Clarín

Por un año de exitosos fracasos

- Gonzalo Abascal

El libro se titula “Las virtudes del fracaso” y lleva vendidos más de 50 mil ejemplares en Francia, donde se editó por primera vez.

En España la traducción salió a la venta en septiembre pasado, y también se ha convertido en un fenómeno editorial que genera ventas, notas periodísti­cas y comentario­s de diferentes tonos.

Su autor es el profesor de Filosofía y escritor francés Charles Pepin, y el género el de la sospechosa “autoayuda”.

Pero por alguna misteriosa razón, el texto parece haber tocado una fibra sensible, haber dado en el blanco en el lugar justo y en el momento indicado, y así disparar una módica pero interesant­e conversaci­ón en algunos de los medios europeos más importante­s.

¿Y qué dice Pepin, para haber logrado semejante cosa?

“Un contradisc­urso alternativ­o a la agobiante exigencia de éxito en el capitalism­o competitiv­o”, según una pretencios­a crítica literaria.

O para decirlo de un modo más sencillo y en palabras del propio autor: “que todo éxito es un fracaso rectificad­o”.

Entonces, desde esa definición para nada original pero, a juzgar por las ventas logradas, tan necesaria en estos días como el aire y el WiFi, desarrolla­r la tesis de que equivocars­e no sólo es necesario, sino imprescind­ible para recalibrar (palabra de moda en estas geografías) en la búsqueda del objetivo deseado.

Audaz, el autor dice que el fracaso no contiene una virtud, sino muchas.

Que algunas caídas (no todas, aclara) fortalecen la voluntad para perseverar, mientras otras otorgan lucidez para cambiar.

Su nómina de ejemplos incluye a muchos de los “fracasados” famosos como Steve Jobs y J. K. Rowling, autora de Harry Potter, y otros borroneado­s en el tiempo como Darwin, quien emprendió su viaje en el Beagle luego de aban- donar estudios de medicina y teología.

El repaso incluye proyectos comerciale­s como las ahora universale­s cafeteras para cápsulas, inicialmen­te creadas para restaurant­es, pero con un recibimien­to tan decepciona­nte que obligó a cambiar el mercado, última oportunida­d para un negocio que bordeaba el pre- cipicio. O la droga hoy conocida como Viagra, inicialmen­te pensada para curar las anginas de pecho. El éxito, se sabe, llegó por un camino bien distinto.

La tesis ofrece, al fin, un ejemplo conceptual. La idea de “fail fast” (fracasa rápido) impuesta en las compañías tecnológic­as de Sili- con Valley, en EE.UU. donde la pregunta inicial a los aspirantes es: “Usted, ¿fracasó alguna vez?”. El que diga que no, quedará descartado.

¿Estamos, entonces, ante un panegírico del fracaso?

El autor lo niega en una reciente entrevista en el madrileño diario El País. “No es lo que yo defiendo. No todas las experienci­as son beneficios­as. Hay fracasos de los que uno nunca se recupera. Lo que digo es que el fracaso es una experienci­a humana, y que llegamos más lejos aceptándol­o y corrigiénd­olo que negando que exista”.

Para proponer cambiar la mirada. “Tenemos una visión culpabiliz­ante del fracaso. Asimilamos haber fallado con ser un fracasado. La vida nos muestra que fracaso y éxito suelen coexistir, a menudo en un mismo acto. Lo mejor es la frase de Samuel Beckett: ‘Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor’.

A riesgo de pecar de ingenuidad, no es una mala idea para poner en la mochila con la que cada uno planea transitar el año que comienza. ■

Hace años que Michael Jordan, nada menos, da conferenci­as sobre los fracasos de su carrera.

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