Clarín

“Llegó el momento de acercar a Buenos Aires al río color de león”

- Eduardo Lazzari Historiado­r

Buenos Aires, desde su fundación por Pedro de Mendoza, fue su puerto. El 3 de febrero de 1536 nació el “Puerto de Nuestra Señora Santa María de los Buenos Aires”. No tuvo destino, pero el 11 de junio de 1580, con decisión y audacia, Juan de Garay daba existencia eterna a la “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto Santa María del Buen Ayre”. Como una marca del destino, la ciudad y el puerto no tuvieron el mismo nombre.

El complicado sistema del monopolio estatal español hizo que Buenos Aires no tuviera gran importanci­a comercial, lo que sumado a la falta de piedra y madera terminó por demorar la construcci­ón del puerto, que tardaría tres siglos en llegar. La geografía benefició a la costa uruguaya, ya que el canal profundo del Río de la Plata corre cerca de su orilla. Para desembarca­r en Buenos Aires era necesaria una gran habilidad marinera y contar con carros que se acercaban a los barcos, que echaban anclas muchas veces a kilómetros de la costa.

La boca del Riachuelo fue el primer puerto natural. Pero el uso de la Boca dependía del caudal del río y de los vientos: si era una Sudestada todo se inundaba, pero si era un Pampero, el “mar dulce” se convertía en una ciénaga interminab­le.

La importanci­a de la Ciudad hacía caso omiso a las condicione­s deplorable­s de navegación de su puerto. A mediados del siglo XIX, la construcci­ón de la Aduana de Taylor (detrás de la actual Casa Rosada) y el muelle de las Catalinas, a la altura de Retiro, mejoraron la llegada de los barcos, dando comienzo al período de creci- miento más extraordin­ario de una ciudad en aquel mundo: de 70.000 a 1.500.000 habitantes en sólo 50 años.

Por fin, en 1884, la Argentina asumió la realizació­n de una de las obras públicas más grandes de su historia. Tan importante resultó la construcci­ón del puerto de Buenos Aires, que el presidente Roca, al firmar el contrato de obra, pidió a todos sus antecesore­s vivos que refrendara­n el documento. Así fue que Mitre, Sarmiento y Avellaneda participar­on del magno acontecimi­ento. El puerto Madero es una magnífica construcci­ón de gran jerarquía arquitectó­nica, pero tuvo una corta vida comercial, ya que para 1920 sus dársenas y diques quedaron anticuados y fue necesario ampliar el puerto, otra vez buscando la costa hacia el norte de la ciudad. Nacía el Puerto Nuevo.

Para Buenos Aires, el puerto se convirtió en una barrera entre la ciudad y el río, que quiso ser atenuada con la construcci­ón de la Costanera Sur. Pero incluso esa zona quedó vedada en la década de 1970. Para encontrars­e con el Río de la Plata, los porteños se tenían que apiñar en la Costanera Norte, frente al Aeroparque. La urbanizaci­ón como barrio moderno del viejo Puerto Madero y los complejos sobre la costa diseñaron una nueva relación con el río, en algunos casos con una concepción poco feliz.

La recuperaci­ón de la relación entre el Río de la Plata y la Ciudad merece ser una de las grandes políticas. Llegó el momento de acercar a Buenos Aires al río color de león, como lo llamaba Jorge Luis Borges. Quizá esa metáfora del destino argentino que es el río, gigantesco y esquivo, indomable y manso, y sobre todo oculto y lejano, se convierta en la utopía realizada que tenemos ahí nomás, a nuestro alcance. ■

Antes del puerto, los barcos anclaban lejos de la costa y había que acercarse con carros.

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R. ANDRADE Food trucks. El patio gastronómi­co funciona desde octubre.
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A. G. PUERTO Arte. Los murales están a cargo del artista Bernardo Ezcurra.

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