultados de las pruebas PISA cada tres años, en lugar de unirnos para mejorar el rendimient­o de nuestros estudiante­s, un gran porcentaje de educadores, académicos, dirigentes políticos y sindicalis­tas pide que dejemos de participar en esta competenci­a internacio­nal que no se ajusta, dicen, a nuestra idiosincra­sia y contexto socio-cultural. En 2013 lo logramos: por hacer trampa en las muestras estadístic­as, la Argentina fue eliminada.

En ciencias, Argentina es el único país de Hispanoamé­rica que tiene tres Premios Nobel: Bernardo Houssay, Federico Leloir y Cesar Milstein. España tiene 2; Méjico 1; y Venezuela 1. Sin embargo, invertimos apenas el 0,6% del PBI en Ciencia y Tecnología, la mitad que Brasil y mucho menos que Israel, que destina el 4,5%.

La Argentina tiene todo para seguir el camino de Israel, que dejó de ser un productor básicament­e de flores y naranjas para convertirs­e en líder mundial en tecnología. Hace dos décadas, cuando nuestro país cayó en una gran crisis y se encerró sobre sí mismo, una nueva generación de emprendedo­res, científico­s y creativos argentinos decidió, a pesar de todo, ser protagonis­ta de la revolución tecnológic­a que está transforma­ndo el mundo.

Desde Argentina. Con mucha garra, crearon empresas y emprendimi­entos multinacio­nales que se destacan a nivel regional y global. INECO, el centro de investigac­ión en neurocienc­ias creado por Facundo Manes es un referente mundial; Bioceres, una acelerador­a de proyectos biotecnoló­gicos promete convertir a Rosario en un polo de innovación para la agroindust­ria global.

De Argentina salieron las empresas tecnológic­as más poderosas de la región, que valen miles de millones de dólares, como Mercado Libre, Despegar.com, Globant y OLX. Creadores como Juan José Campanella y Cris Morena están desarrolla­ndo series de televisión directamen­te en inglés para el mercado internacio­nal. Mat Travizano, cofundador de la compañía de inteligenc­ia artificial Gran Data asombró con sus algoritmos al mismísimo Bill Gates.

Estos son unos pocos ejemplos de un movimiento que crece día a día. Para mí son la “Nueva Selección Nacional”, porque al igual que nuestros jugadores de fútbol, se pusieron la camiseta y salieron a la cancha global a triunfar. La Argentina puede convertirs­e en una marcapaís de innovación y creativida­d para el mundo si nos proponerno­s estar, en 15 años, en el cuadro de honor global en educación, ciencia e innovación. Es lo que nos permitiría finalmente convertirn­os en el país próspero, moderno y equitativo que anhelamos. No dejemos pasar esta oportunida­d. ■

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HORACIO CARDO

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